Opinión
Ver día anteriorMartes 19 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Pedro Friedeberg. Erudito y fantasioso
L

a obsesión cultivada por los elementos arquitectónicos, al igual que el gusto por el ornamento, sitúan a este artista, de larga trayectoria, en el terreno de los proyectistas fantásticos. La exposición actual en el Palacio de Bellas Artes, comisariada por James Oles, se encuentra vigente hasta finales de este mes y entrega un abanico suficientemente amplio de su trayectoria, caracterizada por huir de lo pictórico en favor de lo lineal. Fue antecedida, en 2008, mediante la muestra individual Alucinaciones elitistas presentada en el Museo Cuevas, pese a que desde antes de que se verificara, existía el propósito de presentarla en el Palacio de Bellas Artes.

Se necesita alguna información para medianamente descifrar ciertos aspectos de su iconografía y eso ocurre en aquellos casos en los que el espectador se propone reconocer la orientación de algunas de sus composiciones. Por ejemplo: hay que saber que el quinteto La trucha es de Schubert, si uno pretende saber la razón por la cual un pescado, que más bien parece feto, toca en el piano Steinway en uno de sus dibujos tempranos (1952), recordar que la Casa Requena fue (y lo es ahora en la ciudad de Chihuahua) un monumento al art nouveau, o recordar los polígonos de Luca Pacioli que tanto entretuvieron a Leonardo da Vinci.

Pero son sus arquitecturas y el modo como las dispone las que llaman sobremanera la atención. A veces es posible detectar que el Tempietto de San Pietro in Montorio, que está en Roma, ofrece tres o más vistas, dos de ellas de canto y una central, aunque los demás elementos de esa composición sean –como tantos otros– híbridos constructivos, que a veces no tienen más función que abarcar un espacio que repulsa los vacíos, a no ser que éstos se conviertan en receptáculos de una proliferación, diríase cristalográfica de elementos.

Pedro Friedeberg nació en Florencia, y por tanto su acervo gráfico es pródigo en cúpulas de muy diferentes estructuras, puede ser que predominen las bulbosas, pero también las hay de media naranja, como si el autor no pudiera desprenderse de la presencia de la que corona Santa María de la Flor (ca 1425) que tantas otras generó. Se ve así que reafirma su arraigo de origen, aunque hubo de abandonarlo en la muy temprana infancia, pues en otras construcciones, como las diferentes versiones que reitera de la torre del Bargello, del Palazzo Vecchio o de la Capilla Pazzi. También hay reminiscencias de construcciones mexicanas, sobre todo de los quioscos de la Alameda o de aquel estilo moderno que se conoció como colonial siriolibanés, pródigo en recargamientos; igualmente llama a recolección los falsos arcos mayas en degradación, y presenta un museo de antigüedades prehispánicas.

Como es muy amante de la perspectiva rinde homenajes a LB Alberti, cuyos escritos pareciera conocer casi de memoria, y desde luego que también a las subversiones manieristas o barrocas, lo cual dota a sus composiciones de un buscado caráter op-art. Si se las mira con insistencia, puede sobrevenir un cierto mareo, producto de la percepción ambigua inherente a estos modos de hacer. Los diseños abocinados le son predilectos, y se diría que quisiera prolongarlos hasta lo abismal.

En las colecciones permanentes de los principales museos mexicanos hay obras de Friedeberg y generalmente están en exhibición, pero la exposición actual es, hasta donde recuerdo, la primera que reúne objetos, maquetas, muebles, no sólo las sillas que han sido reditadas, además de sus obras bidimensionales, que no llamaría propiamente pinturas, porque lo pictórico en sentido estricto está ausente de ellas, excepto en los casos en los que hace gala de sus dotes como acuarelista, que son por lo general de discretas dimensiones. Produjo una serie de partenonatos (así los llamó) respondiendo generosamente con su participación en una exposición de objetos insólitos que tuvo lugar en el Museo de Arte Moderno y posteriormente en la tercera de las exposiciones escultóricas en el propio Palacio de Bellas Artes, años ha.

Tal vez el cuadro más ambicioso –y paradójicamente sintético– de sus inquietudes sea Proyecto para la remodelación de Toluca (2006); todas sus obsesiones fantásticas están allí.

¿Friedeberg op, kitsch, posmodern, epígono del surrealismo? Todo a la vez, Carlos Monsiváis ha aludido además a su bárbara erudición.