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Las actividades agrícolas y pecuarias ya no representan una buena fuente de ingresos

Cada vez más vulnerables, mujeres y niños que viven en los pueblos de migrantes

Por no ser las titulares de las tierras, no reciben los beneficios de planes gubernamentales

 
Periódico La Jornada
Lunes 11 de enero de 2010, p. 12

En la cancha de basquetbol sobresalen las voces de mujeres jóvenes. Dejaron a un lado sus tradicionales rebozos de la meseta tarasca y juegan a encestar el balón. Las miran niños no mayores de 10 años.

Otras, en los patios de sus casas, cubren con paños, como si fueran tesoros, sus cocuchas, producto de largas horas de estar casi pegadas al piso de tierra para dar forma con las manos a las grandes tinajas de barro cocidas a la leña, que ellas también acarrean del bosque de la región. Las ventas de estas piezas tradicionales ahora están a cargo de ellas y son escasos los varones que las ayudan en sus actividades.

En Cocucho, el pequeño pueblo purépecha, ellas ocupan los espacios que dejaron los padres, los esposos y los hijos que emigraron a Estados Unidos. Con los ingresos por las escasas ventas de sus enormes ollas y las remesas ponen pisos de cemento y mejoran sus viviendas, esa es la prioridad.

Investigadoras de 16 organizaciones civiles y de tres centros académicos, organizadas en la Red Nacional de Promotoras y Asesoras Rurales, revelaron que hay poco interés en los temas agrícola y pecuario, debido a que les compran a muy bajo precio sus productos, que sumado a la reducción de las remesas por la crisis en Estados Unidos llevó a un deterioro alimentario que debilitó más los pobladores de ejidos y comunidades.

Las mujeres atienden la parcela y los servicios de la comunidad, asumen más responsabilidades pero siguen bajo el control de sus familiares varones, quienes les instruyen, por vía telefónica y a través de los suegros, qué hacer con los recursos.

Ellas se responsabilizan de pagar las deudas con los polleros y usureros con intereses hasta de 500 por ciento anual y viven en la angustia por no saber de ellos por largas temporadas. Las que son madres solas dejan a sus hijos con las abuelas. A la migración también se han sumado las mujeres jóvenes, quienes son más formales en hacer llegar constantemente el dinero para gastos médicos y escolares.

Annabelle Sulmont, coordinadora del área de investigación aplicada de la Asociación Mexicana de Uniones de Crédito del Sector Social (AMUCSS) comenta que las mujeres reciben órdenes por vía telefónica para pagar a los albañiles. La prioridad es construir la casa, el campo pasó a un segundo o tercer lugar en las expectativas de las familias, cuyos varones emigraron. Sí cuidan la milpa y en algunas ocasiones pagan a jornaleros, pero las cosechas son más para el autoconsumo.

La encuesta que realizó la asociación Investigación en Salud y Demografía (Insad), en coordinación con AMUCSS, en poblaciones rurales de Guerrero, Oaxaca y Puebla, revela que hay una migración de mujeres de 20 a 39 años por motivos laborales. Las que quedan siembran, crían animales en el traspatio, se dedican a la caza, pesca, recolección, artesanías, son comerciantes o jornaleras.

Ante la falta de rentabilidad en las actividades agrícolas buscan otras perspectivas. Dejó de existir la motivación e interés por cultivar la tierra como vía de ingreso principal. La tendencia es poner una pequeña tienda de abarrotes, dice Sulmont.

En Guerrero, Oaxaca y Puebla, las mujeres en las comunidades rurales más alejadas de las cabeceras municipales conservan sus animales de traspatio, cerdos, guajolotes, gallinas, como una forma para mantener sus ingresos y ante la posibilidad de no recibir dinero de las remesas. Son altamente vulnerables porque no saben dónde está el esposo o los hijos. Su mayor seguridad son los animales, los cuales venden en casos de emergencia.

Pese a esa incertidumbre, son ellas las que más ahorran y preservan. Emigrar ya no es solamente una necesidad, se ha vuelto también un acto de prestigio social. A los 10 años de edad, los niños ya no piensan en estudiar sino en irse a Nueva York o a Los Ángeles; el trabajo de la tierra ya no es su objetivo.

Para ellas, labrar la tierra es una actividad difícil, pues carecen del acceso a los beneficios de los programas gubernamentales por no ser las titulares de las parcelas. Las remesas remplazan los créditos y por tanto no hay proyectos productivos sólidos, los pocos que existen son casos aislados y no son representativos frente a la realidad.

En las comunidades de esos estados, la gente más pobre es la que trabaja la tierra pero para autoconsumo. Es su única oportunidad de tener alimento. No se les puede comparar con los agricultores de Sonora o Sinaloa.

La encuesta de Insad y AMUCSS apunta que en tres de cada diez hogares en las comunidades rurales no hay presencia ni del padre ni de la madre de los niños, en esos casos el porcentaje de remesas es más elevado que en otros hogares donde está alguno de los padres.

En esas comunidades, donde la tierra es productiva, ha dejado de sembrarse maíz, frijol, calabaza, café, jamaica, caña de azúcar, sandía, ajo, diversas variedades de chile y tomate, porque la actividad agrícola no es redituable, pero más de la mitad de los hogares poseen aves para su crianza y cuidado. Hay una reducción continuada de la fecundidad y un aumento en la sobrevivencia en edades avanzadas.

En los hogares encabezados por mujeres, el comercio tiene un peso relevante como actividad principal y le sigue la cría de animales de traspatio.

La venta de la tierra es un problema que preocupa a las mujeres. El tema es difícil para ellas, pues la mayoría de la superficie es propiedad de sus esposos, quienes son los dueños legales y son ellos los que deciden, apunta la Red Nacional de Promotoras y Asesoras Rurales. “Cada vez es más difícil mantener la tierra y en especial para las mujeres. Hay familias que venden sus parcelas para poder pagar los costos de la emigración a Estados Unidos. En otros casos, los ganaderos y los narcos se están apropiando en forma violenta de las tierras y hay maridos que venden la tierra y se van dejando a las mujeres y a sus hijos sin nada.”

Las mujeres representan 25 por ciento de los 4.5 millones de los titulares de la tierra, pero el acceso a los recursos gubernamentales no se acerca a los que reciben los hombres. Ellas reciben fundamentalmente los beneficios de Oportunidades y ellos los de Procampo. Para ellas hay más exigencias, no se les ve como personas, sino como familia. No hay interés por eliminar sus problemas, como reducir su jornada de trabajo, que es de 14 a 18 horas; que no sean víctimas de violencia, combatir sus enfermedades y otras necesidades.

La Secretaría de la Reforma Agraria, por medio del programa de la mujer del sector agrario, ha estimulado la organización de las mujeres. De 2004 a 2009 recibió 60 mil 302 proyectos, de los cuales sólo respaldó 23 mil 849 con 3.5 mil millones de pesos para beneficio de 174 mil 692 socias. Es un plan pequeño, que tiene un límite de 125 mil pesos de respaldo por proyecto. Es el beneficio más directo al que tienen acceso.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en el estudio Perfil del México rural, apunta que la fuerte migración de los jóvenes ocasionó la feminización de la población rural, principalmente en Nuevo León, Zacatecas, Tamaulipas, Jalisco, Durango, San Luis Potosí, Oaxaca, donde las remesas se han convertido en fuente de ingreso de los hogares.