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Editorial Era, 50 años de independencia

Fundada por Vicente Rojo, José Azorín y los hermanos Neus, Jordi y Quico Espresate, su catálogo reúne a muchos de los mejores escritores mexicanos y extranjeros

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Vicente Rojo, diseñador y fundador de Ediciones EraFoto Carlos Cisneros
 
Periódico La Jornada
Lunes 21 de diciembre de 2009, p. 8

Corría el año de 1960. Una serie de acontecimientos políticos, sociales y culturales sacudió al mundo. El de mayor impacto fue el triunfo –un año antes– de la Revolución Cubana encabezada por Fidel Castro y el Che Guevara. Sus efectos rebasaron el ámbito local cubano. Fue tema de discusión en todas partes. Intelectuales destacados a escala internacional simpatizaron con el movimiento. En ese contexto, un grupo de veinteañeros españoles exiliados en México decidieron abrir una editorial para publicar a autores –narradores, poetas, ensayistas, historiadores– con innovadoras propuestas estéticas y temáticas, y nuevas perspectivas sobre asuntos diversos. Nacía Ediciones Era.

Vicente Rojo, José Azorín y los hermanos Neus, Jordi y Quico Espresate, compañeros de trabajo en la Imprenta Madero –quienes habían llegado a México tras la derrota republicana en la Guerra Civil Española– acordaron crear lo que en un principio concibieron como una pequeña editorial cuyo nombre se forma con las iniciales de los apellidos de sus fundadores: Espresate, Rojo y Azorín: ERA.

Medio siglo después, Ediciones Era es una referencia obligada de la edición independiente, no sólo en México sino en todos los países de habla hispana. Su catálogo reúne a muchos de los escritores –mexicanos y extranjeros– más importantes y representativos de este periodo. Sobresale el reciente ganador de los premios Reina Sofía y Cervantes, José Emilio Pacheco, quien tenía 21 años cuando la editorial fue creada. A los 23, publicó en Era su primer poemario: Los elementos del fuego (1962). Y a partir de ahí, toda su poesía.

La entrega del Premio Cervantes a José Emilio Pacheco, en abril de 2010, y las múltiples peticiones de todo el mundo para adquirir derechos de edición y traducción de su obra, formarán parte de los festejos de estos 50 años. Porque –dijo Neus Espresate en ocasión de un homenaje en la feria del libro Liber 2004 de Barcelona– una editorial está formada también por sus autores.

En el inicio de aquella década mítica, circunstancias de distinta índole anticipaban el surgimiento de una nueva sensibilidad y brindaban las condiciones propicias para un proyecto novedoso y visionario como Ediciones Era.

Con las muertes de José Vasconcelos, Samuel Ramos y Alfonso Reyes –las tres en 1959– concluyó en México una etapa del ambicioso proyecto cultural oficial iniciado al finalizar la Revolución Mexicana, misma que en 1960 cumplió 50 años. Los tres difuntos mencionados habían sido pilares, no únicos, pero sí fundamentales, del proyecto cultural posrevolucionario, que ya estaba desgastado y enfrentaba serios cuestionamientos.

Desde los ámbitos intelectuales y artísticos, voces diversas clamaron por un paradigma cultural más cosmopolita y acorde con los nuevos tiempos. Muchas de esas voces se hacen oír a través de Ediciones Era.

Con motivo de la conmemoración del 50 aniversario de la Revolución y 150 años de la Independencia, 1960 fue designado oficialmente Año de la Patria.

A pesar de las contradicciones sociales y económicas del régimen surgido de la Revolución, había en el ambiente un ánimo optimista, magnificado por los discursos del entonces presidente Adolfo López Mateos y amplificados por la prensa mexicana, en particular por El Nacional, el periódico oficial, que el 7 de enero de 1960 dio esta noticia a ocho columnas: López Mateos, continuador de nuestra reforma agraria. También en el extranjero se nos veía con buenos ojos, según El Nacional: Hay optimismo en Wall Street sobre México.

En enero, los periódicos informaron de la muerte, a los 46 años, en un accidente automovilístico, del francés Albert Camus, premio Nobel de Literatura. En las carteleras cinematográficas el año empezó con cintas como Marcha de valientes, con John Wayne; La cucaracha, con María Félix y Dolores del Río; El circo, con Cantinflas, y Los tigres del desierto, con Viruta y Capulina.

El 27 de septiembre, al considerar el suministro de energía eléctrica como servicio público estratégico que no debe ser prestado por compañías extranjeras, el presidente Adolfo López Mateos comenzó el proceso de nacionalización de la industria eléctrica, mismo que concluyó en diciembre.

Precisamente en septiembre, Ediciones Era publicó su título inaugural, La batalla de Cuba, amplio reportaje a cuatro manos realizado por Fernando Benítez y Enrique González Pedrero. El libro –hoy considerado como uno de los primeros documentos clave para la comprensión del movimiento que derrocó al dictador Fulgencio Batista y marcó un rumbo nuevo para los países de América Latina– hace una relación de las transformaciones más evidentes que empezaron a llevarse a cabo en la isla luego del triunfo de los rebeldes: las estaciones de la policía de Batista se convirtieron en escuelas, los hoteles de lujo en hospitales y las prostitutas en milicianas. En otras palabras: el inmenso burdel que era Cuba se transformó en laboratorio de uno de los experimentos sociales más significativos del siglo XX.

Mientras las fuerzas progresistas del mundo daban la bienvenida a la Revolución Cubana, de manera gradual se atizaba la guerra fría entre los bloques geopolíticos encabezados por Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Cada vez con mayor intensidad, iban y venían los dimes y diretes entre los líderes de ambos bloques: Dwight Eisenhower y Nikita Kruschev.

A los estadunidenses no les hacía ninguna gracia la cercanía que Fidel Castro empezaba a tener con la URSS. El 3 de enero de 1960, El Nacional publicó a ocho columnas: Nueva era de las Relaciones de Occidente con el Bloque Soviético. En octubre, Estados Unidos retiró a su embajador en Cuba.

Ante ese panorama, el tema de aquel primer título de Ediciones Era define claramente la posición política de los editores: la izquierda.

Década y catálogo míticos

Carlos Monsiváis, señaló en una ocasión: Era publica lo que las editoriales oficiales y la mayoría de las privadas no admiten: temas como el castrismo, la presencia de las trasnacionales, el nuevo colonialismo. Era toma muy en cuenta el impulso de las transformaciones donde es preponderante el papel de las ciencias sociales, de la sociología, que genera un campo amplísimo de credibilidad.

En esa línea, Ediciones Era publicó una antología de textos marxistas clásicos y nuevos; en 1965 lanzó La democracia en México, de Pablo González Casanova, título fundamental de la sociología en el país. Asimismo, vieron la luz los Cuadernos de la cárcel, de Gramsci, y las obras de György Lukács; en tanto que Adolfo Sánchez Vázquez publicó sus estudios sobre las aproximaciones de Marx a la estética.

La lista es impresionante por la calidad de las obras y por el prestigio de los autores, varios de los cuales han publicado en Era sus primeros libros o los más importantes: Malcolm Lowry (Bajo el volcán), José Revueltas (Obras completas), Vicente Leñero, Elena Poniatowska (La noche de Tlatelolco), Carlos Monsiváis (Días de guardar), Roger Bartra (El salvaje en el espejo), Augusto Monterroso (La oveja negra y demás fábulas), Octavio Paz, Senel Paz (El lobo, el bosque y el hombre nuevo), Sergio Pitol (El tañido de la flauta), Friedrich Katz (Pancho Villa), Adolfo Gilly (El cardenismo: una utopía mexicana), Efraín Huerta, Juan Gelman (País que fue será), Eliot Weinberger (12 de septiembre: cartas de Nueva York), Remedios Varo (catálogo razonado), Juan Villoro, Carlos Fuentes (Aura), Federico Campbell...

Qué decir de la saga de reportajes de Fernando Benítez agrupados en los cinco tomos de Los indios de México, donde –palabras de Vicente Rojo en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional– quedaron registrados la belleza de los mitos, las leyendas y los sueños de los indios mexicanos.

Según el pintor y diseñador gráfico, de haberse leído bien y a tiempo esas más de 2 mil páginas, pienso que algunos dramas actuales se hubieran podido evitar.

En esa década mítica de los años 60, Era también publicó la primera edición de El coronel no tiene quien le escriba, de un joven autor colombiano, casi desconocido, que poco después se volvió figura emblemática del llamado boom de la literatura latinoamericana: Gabriel García Márquez. De esa edición de El coronel... se tiraron 3 mil ejemplares, que tardaron más de cinco años en agotarse.

Otro título emblemático de Ediciones Era salió a la luz en 1968: Paradiso, de José Lezama Lima. Carlos Monsiváis cuenta que el tomo de 617 páginas se publicó inicialmente en Cuba por Ediciones Unión. Detractores de Lezama Lima ligados al régimen, con marcada vocación homofóbica, calificaron a Paradiso como obra contraria a la moral revolucionaria y provocaron su salida de las librerías.

Por fortuna –cuenta Monsiváis en un texto conmemorativo de los 40 años de Paradiso, publicado en 2006– Lezama había enviado un ejemplar a Julio Cortázar, quien quedó prendado de la calidad y la novedad de la obra. En 1967 Cortázar propuso a Neus Espresate que la publicaran en Era y se dio a la tarea de corregir las galeras junto con Monsiváis. Vicente Rojo se hizo cargo del diseño, que incluye ilustraciones realizadas ex profeso por René Portocarrero. Paradiso se publicó a finales de agosto de 1968, un mes antes de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, hecho del que nació otro título referencial de Ediciones Era, La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska.

Cada título tiene su historia. No hay espacio para contarlas todas. Sólo queda subrayar que el conjunto de esas historias y su repercusión en los distintos ámbitos de la vida pública, hace de Era la editorial imprescindible que es hoy, a 50 años de su fundación.

Queden como colofón las palabras de Vicente Rojo alusivas a su trabajo con Neus Espresate en Ediciones Era, incluidas en el mencionado discurso de ingreso a El Colegio Nacional: “Han sido muchas, muchísimas horas que he compartido con Neus Espresate en el sueño mayor de editar libros. Neus es muy discreta, nunca hace declaraciones públicas; piensa, al igual que yo, que si se desea conocer los propósitos o los fines de una editorial lo mejor es revisar el catálogo, ver los autores y los títulos publicados.

Tampoco le gusta a Neus que se hable de ella. Yo sólo diré, muy bajito, que con suavidad, rigor y pasión, con una combinación poco común de cultura, generosidad y eficacia, encabeza un equipo de trabajo que ha logrado reunir y mantener a un grupo de escritores que hacen de Era una de las editoriales esenciales para la cultura mexicana.