Directora General: CARMEN LIRA SAADE
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Domingo 3 de enero de 2010 Num: 774

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BERNARDO BÁTIZ

¿Lo dijo o no lo dijo?
ORLANDO ORTIZ

La realidad cúbica de Juan Gris
ESTEBAN VICENTE

La incomprensión crítica sobre Juan Gris
FRANCISCO CALVO SERRALLER

Juan Gris, el poeta cubista
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ

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Juan Gris, Flores en la mesa

La realidad cúbica de
Juan Gris

Esteban Vicente

Estudiaba Bellas Artes en Madrid allá por 1920 cuando oí por primera vez el nombre de Juan Gris. Me produjo una sensación difícil de describir. Me transportó a un mundo misterioso. Posteriormente, cuando pude ver su obra en París en 1927 –precisamente el año de la muerte del pintor–, comprendí la sensación que había tenido al oír pronunciar su nombre. No era una casualidad que José González hubiera adoptado el nombre de Juan Gris. Este nombre tiene una resonancia particular; una resonancia que no le deja a uno indiferente. Tiene un ritmo rotundo, limpio y preciso: unas cualidades que son elementos importantes en su obra.

El cuadro titulado Guitarra y flores (1918) es característico de la obra de Gris. Los misteriosos blancos que dominan la pintura aparecen unidos a los luminosos negros del fondo por unos blancos huesos que se convierten en amarillo, suavizando su oposición y haciendo que los dos, el blanco y el negro, funcionen como colores. El material tiene una vida interior. Está hermosamente pintado: es económico, claro. Los pesados grises introducidos en combinación con unos rojos opacos dan la sensación de gravedad y de calma profunda.

De vez en cuando aparecen en su obra elementos intranquilizantes, como el puntillismo, que se convierte en algo añadido en lugar de formar parte del conjunto, lo que debilita y hace la obra decorativa, y cierta caligrafía, como en algunas figuras en las que dibuja los rasgos con una línea blanca o negra, destruyendo ese dramático silencio característico en él.

La sensación de aridez que produce su obra al principio desaparece al contemplarla, transformándose en una vida misteriosa y tierna… Al mirarla evoca uno irremediablemente ese mundo de sensaciones que viví la primera vez que oí el nombre Juan Gris. Uno entra en la obra. Es extraña y sorprendente. Se tienen sensaciones mezcladas: está la pintura y, al mismo tiempo, un mundo allende la pintura habitado por un drama particular que no es fácil explicar. Tal vez es el drama del hombre, del pintor mismo con todas sus ansiedades y toda la intensidad de su búsqueda.


Juan Gris, Peras y uvas en la mesa, 1913

Gris empezó su corta pero productiva carrera en 1911, y ese mismo año realizó su primera exposición en París (había dejado Madrid para establecerse en Francia en 1926, pero primero se le conoció como ilustrador). No bien llegó a París se identificó con el movimiento cubista. Pero permaneció solo. Siempre fue un caso aislado entre los pintores cubistas. El cubismo para él era una forma de estética –un método conceptual y una técnica manual– que tomó y usó, desarrollando un estilo muy personal. Se sabe que la cultura francesa le había seducido, pero su temperamento apasionado y su fanatismo prestan a su estilo sobrio y lúcido una gravedad y una quietud religiosas. Era un realista, en el verdadero sentido de la palabra.

Gris fue el exponente más puro del cubismo. Picasso, Braque y Léger, pasada la fase del llamado cubismo sintético, abandonaron el estilo y tomaron diferentes caminos: Braque hacia una modalidad de naturalismo; Picasso –la personalidad más compleja de todos los cubistas– continúo sus experimentos en el realismo; Léger hacia un nuevo tipo de estructura. Pero a Gris siguieron interesándole las teorías básicas desarrolladas en torno a 1911.

Apollinaire decía que el cubismo era un arte realista. Y Gris adoptó esta forma para expresar un realismo al que pertenecía por formación y tradición. El realismo se encuentra en todas las manifestaciones artísticas españolas. Las obras de Fray Luis de León, de Santa Teresa, de Cervantes, de Velázquez y Goya, así como la de Picasso, nos transmiten un concepto de profunda realidad –la realidad que surge de la articulación entre las facultades intelectuales y una noción del aspecto material del mundo, una noción que es el centro de la expresión cultural de todos ellos. Y en la pintura es esencial, es elemental, tener noción del aspecto material del mundo.

Así lo explica Juan Gris: “Espero llegar a expresar con la mayor precisión una realidad imaginada en términos puramente intelectuales; lo que eso significa en realidad es una pintura que es incorrecta pero precisa; es decir, lo contrario de la mala pintura, que es correcta pero imprecisa.”

En esencia, la obra de Juan Gris me recordó a la de Zurbarán. Posteriormente supe que Picasso había dicho lo mismo al hablar del Retrato de Josette, pintado por Gris en 1926. Su austeridad y su sobriedad son semejantes, como lo son el ascetismo, la quietud, la luz blanca, la intimidad, el enclaustramiento, los límites de la habitación y la necesidad de los dos artistas de encontrarse y de encontrar su escala en el mundo. Fuera sus límites son difusos; pierden la escala. Observemos que Gris intenta pintar el paisaje, pero no lo logra.


Juan Gris, Retrato de la madre del artista

Es importante entender que a lo largo de la historia del arte español, el paisaje como tal no existe. Esto, creo yo, explica en parte el modo de pensar español no sólo en relación con el arte, sino también en relación con la vida y con la religión. No se entiende la naturaleza en cuanto que naturaleza. Es una fuerza ajena y cruel que viene a perturbar la quietud y la claridad de la vida interior. Esta cualidad fue apasionadamente expresada por los grandes místicos españoles.

Hasta 1919 más o menos, la obra de Gris es consistentemente uniforme. Durante los primeros años de la década siguiente empieza a suceder algo: su pintura muestra signos de agotamiento. Hay en ella una laxitud y una blancura que pueden ser el resultado de su deseo de destruir esa aridez de la que él mismo se quejaba con frecuencia. Su obra se debilita, se simplifica y se hace irreal, en especial sus cuadros con figuras. Pero en los dos o tres últimos años de su vida, en torno a 1924-1927, llegó a una nueva interpretación, más libre, menos dogmática, de sus conceptos, y alcanzó, tal vez, el punto más alto de su carrera. Los bodegones de esa época son monumentales: más simples, más ricos. Se integran en ellos por completo todos los elementos. Hay en ellos una fluidez, una complejidad, tanto de las ideas como de los materiales que no tenían obras anteriores. Elimina el volumen de la forma, deja de utilizar el trompe-l'oeil para introducir el espacio en una escena plana. Desde un punto de vista plástico, su obra de este período es superior, plena. De las formas puras y el estilo riguroso de Gris se derivan los movimientos neoplasticistas. Gris no fue solo un hombre dotado para el arte, sino también un hombre de convicciones y un hombre humilde. Ciertamente produjo toda su obra, una obra que constituye un aspecto importante del arte del siglo XX, en un período muy corto, de 1911 a 1927: Juan Gris y el cubismo han pasado a la historia como sinónimos.