Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de enero de 2010 Num: 777

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La utopía indígena de Ricardo Robles
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Ceniza azul y destello
HJALMAR FLAX

La desigualdad de México desde el True North
MIGUEL ÁNGEL AVILÉS

Nocturno de Charlottesville
CHARLES WRIGHT

Estados Unidos y los indocumentados mexicanos
RAÚL DORANTES Y FEBRONIO ZATARAIN

Una actriz de dos ciudades
RICARDO YAÑEZ entrevista con GABRIELA ARAUJO

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Monumento a los trabajadores, Hamilton, Ontario, Cánada. Foto: Jan Messersmith

La desigualdad de México desde el True North*

Miguel Ángel Avilés

En Vancouver, durante septiembre, miles de hojas muertas de maple y de otras especies cubren paulatinamente a la ciudad. En pocos días se forma un inmenso tapete vegetal de tonos rojo cobrizo, amarillo, naranja y café que nos recuerda que el otoño termina y el invierno se avecina pronto. Los trabajadores de la ciudad o city workers (delegaciones políticas para el caso del DF) semanalmente barren millones de hojas que los vientos y las lluvias acumularon. Equipados con máquinas que usan un motor a gasolina, los trabajadores hacen circular un chorro de aire que remueve las hojas que después son usadas para hacer composta. Ellos ganan el salario mínimo diario que se paga por hora; entre 10 y 12 dólares canadienses, más o menos, entre 121 y 145 pesos. Así, en ocho horas, un trabajador gana entre 80 y 96 dólares que son entre 966 y mil 160 pesos diarios. En el DF, en contraste, donde se aplica el salario mínimo tipo a (vigente desde el 1 de enero de 2009), la jornada de ocho horas se paga con 54.80 pesos; o sea, con 4.53 dólares canadienses.

Durante los años que llevo viviendo en Canadá, no me he acostumbrado al ruido ensordecedor de las aspersoras. Siempre he pensado que contaminan con sus gases. Pero barrer las hojas con escobas es simplemente impensable en todo Canadá, por una simple y sencilla razón: el trabajo manual es grotescamente costoso. Por ello, cuando miro las hojas acumularse, pienso en los trabajadores de limpia del DF. Aunque odiosa, mi comparación entre quienes limpian hojas de maple y quienes limpian porquerías inimaginables, no solamente revela la disparidad tan grande que existe entre las economías, los salarios y la calidad de vida entre México y Canadá. La comparación expone la terrible desigualdad social y de distribución de riqueza que nuestro país vive desde hace más de doscientos años.

Recientemente estuve en el DF y no puede evitar pensar que a mi regreso sólo el clima estaría cambiado: más frío. Las cosas seguirían igual. Cierto es que el crecimiento económico canadiense durante 2009 no generó el avance esperado, ni mucho menos creó suficientes empleos. El plan económico del primer ministro Stephen Harper ha sido seriamente cuestionado por su estrechez social, tanto por los partidos de oposición canadienses, el Liberal y el Nuevo Demócrata, como por los propios canadienses. Si bien existe preocupación y varios miles están desempleados, a pesar de todo, no pierden la esperanza de que en 2010 la crisis económica llegue a su fin. En sus mentes, en sus corazones y en sus economías, hay una luz de esperanza al final del camino.

Para México, el saldo que 2009 deja no es prometedor: 6 millones más de pobres, 7% de caída del PIB; 4 .5% de inflación en octubre, reducción en un 36% en los envíos de remesas, 0.035% del PIB destinado a ciencia y tecnología, aumento de impuestos, ejecuciones diarias, despilfarro de recursos públicos (léase CFE) y la lista me queda corta. Pero tal vez lo más serio de este panorama es la absoluta y general desesperanza que la gran mayoría de los capitalinos vive y siente todos los días. El ambiente se sentía más pesado de lo normal. A mis amigos y familiares y a todas las personas a quienes pregunté su opinión sobre las condiciones del país, todas, me contestaron: “Ay Miguel; estás muy acanadienzado. México no cambia, ni cambiará.” Otros me dijeron: “Todo va de mal en peor.”

No creo en las generalizaciones, pero en cierta medida se puede decir que el DF es un termómetro de lo que ocurre en el resto del país. Por su parte, casi por unanimidad, radio, prensa, televisión e internet comentan las graves condiciones por las cuales atraviesa México, en la víspera de su Centenario de la Revolución y el Bicentenario de la Independencia. Incluso, algunos analistas han expresado que las condiciones sociales actuales están al borde del colapso, de tal forma que pueden ocurrir actos violentos durante 2010. En medio de la peor farsa política del PRD representada por Juanito y la ambición de una clase panista en el poder que todo lo mira con el cristal de lo económico pero sin cultura, sin educación y sin ciencia, terminó 2009. Utilizando un símil de Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), quien escribiera en 1888 que los mexicanos damos personalidad a los años, para mí 2009 fue “Don Desigualdad.” En las mentes, en los corazones y en las economías de millones de mexicanos, no hay una luz de esperanza al final del camino.

Visité algunas librerías del DF y me encontré con una colección de lúcidos ensayos escritos por el historiador Mauricio Tenorio Trillo (Historia y celebración. México y sus centenarios, Tusquets, 2009). Leo: “México es la historia atrapada sin remedio en la tradición, resignada a buscar sin fin la salida de sus circunstancias atávicas.” Sin duda, el análisis de Tenorio Trillo es controvertido. Además, plantea el reto de pensar la historia fuera del espacio tradicional mexicano para cuestionar los persistentes atavismos nacionales en la víspera de celebraciones y de centenarios. Como Tenorio Trillo, también estoy decepcionado de lo que hasta ahora he visto que pretenden ser los festejos oficiales para 2010. La reflexión histórica está ausente y continúa el oficialismo. Por ello quiero detenerme en uno de los asuntos que los centenarios y bicentenarios deberían encarar y pensar: la desigualdad. Uso la pregunta que hace Tenorio Trillo: “Queda por preguntarse, a la luz de lo que viene, ¿cuál es la historia no de la desigualdad sino de la bestial desigualdad mexicana?”

Ciertamente, la desigualdad mexicana es bestial. Duele, da rabia, repugna. Es el “horror” que el capitán Kurtz, personaje de la novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, expresara ante la colonización brutal de África por las potencias europeas de finales del siglo XIX. La desigualdad mexicana se traduce en la injusticia económica de un país regido por menos del diez por ciento de los mexicanos. México, como lo fuera el Congo para el Rey de Bélgica, Leopoldo II, es el negocio personal de algunos políticos y empresarios voraces y sin escrúpulos que durante décadas han explotado al país. Tenorio Trillo dice que “la desigualdad no la inventaron los porfirianos, ni los corruptos socialistas postrevolucionarios, ni el neoliberalismo, ni el Foro Mundial Internacional (FMI). Más bien nadie ha querido o podido aminorarla, aunque sí han podido hacer de México una de las economías más grandes del mundo”. Sí, no hemos podido aminorar la desigualdad. Pero esta gran economía mundial mexicana no reparte igualdad ni distribuye riqueza a 50 millones de mexicanos. Para los congoleses, los frutos no fueron ni el marfil ni los diamantes, sino la miseria y la amputación de sus manos si osaban robar o dejar de trabajar. En México, las manos de los trabajadores migratorios temporales que pizcan las moras y las frambuesas en los campos de Abbotsford y Langley en Columbia Británica, están encallecidas y curtidas por el frío y por las jornadas de trabajo. Esas manos envían cada vez menos dinero a sus parientes en México. ¡Qué ironía! ¡Qué vergüenza tan grande, que los dineros de los mexicanos migrantes, legales e ilegales, sean parte del PIB!

La necesidad de repensar la historia común y entrelazada entre México y Estados Unidos por la migración y la desigualdad, es uno de los temas de reflexión que Tenorio Trillo postula para 2010. Celebro su tenacidad crítica. Además creo que 2010 es un gran parteaguas para cuestionarnos en dónde estamos y qué futuro queremos. Para profundizar en la integración económica y en la violencia que existen desde Canadá hasta Argentina. Rompamos, como dice Tenorio Trillo, con las diferencias entre civilizaciones y usemos nuestra imaginación para repensar y reescribir la Historia. Faltan muchas otras revoluciones mexicanas, como, por ejemplo, la industrial o la de género. El Centenario y el Bicentenario no son propiedad oficial. Tampoco pertenecen a ningún partido político, ni a ninguna universidad pública o privada. Tampoco a los grupos de académicos, oficialistas y no oficialistas, mexicanos o mexicanistas extranjeros. La reflexión histórica es de y para todos. La historia que cierra sus ciclos en 2010 es la de la desigualdad rampante. Esa es una de las tantas lecciones y tareas que se irán sumando a las muchas otras que nos propongamos.

Mientras escribo, el ruido de los aspersores se filtra por las ventanas de mi casa. Los city workers continúan removiendo hojas de maple. Imagino al DF en su brutal cotidianidad. 2010 debe ser un espacio para imaginar salidas, para intentar soluciones, como dice Tenorio Trillo, “aunque fracasen”. ¡Pero hagamos algo ya! Imaginemos el futuro.

*The True North, strong and free o “el verdadero norte, fuerte y libre”
es una estrofa del himno nacional canadiense.