Opinión
Ver día anteriorMartes 26 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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l nuevo Estado de bienestar para Estados Unidos, y un nuevo arreglo político institucional más equilibrado con el mundo, American dream de la campaña electoral de Obama, se desdibujan con rapidez.

No pudo desprenderse de los halcones que viven de la guerra, y hubo de continuarlas con un Premio Nobel de la paz en las manos que se ha quedado vacío de contenido.

El enfermo sistema de salud ha quedado varado, con dos propuestas distintas –ninguna de las dos es la de Obama–, una en la Cámara de Representantes y la otra en el Senado. La pérdida de un escaño en el Senado, el de Massachusets, empeorará las cosas para el proyecto de reformas de ese sistema, y para otras reformas.

El presidente estadunidense, en tanto, ha debido descuidar el complejo proceso de conciliación de los dos proyectos de salud, cuestión por él mismo reconocida. Estábamos tan ocupados haciendo nuestras tareas e intentando superar la crisis aún pendiente que perdimos la percepción para hablar de las cosas que preocupan a los estadunidenses, dijo refiriéndose a los efectos negativos sobre los electores de esa pérdida de percepción.

Entre tanto, Obama, que llegó a Washington decidido a reducir a fondo la influencia de los famosos lobbies en la política, veía con las manos atadas como ése, que era uno de sus grandes objetivos, quedaba prácticamente anulado por la Suprema Corte, la que eliminó con su sentencia la intención de Obama de establecer límites severos a las empresas en el financiamiento de campañas electorales. En su mensaje sabatino tuvo una vehemente pero impotente reacción: El dictamen [de la Corte] es un duro golpe a la democracia dijo, y prometió intentar revertir la decisión. El fallo, dijo el presidente, abre las puertas a la entrada de una cantidad de dinero ilimitada procedente de intereses especiales.

Y por si fuera poco, Obama ha debido continuar absorbido con la atención concentrada en la crisis con decisiones inciertas y que conllevan un buen número de nuevos problemas.

Así como no pudo el nuevo presidente zafarse de los halcones de la guerra, tampoco lo ha podido hacer de los buitres de Wall Street. En 1913 Estados Unidos hizo un diseño del sistema financiero por el cual el Estado no puede conducirse como tal frente al poder de los banqueros. El gobierno de cualquier Estado, en el que se mezclan la sociedad civil y la sociedad política junto con los funcionarios de ese gobierno, va perdiendo sin remedio su carácter de Estado y su poder de gobernabilidad.

El capitalismo es, por naturaleza, una multiplicidad de intereses divergentes y contradictorios. El Estado ha de contar entonces con los instrumentos precisos para sintetizar, conciliar y mantener equilibrios que demandarían una clara separación entre gobierno y particulares. En Estados Unidos, hace ya mucho tiempo que los intereses particulares entran, salen, se renuevan, como cabezas de grandes parcelas de la administración pública. Generales y ministros de la defensa son propietarios de inmensos intereses del complejo industrial-militar que producen las municiones. La guerra es su negocio.

Con mayor razón con el peculiar estatus jurídico del área financiera. En Wall Street se forman los secretarios del Departamento del Tesoro, los gobernadores de la Reserva Federal (la Fed) y, por supuesto, los miembros del poderoso Federal Open Market Committee (FOMC), brazo operativo de la Fed. Ésta, que es el banco del Estado, la banca central, contra lo que suele pensarse, es un banco privado. Aún así, la Fed la dirige una junta de gobernadores (7), de los cuales uno de ellos es el presidente, y todos son designados por el presidente de la República y ratificados por el Senado. Pero esta junta tiene el estatus de agencia gubernamental independiente. El presidente de la junta puede destituir a un gobernador, sin intervención del Presidente de la República. Lehman Brothers, Goldman Sachs, JP Morgan Chase y muchos otros grandes bancos han sido permanentes proveedores para los puestos de la Fed y del FOMC.

Obama llegó preso de las ideas de Bernanke –voz mayor de la Fed–, Hank Paulson (el rescate de los bancos lleva su nombre), y de Tim Geithner (actual secretario del Tesoro). Bernanke tenía la particularidad de no provenir del sistema financiero, sino de la academia. Es ahora una de las mayores críticas que recibe: no proviene de una institución privada. Pero con Bernanke la Fed toleró que los bancos cometieran los peores latrocinios llamados innovaciones financieras. No es extraño que la revista Times lo nombrara el hombre del año (el dizque salvador de la crisis financiera), y al mismo tiempo la encuesta que Times hiciera sobre Bernanke encontró que era rechazado por todos los estados de la Unión, con excepción de Wyoming y Dakota del Sur, pese a que era el candidato propuesto por el propio Obama para continuar en la Fed. Bernanke está a punto de quedar fuera del juego aunque hoy se declare el mayor regulacionista.

Obama ahora intenta una reforma financiera probablemente precipitada apoyándose en Paul Volcker –que había criticado a la Fed desde 2005–, y lo hace violando los acuerdos que tuvo con el G-20, de realizar una reforma financiera global internacional.

Obama se empantana, entra en choques con el mundo, y su popularidad interna resbala sin solución de continuidad.