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Hugo Gutiérrez Vega
PENSANDO EN ROSARIO FERRÉ
Para hablar de la gran escritora y dilecta amiga Rosario Ferré, tengo a mi lado el excelente recuento de las letras puertorriqueñas hecho por la infatigable crítica y compiladora Mercedes López-Baralt, publicado por la editorial de la Universidad de Puerto Rico. Muchas voces valiosas, una notable variedad de temas, una escritura que, además de entregarnos la tensión espiritual de una isla preciosa que, a pesar de no haber tenido un momento de soberanía política, tiene una poderosa soberanía cultural que la ubica dentro del amplio panorama de las letras hispánicas. Estos son algunos de los aspectos esenciales de la reunión de voces y de formas literarias que , con vigor y talento, logró Mercedes López-Baralt, escritora a la que debemos textos imprescindibles sobre el Inca Garcilaso, Arguedas, Pérez Galdós y Luis Palés Matos, grande de la poesía universal.
Leí el índice de la recopilación y confirmé el hecho indiscutible de que las aportaciones femeninas han dado a la literatura isleña una fuerza especial y una notable originalidad. Conocí y traté a muchas de estas escritoras admirables y leí a las que el tiempo me impidió conocer personalmente. A mi memoria vienen los nombres de Lola Rodríguez de Tió (poeta y novelista admirada por Rubén Darío), de las críticas y maestras Margot Arce, Concha Meléndez y Nilita Vientós; de la poeta autora del hermoso Lullaby mayor, Clara Lair; de la entrañable Julia de Burgos, voz poderosa de la poesía americana; de Olga Nolla, Magali García Ramis, Mayra Montero, Carmen Dolores Hernández, rigurosa ordenadora de la crítica literaria de la isla y de Loisaida; Luce López-Baralt, comentarista genial de San Juan de la Cruz, de la palabra de los sufíes y del islam; la tantas veces citada Mercedes López-Baralt; Mayra Santos-Febres, Ana Lydia Vega, Ángela María Dávila, voz esencial del grupo Guajana, Vanesa Droz, Etnairis Rivera, Mayrim Cruz Bernal, Matilde Albert y muchas más que han dado ese rostro inconfundible a la literatura de Puerto Rico.
Rosario Ferré ocupa un lugar muy especial en esta bella saga isleña. Su voz original, enriquecida por su estancia en México y por su conocimiento de la literatura anglosajona, llenan un momento especialmente importante de la creación artística de nuestra isla. Poeta, novelista, ensayista... son muchas las facetas de su obra y de su personalidad. Recuerdo sus participaciones valiosísimas en los estudios de la literatura isleña y me siguen admirando su prudencia, su actitud modesta y el rigor de sus puntos de vista.
Para escribir estas líneas sobre Rosario me puse a leer sus Papeles de Pandora, publicado en México por Joaquín Mortíz en 1976. Su narración “Cuando las mujeres quieren a los hombres”, es un bello texto que reúne una inteligente posición feminista con la fuerza lírica de un lenguaje que fluye con naturalidad y da a las cosas y a las situaciones su color y su esencia intransferible. San Pablo le da el hermoso epígrafe: “Ahora vemos por un espejo y oscuramente, pero entonces veremos cara a cara” (sin duda, nuestra autora pensó en la inquietante película de Ingmar Bergman que tomó su título de la noción del espejo oscuro de San Pablo). Rosario esperaba la llegada de lo perfecto y, al igual que el apóstol, la desaparición de lo parcial.
La prosa de este cuento reúne el desenfado de lo coloquial con el rigor de una estructura bien meditada. Pienso en el personaje de Ambrosio y en sus probables venganzas post mortem, así como en su mujer y en su querida (mujeres y prostitutas en violento contraste). Las figuras de Isabel Luberza y de Isabel la negra se apoderan de la narración y es entonces cuando, por encima de lo anecdótico, se lleva a cabo el análisis de una situación socio-cultural que condiciona la vida de tantas y tantas mujeres que pertenecen a la tradición judeocristiana. El mundo caribeño con sus sincretismos, la gracia de su ser negro mulato, la contraparte de esta alegría inexplicable de la negritud formada por la presencia blanca (la de los señores y señoras de las “buenas familias), recorren las páginas de esta narración que, en algunos momentos, adquiere el ritmo del caderamen cósmico de Tembandumba de la Quimbamba.
En La casa de la laguna hay una saga familiar que, bien ubicada en su entorno, lo trasciende y adquiere validez universal. Tal vez esta sea la obra fundamental de nuestra gran escritora que, al amar y sufrir lo familiar, nos entrega una visión del mundo y de la condición humana. El texto de Rosario, tanto en español como en inglés, da testimonio de un cosmopolitismo enriquecido por el amor y el conocimiento de las realidades inmediatas de la vida familiar.
Como mexicano y puertorriqueño quiero pedir que leamos y gocemos la obra de Rosario Ferré. Es lo mejor que podemos hacer en su homenaje y en su imborrable memoria.
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