Opinión
Ver día anteriorSábado 26 de diciembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Seguridad en el DF
U

na persona amiga me relató que una noche, hace un par de semanas, fue asaltada en la avenida Insurgentes por dos jóvenes armados con pistolas, que la bajaron a ella y a un acompañante de su camioneta recién estrenada, le quitaron el celular y huyeron en el vehículo. Alguien, oportunamente, les prestó otro teléfono móvil, llamaron al 061 y en un minuto estaba con ellos una patrulla de la policía judicial (hoy policía investigadora) tomando los datos del vehículo robado y comunicándolos a otras unidades.

Por la rapidez de la acción, dieron con los delincuentes y lamentablemente, en la persecución, los ladrones chocaron por el apresuramiento de la huida, uno murió y otro fue detenido y está ya procesado y en el reclusorio.

Aun cuando tengo más de tres años de haber dejado la procuraduría, me sentí orgulloso de los policías investigadores que actuaron con prontitud, con valor y con profesionalismo. No supe si eran viejos policías, cuya escuela fue el trabajo en las calles y la acumulación de experiencia, o si eran otros más jóvenes, egresados del Instituto de Formación Profesional de la procuraduría, que desde tiempos de Samuel del Villar prepara a los aspirantes a incorporarse a la corporación, sin que con algunas absurdas excepciones, ningún nuevo policía judicial se integre sin haber aprobado su curso completo.

Las materias impartidas les capacitan para la investigación. Reciben, durante un año completo, cursos de derecho penal, criminología, criminalística, medicina forense y otras materias que requieren para hacer bien las investigaciones que el Ministerio Público les encomienda; se les prepara en el manejo de armas y en artes marciales, en técnicas de sometimiento y uso de la fuerza, pero el complemento fundamental se encuentra en las materias obligatorias de ética policiaca y derechos humanos.

Cuando me entero de casos como el relatado no puedo menos que reiterar mi convencimiento de que no hay trabajo sin fruto y que la capacitación de los servidores públicos debe ser el eje de las instituciones que prestan servicios a la comunidad.

El gobierno de la ciudad de México, a pesar de algunos tropiezos y fallas explicables en una urbe tan grande, mantiene y perfecciona constantemente sus herramientas y sus métodos para dar seguridad y procurar justicia a los habitantes; en las calles, en el Metro, en las plazas públicas y en todos los sitios, que son muchos, en los que hay gente reunida, sean unas pocas personas, multitudes tranquilas, auditorios o manifestaciones de protesta; por igual se atiende con especialistas y se responde con oportunidad.

La vigilancia en patrullas, en bicicletas, a pie, de la policía preventiva y de la policía investigadora se llevan a cabo coordinadamente y se han multiplicado; los radios funcionan, las cámaras de video son cada vez más y en lugares estratégicos y el alcoholímetro muestra su eficacia.

Sin declaraciones estentóreas de guerra, con prudencia, con eficacia, la procuraduría y la Secretaría de Seguridad Pública cumplen con su cometido. En la ciudad de México los delincuentes no son enemigos a los que hay que exterminar, son personas que han violado la ley y tienen que responder por sus actos antes jueces, se les sanciona y por regla general, aun cuando hay excepciones reprobables, se respetan sus derechos humanos y se les permite defenderse de las acusaciones en su contra.

Para un trabajo eficaz en este servicio tan difícil y resbaladizo es indispensable la confianza y el apoyo de los ciudadanos y vecinos. Un aviso a tiempo, una llamada de auxilio, estar prestos a denunciar y a testificar con valor, son indispensables en el combate a la delincuencia. Para todo ello la autoridad debe demostrar, con hechos, que es digna de confianza y un punto importante en este asunto es el papel que juegan los medios de comunicación; el amarillismo, una política permanente para amedrentar, dar por cierta la culpabilidad de cualquier detenido y otros vicios de la comunicación en estos terrenos, son negativos y reprobables. También los periodistas deben ocuparse de destacar lo positivo, lo eficaz y lo constructivo.