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El ex campeón mundial regresó a la Bondojito, el barrio de su niñez y juventud

El Púas Olivares a sus 63 años: Me quedan más aplausos que dinero

Sólo me arrepiento de haber chupado tanto; ahora nada más un pulquito o un vino tinto

¿Drogas?, las del país son las únicas que ahora veo, expresa Rubén en su cumpleaños

Foto
Rubén Olivares, quien se inició en el boxeo profesional a los 17 años, muestra orgulloso sus recuerdos en la casa de la BondojitoFoto Carlos Hernández
 
Periódico La Jornada
Jueves 14 de enero de 2010, p. a13

Después de una vorágine de idolatría popular; de unos 2 millones de dólares que se esfumaron en alcohol, drogas, parrandas interminables, malos negocios y mujeres; de cuatro títulos mundiales y de elegantes casas en colonias residenciales... Rubén Olivares regresó al barrio.

Tuvo que pasar casi medio siglo para que el popular Púas retornará a la Bondojito, donde pasó niñez y juventud de penurias, de donde que salió por el dinero que le dejó la magia de sus puños, y lugar al que retorna tras recuperar una casa que ya le querían quitar, de la que los inquilinos se llevaron hasta la puerta del baño.

Al festejar este jueves su cumpleaños número 63 –“ponle 65 para que digan ‘qué bien te conservas cabrón’” –el Rey de La Bondojo está otra vez en casa.

En la colonia ya no se levantan polvaredas en los tiempos secos ni se forman lodazales en las épocas de lluvia. Ahora las calles están pavimentadas, con banquetas y las casas son de tabique, pero los recuerdos del popular boxeador permanecen intactos.

Olivares (14 de enero de 1947) nació en Iguala, Guerrero, pero desde pequeño su numerosa familia radicó al oriente del Distrito Federal, donde Rubén llegó a los tres años de edad.

Allí, en la Bondojito, el Púas desde muy pequeño abrió los ojos al mundo: sus peleas callejeras empezaron desde que tenía cuatro años; a los 12 le tosté las patas al chamuco, expresa coloquialmente para decir que fumó marihuana.

A los 13 dejó la secundaria después de haber cursado apenas un mes y a los 14 tuvo su primera experiencia sexual y conoció la cárcel por hacer alboroto en una fiesta a la que no había sido invitado.

Bien vividos

Pero su mundo cambió al entrar al boxeo profesional, a los 17 años. Ganó cuatro títulos mundiales, se convirtió en ídolo del pueblo y saboreó la riqueza, pero todo se esfumó luego de una vida disipada de la que ya no quiere acordarse. Hoy, a sus 63 años muy bien vividos, Olivares trata de sobrevivir.

Estoy muy endrogado, dice, y rehúsa entrar en más detalles: Me urge vender una propiedad en Tepejí del Río, de 2 mil 500 metros.

–¿Qué le queda?

–Me queda el cariño de la gente –dice con seriedad, aunque de inmediato agrega sonriente: ¡Ay cabrón, ya estoy como José Alfredo Jiménez!... pero esa es la verdad: me quedan más aplausos que dinero.

–¿De qué se arrepiente?

Luego de una pausa, el Púas responde lentamente: “De haber chupado mucho... gracias a Dios le paré, porque a veces peleé en deplorables condiciones…”

–¿Ya no toma?

–A veces un pulquito, un vino tinto, pero ya nunca más esas parrandas de una semana. Ya no.

–¿Y drogas?

–¡Las que tiene el país! Son las únicas drogas que veo…

La entrevista con La Jornada es en una casa de dos plantas que acaba de recuperar, ubicada a unas calles del Metro Bondojito. Abajo está una cervecería que manejan mis hijos, pero ya ves, hoy no abrieron. Se llama El Salón de la Fama, en honor de su mejor recuerdo boxístico.

“Lo que hice ya pasó, ya fue, como se dice. Logré cuatro campeonatos del mundo, pero lo mejor fue mi ingreso al Salón de la Fama en Canastota, Nueva York. ¡Cómo me quieren, cómo me tratan! Me dicen ‘vente para acá’, qué haces allá en ese lugar, con esos mexicanos transas y dejados?, pero a mí también me ofenden, verdad, porque soy mexicano”.

En el segundo piso de la casa las paredes están adornadas con fotos de su carrera, trofeos, guantes de box y diversas figuras talladas en madera, un oficio que aprendió desde niño y cuya venta le ayuda para irla pasando.

–¿Qué fue de los dos millones de dólares que ganó en el boxeo?

–No, no gané tanto, porque acuérdate que de las bolsas hay que darle al mánager, comer bien y gastar en muchas cosas. A mi familia le di casas y a pesar de eso muchos hasta me robaron. A un sobrino le pagué una carrera de licenciado y con esos estudios fue el que más me robó. Lo hice por ellos, para que salieran de jodidos, no para que me dieran algo después.

Silencio. Luego de una reflexión, el ídolo boxístico concluye dramáticamente: “Es triste, pero la gente siempre se me ha acercado a quererme chingar. Son muy contados los que me han dicho: ‘yo te ayudo’…”

Desconfianza y resentimiento son una constante en la plática.

Necesito un trabajador para que me ayude, pero no hay en quién confiar, la gente es muy deshonesta, dice, y señala su principal deseo: Sacar a todas las ratas que me he encontrado en mi vida.