Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de enero de 2010 Num: 775
 

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Economía y cultura
ANGÉLICA ABELLEYRA (coordinadora)

Negación a pesar de la evidencia
CARLOS GARCÍA DE ALBA

Alentar la economía cultural
HÉCTOR GARAY

Triángulo de voces
ANGÉLICA ABELLEYRA

Medios sin mercados
CARLOS RAÚL NAVARRO BENÍTEZ

Hacia un sistema económico del sector cultural
EDUARDO CRUZ VÁZQUEZ

Ser vendedores de cultura
FEDERICO GONZÁLEZ COMPEÁN

¿Públicos o consumidores?
EDUARDO CACCIA

La escritura fronteriza
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista con ANDRÉS NEUMAN

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Verónica Murguía

Tones para los preguntones

Hace unos días, durante una lectura de poesía, una mujer se sentó a mi lado y se puso a contarme su vida. El que hubiera alguien leyendo no la arredró; si acaso, algunas frases del poema le sirvieron de asidero para conducir el enredado hilo de su conversación. Si el poeta decía la palabra “perro”, la señora en cuestión se ponía a relatar las biografías de sus perros. Habló de sus amantes, de su madre, de sus frustraciones. Yo no decía nada, simplemente porque no sabía qué contestar. Terminé por cambiarme de lugar, con la mirada de mi ofendida interlocutora –de la que aún ahora ignoro el nombre– clavada entre los omóplatos como el puñal del refrán.

En el gimnasio me ha ocurrido varias veces: una persona con necesidad de hablar, casi siempre una mujer, me cuenta su vida, hasta los detalles más escabrosos, a veces antes incluso de preguntar mi nombre. Y confieso, con riesgo de parecer una pesada, que dichas conversaciones me incomodan.

A veces siento que ese impulso confesional lo invade todo: que estamos inmersos en un ambiente en el que la conversación ha sido sustituida por la confesión, por una especie de sucedáneo de la terapia en la que la gente expone a cualquiera, sin pudor alguno, sus vidas, sus miedos y sus problemas. Y si uno se calla, se interpreta como arrogancia. Y no por defenderme, pero muchas veces las preguntas no son fáciles ni de escuchar, ni de contestar.

Cada vez que veo las portadas de las revistas del corazón, me pregunto con alarma: ¿qué se ha hecho del decoro? ¿Por qué tengo que enterarme de la vida sexual de Niurka, de cómo andan las finanzas de Juan Gabriel, o de si los protagonistas de la telenovela de moda se odian?

La escapatoria es ardua, si no imposible: cuando la cantante Alejandra Guzmán se enfermó por inyectarse no sé qué cosa en el trasero, lo supe todo sin desear en lo absoluto enterarme de nada. Escuché los detalles en el taxi, en el trabajo, en el gimnasio, en la tienda. Se le dio más espacio a ese problema que a las decenas de ejecuciones que devastan el país. Había más personas ávidas de saber qué había pasado con Alejandra Guzmán, que con los paquetes fiscales con los que nuestras magras economías se agostan aún más.

Esto me parece un regreso a ciertos tipos de barbarie, a un desdibujarse de lo privado que sólo puede resultar en un empobrecimiento de lo público. A lo largo de la historia, parte importante de los procesos civilizadores se ha reflejado en la construcción de los delicados muros imaginarios y reales que nos permiten vivir sin darnos todos de codazos en la boca.

No es casualidad que el derecho a lo privado sea lo primero que falte en la cárcel, en el hospital psiquiátrico, en la guerra y en los lugares donde reina la pobreza. Los modales, tan subestimados y a la hora buena, esenciales, han sido un invento que nos ha permitido convivir. La cortesía, la discreción, la capacidad para escoger el interlocutor, esos son laboriosos logros que algunos han revisado con minuciosidad, porque su existencia está en los cimientos mismos de la convivencia. A quien me tilde de reprimida por sostener esta postura le pido que se imagine una vida sin puertas, sin cortinas, sin tiempo a solas, donde la compañía sea impuesta y constante. Es, al menos para mí, una idea infernal.

El sociólogo Norbert Elias analizó, con una lucidez extraordinaria, el desarrollo de estos mecanismos de convivencia en su libro El proceso de la civilización. Elias registra las transformaciones de la convivencia a partir de las modificaciones de gestos, como sonarse la nariz, los modales en la mesa, las necesidades fisiológicas y los acercamientos sexuales. En algunas épocas, sonarse la nariz con el mantel no resultaba tan alarmante. Si seguimos así, esas épocas volverán.

El no invadir los espacios ajenos, no hacer un escándalo espantoso con la radio, no imponerse a la fuerza, esos son los modales. Nada de esto es superficial o prescindible, aunque en los reality shows que tanto han rebajado los de por sí ya paupérrimos contenidos de la televisión, no existan ya.

¿Por qué los periódicos infames que ponen en las portadas a los muertos más lastimosos, ponen en la contraportada a señoritas sin calzones? A mí esa contigüidad me pone los pelos de punta. Al lado del muerto destrozado, la encuerada. Y en medio, la confesión de la “celebridad”, explícita y tediosa.

¿Qué no hay otros temas más urgentes?.