Opinión
Ver día anteriorLunes 8 de febrero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
¿La Fiesta en Paz?

Taurinos confundidos

H

arto confirmadora resultó la kermés taurina del 64 aniversario de la Plaza México, la más grande, cómoda y tonta del mundo, por los sainetazos que allí se protagonizan cada vez con más frecuencia, como triste reflejo de un país que perdió el rumbo y la idea de sí mismo, no se diga de la esencia del toreo.

Al entrar al coso, un aficionado –“la fiesta de toros es inmortal, no tiene fronteras y la dañan cuando se le cuestiona como lo hacen ustedes en La Jornada”– me reclamó el haber calificado a la plazota como la más tonta del mundo en la exasperada crónica del primero de febrero.

Se necesita ser muy ingenuo, le dije, para caer en la modalidad impuesta por la desaprensiva empresa. ¿Te parece desaprensivo arriesgar su dinero para conservar una tradición que casi nadie apoya?, cuestionó engallado. El problema, respondí, no es arriesgar un dinero que les sobra y que no saben multiplicar en beneficio de ese espectáculo, sino haber desviado la atención del espectador hacia objetivos extrataurinos.

Como el aficionado pusiera cara de explícamelo con manzanas, agregué: para el empresario de la Plaza México la pasión de la fiesta reside ahora en que el público se ponga a exigir orejas al sumiso juez en turno y que éste las suelte independientemente del comportamiento y trapío del toro y la labor del torero. Pero el público, es el que paga, ¿no?, repuso él. Adquirir un boleto no da derecho a demandar premiaciones sin ton ni son y lo único que se ha conseguido es abaratar las orejas en la Plaza México, no aumentar el interés por el espectáculo, y mejor me despedí.

Por enésima vez la gente salió defraudada en la corrida de aniversario y los especialistas, fingiendo un asombro cínico, preguntan por qué se ha dejado de ir a los toros. Precisamente por las gravísimas alteraciones que han sufrido la visión empresarial y el arte de la lidia.

Las empresas pagan pero no mandan, al menos a los figurines importados, y aceptan que éstos impongan ganado cómodo, fechas y alternantes, así sea en detrimento del espectáculo, pues batallan el doble para emocionar con los toritos de entra y sal. Los ganaderos de los figurines se han perdido en su búsqueda pueril de la toreabilidad que sacrifica bravura y fuerza, para reducir la tauromaquia al toreo de salón, posturista y de falsa estética. Y la autoridad se pliega a cuantos confunden emocionar con divertir. De lujo todos, pero sin lucidez no hay fiesta.