Opinión
Ver día anteriorJueves 21 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Alianzas discutibles
U

na alianza contra el PRI en estos momentos parece urgente, sobre todo si su precandidato a la Presidencia para 2012 es el opusdeísta Enrique Peña Nieto. Más todavía si se toma en cuenta que es el elegido de Televisa y de la más alta jerarquía eclesiástica del centro del país. Sin embargo, esa alianza no quiere decir que los enemigos de mis enemigos sean mis amigos. Esto es una tontería. ¿Cómo explicar coherentemente que los perredistas se unan con los ultraderechistas del Partido Acción Nacional para derrotar a un PRI que poco se diferencia del blanquiazul? ¿Por una suerte de divide y vencerás?

Me temo que nuestros políticos ya perdieron la brújula, quizá porque la realidad se les escapó de las manos, se les adelantó y los tomó por sorpresa y ahora no saben qué hacer. ¿Divide y vencerás? Esto sería un argumento falso, y no sólo por simplificado. Al intentar separar al PAN del PRI lo único que se está haciendo es darle fuerza al primero en momentos en que su presencia estaba, como demostraron las elecciones de 2009, a la baja, en un declive preocupante para ese partido y para su presidente que reside en Los Pinos.

Antes pensaba que el tricolor, aunque fuera por pequeños detalles, era más progresista –valga el discutible término– que Acción Nacional. Ya no estoy tan convencido. Como partido actúa casi igual ante problemas como la separación entre Estado e Iglesia, el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y otros temas sensibles para las conservadoras iglesias que padece nuestro país y que cada vez son más influyentes. Lo mismo se puede decir sobre la orientación de las políticas económicas y sociales que ambos partidos defienden desde que el tricolor adoptó en los hechos el neoliberalismo como matriz ideológica. Por cuanto a la corrupción y los negocios turbios para familiares, amigos y colaboradores, no hay diferencia: todos son iguales o, si se prefiere, semejantes. En lo único que podrían ser diferentes es en que los priístas escuchan más a sus críticos que los panistas y buscan más la negociación que la imposición. Y aun esto está por verse, pues hay ejemplos que echan por tierra esta sutil diferencia (Oaxaca, Puebla y el mismo estado de México, para mencionar los casos más evidentes de intransigencia priísta gobernante).

El Partido de la Revolución Democrática perdió su capital político de 2006 por errores internos, y ahora aspira a seguir perdiéndolo por las alianzas que se ha propuesto con quienes debieran ser sus enemigos, si de verdad fuera un partido de oposición. La pregunta que deberían hacerse sus dirigentes es ¿oposición a qué? ¿Al gobierno de Calderón a la vez que realiza o busca alianzas con el partido del habitante de Los Pinos? Tal vez habría que inventar un nuevo diccionario o conocer el que los perredistas se inventaron para definir la palabra oposición. Ya no son oposición, seamos claros. ¿No están Ortega, Navarrete y otros intentando acuerdos con las iglesias, especialmente la católica, para –según ellos, supongo– no perder el voto de quienes viven la influencia religiosa en política?

Dichas iglesias, el PAN y el PRI serían, si los perredistas fueran coherentes, sus enemigos naturales, como debería serlo también, en el ámbito de las ideologías, el neoliberalismo. Pero no: quieren quedar bien con todo mundo, y esto no es lógico en un partido de oposición. Con todo respeto a su diccionario, en el que yo conozco la oposición se opone, y Perogrullo está de acuerdo.

La lógica que está siguiendo el PRD es muy riesgosa: por ganar votos está buscando alianzas con cualquiera, pues se espera que en la repartición algo le tocará. Y sí, algo le tocará, pero el precio podría ser muy alto. Si antes dije que no se ven diferencias claras entre PAN y PRD, salvo algunas muy pequeñas, con lo que están haciendo los perredistas tendríamos que concluir lo mismo en relación con su partido.

Lo que está ocurriendo es típico de los sistemas de partidos cuando éstos se corren al centro. La distinción entre el centro-derecha, centro-centro y centro-izquierda es algo que se ve con microscopio, y no todo mundo puede acceder a un aparato de precisión como éste. El centro es no compromiso, ambigüedad en principios y programa, pragmatismo y, por ende, oportunismo. Esto es lo que ocurre con el PRD y, para colmo, con sus aliados (relativamente) históricos.

¿Y la izquierda? Bien gracias, salió por la puerta de atrás y ni siquiera podríamos precisar el momento en que comenzó su salida del panorama nacional. Decir que es la izquierda que tenemos, y ni modo, no es consuelo para nadie. En estos momentos los perredistas en el gobierno, sin alianzas con sus enemigos o con los partidos que debieran ser sus enemigos, están haciendo más o menos bien su trabajo y diferenciándose de las derechas. El ejemplo del Distrito Federal (aborto y matrimonios de género) es elocuente, aunque hay otros rubros en los que no coincidiríamos. Pero dicho ejemplo no se repite de manera equivalente en otros lugares donde también gobierna el sol azteca. ¿Será Ebrard la diferencia o es el PRD? Tal vez Ebrard, a quien, por cierto, hay que reconocerle mayor firmeza en sus decisiones, aunque no todas las que ha tomado me simpaticen o me parezcan de izquierda.

Finalmente, ¿dónde quedó la supuesta refundación del PRD? No se hizo, sólo se cambió el FAP (Frente Amplio Progresista) por otro nombre, pero de igual contenido: Diálogo para la Reconstrucción de México, que se ha presentado con el desafortunado nombre de DIA (desafortunado nombre, pues si escribo DIA en Google me dará una gran cantidad de cosas menos el frente que ahora coordina Manuel Camacho Solís). FAP y DIA son lo mismo, pero con el nuevo nombre se espera (no es broma) que la división dentro del PRD y de éste con sus aliados sea superada.

Quiero dejar constancia de que no me estoy riendo. Al contrario.