Opinión
Ver día anteriorLunes 8 de febrero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
Castella sibarita de la estética
E

n el centro del ruedo de la Plaza México parecía palpitar con ritmos de la época de oro del toreo en México, Sebastián Castella. Después de inmortalizar al séptimo toro de la noche con un toreo de tonos gratos, luminoso, en cuya muleta parecía dormir un eterno sueño de leyenda del toreo eterno. El francés hizo palpitar con desconocidos ritmos de alegría y de pasión a una afición que medio llenó el coso en su 64 aniversario, y que vivió intensamente su torear con la mágica maravilla de su temple y mando, natural, muy natural, en la relajación total. Todo esto a un novillón de Los Encinos que literalmente planeaba, codicioso y con el que falló a la hora de usar el estoque.

Embrujador toreo de Castella que fue poesía pura, en la quietud bruja de la fría noche. Ante el mágico hechizo de su toreo, los aficionados parecían despojarse de los lazos que lo sujetan a la vida moderna y vivir el toreo de siempre: el de parar, templar y mandar a los toros de Los Encinos de encastada nobleza, a pesar de que los primeros tres vinieron a menos por su debilidad. De todos modos bravos con los caballos, destacaron el cuarto y el séptimo de la noche. El cuarto desarrolló sentido, desbordó a Rafael Ortega y lo mandó a la enfermería. El negrito en el arroz fueron dos toros devueltos al corral por falta de trapío y tipo anovillado, uno de ellos de Los Ébanos, que provocó un caos en el coso.

Posteriormente del fondo del oscuro redondel surgía la figura maestra de Castella. Así iban naciendo a la luz de las lamparillas del coso, pases de encanto y poesía; ayudados, naturales, adornos, mientras que el viejo reloj iba lanzando sus campanadas inaudibles que decían al espíritu de los aficionados el toreo soñado. Apoteosis de Sebastián Castella que se teje a las grandes faenas del toreo en México con los hilos encantados de la leyenda. Faena en la que parecía que el tiempo se había detenido y todo yacía dormido, silenciosamente bajo el peso de la tradición. El alma del toreo renació con todo su esplendor en el ritmo aterciopelado de los pases de Sebastián en especial tres pases naturales que fueron torería pura y prolongaban esa dulce melancolía que caracteriza al torero francés sibarita de la estética.

Gratamente reaparecieron la tarde de ayer los toros de La Punta, que transmitieron la sensación de peligro al tendido y que desbordaron a sus matadores.