Opinión
Ver día anteriorLunes 1º de febrero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El imperio contrataca
S

e ha celebrado el esfuerzo de los países latinoamericanos que toman distancia del imperio, buscando nuevas vías a un desarrollo que sea independiente y distinto, y genuinamente democrático, sin limitarse a repetir la democracia estadunidense, secuestrada por los grandes intereses económicos que subordinan las instituciones del país.

La historia de nuestros pueblos ha exigido esa distancia y hasta una ruptura: desde las prácticas de explotación al estilo de la United Fruit Company, hasta las nuevas formas de dominio de los sistemas financieros, pasando por el horror de las dictaduras militares.

La distancia ha comenzado a construirse también mediante nuevas instituciones. Las principales: Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), Alternativa Bolivariana para las Américas (Alca), Banco del Sur, que buscan la autonomía política y económica de nuestros países, sobre todo en el sur, y alejarse del dominio del Consenso de Washington, del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM).

Pero el imperio no tolera ninguna disidencia en lo que pretende su área natural de influencia (su patio trasero). Hay muchas señales que lo indican. Claro que ante los profundos procesos sociales y democráticos que ha vivido buena parte de Latinoamérica en las dos décadas recientes, no es fácil intervenir al viejo modo de los golpes de Estado en tiempos de la guerra fría. Hoy esa forma de intervención parece excluida; sin embargo, es claro que no resulta aceptable para el imperio que la región se sustraiga de su dominio, tampoco por la vía de la decisión popular y democrática de nuestras naciones. Henry Kissinger, ese genocida que alcanzó el Nobel de la Paz, dijo refiriéndose al Chile de Salvador Allende: Es inaceptable que el socialismo llegue a Chile, lo cual muestra simplemente la irresponsabilidad del pueblo chileno. El dicho sigue vigente para los líderes del imperio.

La Cuarta Flota sigue con vida y un tratado internacional reciente concede a Estados Unidos el derecho de instalar siete bases militares en Colombia: sus militares y civiles tienen el derecho de entrar y salir libremente del país, con apenas una identificación, sin pasaporte, y sin que los estadunidenses residentes en Colombia puedan ser llevados a los tribunales civiles o militares, no importa cuál sea su delito, y con el pleno derecho de internar o sacar del país cualquier cargamento sin fiscalización de las autoridades: una verdadera anexión y una real impunidad.

El bloqueo económico a Cuba sigue esencialmente inalterado, no obstante la masiva votación año con año en la Asamblea General de Naciones Unidas exigiendo que se levante (en 2009 la totalidad de los países del mundo, salvo Estados Unidos, Israel y Micronesia). Y hoy mismo la práctica ocupación de Haití, a raíz de la tragedia, por miles de marines. Como es obvio, la ocupación armada no se explica por motivos de seguridad o ayuda humanitaria, sino se trata claramente de asegurar el control territorial de la zona. En la práctica, una nueva base militar estadunidense que no abandonará su posición.

Hay dos modelos recientes que definen el estilo del contrataque del imperio: el de Honduras, con un golpe militar legalizado post factum, y el del respaldo político y económico a las oposiciones de la derecha, como ocurrió hace apenas una semana en Chile.

En el primer caso, fue claro el apoyo a los golpistas legales de Tegucigalpa, simplemente por el hecho de que Estados Unidos jamás condenó claramente el golpe, sino más bien dejó hacer y pasar hasta que se consolidó para ellos una cómoda transición. A pesar de que innumerables países latinoamericanos y europeos retiraron sus representaciones diplomáticas, el gobierno de Obama supo disimular y de su silencio táctico resultó la permanencia de ese golpe con supuestas bases jurídicas, y la consolidación de un nuevo orden legal en el país.

En el caso de las elecciones chilenas resulta increíble la vuelta al Palacio de la Moneda del pinochetismo más extremo. Para muchos, el ejemplo de estabilidad y progreso lo representaban la Concertación y el socialismo chileno; ahora vemos que el último resultado electoral debe situarse en la columna negativa de la Concertación, ya que su abandono de cualquier perspectiva de reformas sociales profundas propició que regresara al poder la extrema derecha. Por supuesto, el neoliberalismo continuó rampante. Atilio Borón dijo apenas: siempre se prefiere el original a la copia.

En estos casos, por diferentes vías, pero con el beneplácito de Washington, se eliminan los supuestos regímenes reformistas y se impone la regresión a los sistemas oligárquicos, pura y llanamente. El contrataque imperial de hoy, en contra del reformismo latinoamericano, es una señal por demás ominosa y es motivo de la principal preocupación nuestra.

Los países que han avanzado por el camino de la emancipación del imperio, y más aquellos cuyo horizonte es más radical que el simple reformismo, constituyen hoy la principal inquietud latinoamericana. Al imperio no le interesa grandemente América Latina, dicen algunos probablemente con razón, puesto que no encabeza su orden de prioridades, pero eso no significa que nos haya olvidado en su ambición de dominio mundial. No podemos olvidar que los ojos del águila también están puestos en su patio trasero, y tampoco que sólo las luchas populares y la unidad podrán detener sus ambiciones sin freno.