Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de enero de 2010 Num: 777

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La utopía indígena de Ricardo Robles
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Ceniza azul y destello
HJALMAR FLAX

La desigualdad de México desde el True North
MIGUEL ÁNGEL AVILÉS

Nocturno de Charlottesville
CHARLES WRIGHT

Estados Unidos y los indocumentados mexicanos
RAÚL DORANTES Y FEBRONIO ZATARAIN

Una actriz de dos ciudades
RICARDO YAÑEZ entrevista con GABRIELA ARAUJO

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Luis Tovar
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La teta asustada y el espectador desavisado

Ganador, entre otros reconocimientos importantes, del Oso de Oro y del Fipresci en el pasado Festival Internacional de Cine de Berlín, así como reconocido en los festivales de Guadalajara, Bogotá y La Habana, La teta asustada, segundo largometraje de ficción escrito y dirigido por la peruana Claudia Llosa –Madeinusa, 2006– es, como lo fue su también multipremiada ópera prima, un relato en el que puede apreciarse la poco usual combinación fílmica de fuerza y ternura, de crudeza narrativa y elegancia formal.

Dueña de una soltura tal que cualquier espectador desavisado puede imaginarla en posesión de una filmografía dilatada, esta oriunda de Lima, nacida en 1976, deposita en el personaje llamado Fausta –interpretado por la aún más joven Magaly Soilier, quien ya había trabajado con Llosa– prácticamente la totalidad no sólo del peso visual del filme sino también, por ende, un porcentaje casi total de la carga dramática de la historia que se cuenta. Siendo esta última descarnada, y toda vez que se le desarrolla sin concesiones pero también sin esas tramposísimas recaídas melodramáticas a las que tan dado es cierto cine contemporáneo cuando aborda temas escabrosos, Soilier se revela como una auténtica virtuosa en las artes del histrionismo, mientras la directora se confirma como una realizadora vigorosa y propositiva.

A este sumaverbos, como de seguro a buena parte de los improbables lectores de estas líneas, le ha ocurrido toparse aquí y allá con la consabida –y para Uno más bien poco justificada– alegría que a Muchagente le produce saber que tal o cual película es candidata a ganar un premio Oscar, como es el caso de esta teta asustada. Al parecer inevitable, dicho entusiasmo tiene aparejada la incontinencia verbal del entusiasta, que nada hace por sofrenar la lengua y no contar, casi que completita, la trama de un filme que no sólo merece, como toda película importante, ser vista sin que el público llegue a ella previamente aleccionado en función de todo lo que suele venir luego de la pregunta “¿de qué se trata?”, misma que Mediomundo suele disparar en contra de su interlocutor –presente ya sea en persona, en papel o en pantalla–, con evidentes y más bien contradictorias ganas de llegar a la sala de cine sabiendo de antemano a qué se va a enfrentar. En otras palabras, Mediomundo hace cuanto puede para evitarse la inusual delicia de ser estética y narrativamente sorprendido, mientras que Muchagente se muere de ganas por demostrar sus dotes sinópticas: dios los hace y ellos se juntan.


Magali Soilier

Por todo lo anterior, y porque algunos parecieran estar convencidísimos de que en ese binomio comodón están obligados a consistir ejercicios como éste de escribir sobre cine, hay una sobreabundancia de textos en los que se dice a qué se refiere el título del filme, explicación seguida de una pormenorización artera de las condiciones sociales, culturales y anímicas de Fausta y del entorno que la rodea, seguida de una referencia que se quiere exhaustiva de todo lo que ocurre en la historia. No por contrerismo, sino por ganas de dejar en posesión del espectador la maravilla de ir a ver una película sin saber previamente “de qué se trata”, este juntapalabras omitirá todo aquello que supuestamente no debería omitir, prefiriendo concentrarse –mejor dicho, limitarse– a citar dos escenas que de ningún modo develarán la trama.

Una de dichas escenas, filmada en algún punto geográfico que no podría parecerse menos al opulento barrio limeño de Miraflores, permite ver a Fausta, con la soltura de quien ha hecho lo mismo miles de veces, subir por una escalera desnuda, sin barandales ni cosa parecida, a mitad de una cuesta monda: ni un matojo, ni un árbol; nada, sólo gente que, como Fausta, se dirige hacia un arriba estrictamente físico-espacial, pues los que son como ella carecen de cualquier posibilidad de ascenso, como no sea el de las lomas a las orillas de las ciudades, encaramadas en las cuales sobreviven a gobiernos, modelos económicos depredadores, guerrillas que viran al terrorismo –verbigracia Sendero Luminoso– y otras linduras del capitalismo salvaje.

La otra escena, filmada en una toma cenital de noventa grados sobre el camastro de Fausta, resume en un solo golpe visual el horror que aquella ha experimentado, según las consejas populares, incluso antes de su nacimiento. Lo que hay debajo de la cama de Fausta, más el resto de La teta asustada, deberá averiguarlo el amable lector en una sala de cine, pero deberá hacerlo tan pronto como pueda porque, con toda seguridad, la cinta no durará lo que debería en cartelera.