Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de diciembre de 2009 Num: 773

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La Trampa: Alva y López
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Ballagas o el hedonismo sensualista
JUAN NICOLÁS PADRÓN

El último libro de Emilio Ballagas
ENRIQUE SAÍNZ

Emilio Ballagas: desde su prosa, la poesía
CIRA ROMERO

Poemas
EMILIO BALLAGAS

Rock09. Quince discos para soportar malos tiempos
ROBERTO GARZA ITURBIDE

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Andrés Vela

James Agee, a 100 años de su nacimiento

Ocurre a veces que el nombre de un autor se pierde entre la retahíla de autores encumbrados por el simple hecho de haber vivido más, o mejor dicho, de haberse mostrado más ante los reflectores del hit parade. Pongamos por ejemplo un autor como Truman Capote, gran narrador, un prosista finísimo, pero a quien sedujo de manera terrible la necesidad de ser el centro de todos los cocktail partys neoyorkinos. Más que señalar el hecho como una especie de moraleja, nos describe una tradición que deriva con éxito de las predicciones de los ideólogos y estadistas de finales de los cincuenta, más o menos, y que preludiaban los minutos de fama proclamados por Andy Warhol como divisa de toda existencia posmoderna: los mass media y su injerencia irremediable en la masa y, por lo tanto, en la cultura.

James Agee fue un prodigio de escritor que por desgracia tuvo una muerte prematura, si es que cabe el término. Nos atrevemos a rezongar de la muerte de un escritor prolífico que trabajó tanto el periodismo como la novela, el guión de cine e incluso la crítica cinematográfica brillantemente y que, por caprichos de la vida, terminó su existencia a los cuarenta y seis años en un taxi de Nueva York. El mismo Capote se refirió a esa temprana muerte como “un hecho lamentable”, pues detenía la producción “de un hermoso escritor”.

Entre los trabajos destacados del autor estadunidense se encuentran los guiones de La reina africana, dirigida por John Huston, y La noche del cazador, dirigida por Charles Laughton. Como crítico de cine Agee fue genial, tan así que se ganó el respeto de uno de los miembros de la vanguardia crítica y de realizadores más exigente que haya conocido la industria cinematográfica: Jean-Luc Godard. Godard llegó a comparar a James Agee con André Bazin, el dios de la nouvelle vague, y que parecía intocable.

Pero también se encuentra el maravilloso reportaje Elogiemos ahora a hombres famosos, mismo que, acompañado de fotografías de Walter Evans, da cuenta de los días pasados por el escritor con tres familias de agricultores en Alabama. Son los años treinta de la debacle económica en Estados Unidos, que se manifiesta con mayor intensidad en el sur norteamericano, lo cual no deja de constituir una estética que, vuelta crónica en el texto de Agee, se convierte en una denuncia estética de la indolencia irracional de los grandes capitales y su especulación. Uno se pregunta: ¿cómo resentiría Agee el estado actual de la economía mundial, una vez que ha visto y reflexionado sobre el peor abandono social?

Precisamente, si algo conocía el autor, era ese sur norteamericano donde pasó su infancia, exquisitamente retratada en Una muerte en la familia, su única novela que, publicada dos años después de su muerte, le significó un reconocimiento tardío. Agee nació el 27 de noviembre de 1909 en Knoxville, Tennessee. La muerte de su padre cuando él tenía seis años lo marca profundamente, al grado de convertirse en el argumento de la novela que trabajó durante siete años.

Una muerte en la familia narra el clima doméstico que circunda a un acontecimiento central: la muerte de un padre. Acaso el timón de la narración se encuentra en el pequeño Rufus, en cuya descripción poética se rescata la paz de un mundo feliz que descansa sobre la armonía familiar. La belleza de estos pasajes es verdaderamente intimista, y la pluma de Agee, equiparada al pincel de un pintor, trabaja sus paisajes como églogas genuinas.

La muerte del padre es a la vez crónica y contrapunto: el padre de Rufus recibe una llamada de su hermano informándole que su padre está convaleciente y acaso muera, de tal modo que sale apresuradamente a hacer el viaje en carretera hasta la casa del padre agónico, que no fallece pero propicia el asunto de la novela, pues de regreso en la carretera, su hijo tiene un accidente automovilístico en el que pierde la vida… el padre de Rufus. Es también una oda al padre, desde el dibujo de su estampa en un recuerdo lleno de tierna melancolía, hasta la significación de su figura como influencia en la sensibilidad de un niño-hombre.

James Rufus Agee nos comparte, en esta personalísima crónica, un trabajo de filigrana, consciente de que no importa el acontecimiento sino su tratamiento, confirmando que la novela, como dijera James, “es una impresión directa y personal de vida”, llevada a las páginas de un libro con paciencia y sobriedad.