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El Palomar tepiteño: apretaditos pero entusiastas

La organización vecinal logró dar a su entorno un toque cultural con murales en los edificios y talleres de marionetas y teatro

 
Periódico La Jornada
Miércoles 30 de diciembre de 2009, p. 28

En la unidad habitacional El Palomar se hacinan tepiteños que sobreviven en departamentos que van de 37 a 45 metros cuadrados; algunos dejaron de ejercer los oficios tradicionales del barrio bravo, como carpintero, zapatero o artesano, y se convirtieron en malandrines.

Quienes hicieron los departamentos pensaron que éramos minitepiteños, asevera Luis Arévalo, de oficio zapatero, de 68 años de edad y originario de Tepito. Recorre con la vista los edificios recién pintados de color beige. De las ventanas cuelgan mecates con ropa.

Sobre las fachadas de los siete edificios se distribuyen 32 murales, pintados por Daniel Manrique, en los que los moradores quisieron recordar cómo era la convivencia en una vecindad tradicional, con sus lavaderos, los patios llenos de macetas y niños jugando.

Pantalones de mezclilla, sábanas o camisetas, así como antenas de televisión por cable, se integran en forma casi natural a los murales. Pero detrás, otro bloque de edificios, de los cerca de 30 que integran el conjunto habitacional, contrasta con sus vecinos por sus fachadas despintadas y carcomidas por el paso del tiempo.

Arévalo retoma el hilo de la entrevista: Los espacios de estas viviendas son tan reducidos que la gente no puede trabajar en su casa; en promedio viven diez personas en cada departamento. Yo soy zapatero porque el taller de mi padre estaba en nuestra casa; era una vecindad de las de antes, con cuartos altos. En este conjunto los vecinos se tuvieron que dedicar a otras cosas. La mayoría son comerciantes, aunque muchos viven de la piratería.

Rememora: Tepito era un barrio de artesanos, de gente creativa, pero a últimas fechas se ha convertido en espacio de malandrines. Eso no lo podemos ocultar.

Narra que el pasado 12 de diciembre querían celebrar el aniversario de la aparición de la Virgen de Guadalupe en el foro que se encuentra en medio del patio. Sin embargo, no lo pudieron hacer porque gran parte de las familias tiene algún pariente preso y mejor se fueron oír la misa allá, en los reclusorios. Ya ni eso festejamos aquí, lamenta.

El Palomar, conocido así por sus techos de dos aguas, lo que lo distingue de unidades habitacionales cercanas, como La Fortaleza o la Casa Rosa, fue construido entre 1970 y 1980 como parte del llamado Plan Tepito, primero por el presidente de Luis Echeverría Álvarez y luego por el regente del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís.

Por esos años, las antiguas vecindades fueron desplazadas por las unidades conformadas por pequeñísimos departamentos en los que era imposible instalar los talleres familiares que abundaban en Tepito.

Hace tres años, Arévalo y otros vecinos iniciaron en Los Palomares un taller de marionetas y teatro, donde incluso se escribieron dos obras que tocan la problemática del barrio, tanto en los hogares, donde hay violencia intrafamiliar, como en las calles.

En Tepito existen dos casas de cultura: la Enrique Ramírez y Ramírez y La Lagunilla, pero la verdad es que la gente no acude porque está en otra dinámica. Por eso sabemos que tenemos que sacar a la calle la cultura, la educación y la capacitación para el trabajo. Me da tristeza ver a los jóvenes tepiteños jalando un diablo o de vagos, cuando yo desde niño aprendí a hacer zapatos, dice Arévalo.

Comenta que a principios de 2009 se pusieron como reto convencer a los vecinos de siete edificios para elaborar un proyecto con miras a ingresar al Programa Comunitario de Mejoramiento Barrial, a cargo de la Secretaría de Desarrollo Social capitalina, y así obtener recursos que les permitieran remozar las fachadas, cambiar el piso de cemento por adoquín, mejorar las áreas verdes y construir un foro al aire libre. En suma: mejorar su entorno.

Finalmente, el proyecto se aprobó, aunque con poca gente, cuando hay más de 700 personas que podían haber votado. Pero los más entusiastas fueron nuestros viejitos, quienes con entusiasmo respaldaron el plan, que incluyó un presupuesto de un millón de pesos para dar otra cara exterior a Los Palomares, aunque adentro, en los departamentos, seguimos viviendo apretaditos.