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Son de Madera, 20 años, más belleza al mundo
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Son de Madera y El Negro Ojeda, en pleno canto y zapateo, en el Teatro de la Ciudad, el sábado 6Foto Pablo Espinosa
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Periódico La Jornada
Sábado 13 de febrero de 2010, p. a20

Puntea la jarana, despunta el día, apunta el poema, que canta: En una flor de amapola/ vi llorar un cascabel/ era de plata su cola/ su colmillo de oropel/ y viento su alma sola.

Rezumba, ay, cómo rezumba y suena, con su tralalá y su batir de alas y moler de olas del mar, en cuanto el trino del ave anuncia que está por aparecer la dama de los dedos color de rosa, la aurora, porque aaaaaayyy qué bonito es volar a las dos de la mañana/ volar y dejarse caer/ en los brazos de una dama.

Versos, versadas, jaranas, décimas, decimeros, tarima, música con los pies y con el alma.

El sábado anterior llegó más alegría al mundo: el grupo Son de Madera festejó 20 años de cantar y hacer sonar el misterio de la vida y sus encantos y presentó su más reciente disco, Son de mi Tierra, publicado por el prestigioso sello especializado Smithsonian Folkways Recordings, el sábado anterior en el Teatro de la Ciudad, con tremendo guateque, jolgorio, fandango, un caudal inagotable de belleza desde jaranas, clavecín (no te claves, clavecín), guitarra panzona o leona, hermosas mujeres haciendo música con los pies, con los ojos, con los velos y las oscuras cabelleras.

(rezumba en los framboyanes) (aaaaayyy, trarará/ rezumba y pena)

Tres Zapotes, Chacalapa, Xalapa, Tierra Blanca, Minatitlán, Tlacotalpan, Mexico City. En la página 7 del cuadernillo que acompaña (así son los cuates y los cuadernos de doble raya: acompañan, siempre nos acompañan) al flamante disco de Son de Madera esplende un mapa de México donde se señalan los puntos anteriores, Mecas del son jarocho, cunas de poetas, jaraneros, repentistas, músicos del corazón.

Ramón Gutiérrez Hernández ha logrado maestría en su guitarra de alambre, su cinco zapotero y su canto, mientras que al maestrísimo Andrés Tereso Vega le rezumba el mango con su jarana tercera, armónica y en su canto, en tanto Rubí Oseguera enceguece a los mortales y trae más belleza al mundo encima del tablado: sus pies mueven las solfas que se agitan como danza de agua saltarina, mientras Juan Pérez le tunde sabroso a su Baby Bass.

Ellos son Son de Madera, uno de los agrupamientos fundamentales en el actual renacimiento de la cultura del son jarocho. Hace 20 años la realidad nacional y la realidad del mundo eran, por supuesto, diferentes. El paso del tiempo acusa en este caso más bondades: ese recorrido de dos décadas, muchos discos, fandangos, jornadas intensas, se puede resumir, mostrar y demostrar con la calidad enorme que contiene su nuevo disco. Ah, y la demostración básica de estos 20 años de fruto y flores: el mundo ahora, merced a esta música, es aún más bello.

Trece sones jarochos 13 contiene el nuevo disco: desde Las poblanas, el track uno, hasta el Trompito, track último, pasando por La totolita (una totolita tuve/ morena como la miel/ enamorado estuve/ de su sabor y su piel), nacida de la escucha de la radio en el puerto de Veracruz, el Torito abajeño (clásico entre los clásicos: este torito que traigo, lo traigo de San Miguel/ ahi lo vengo manteniendo con un chorrito de miel/ lázalo, lázalo que se te va/ échame los brazos mi alma/ si me tienes voluntad), por supuesto El cascabel (rezumba en los framboyanes/ rezumba en el corredor/ rezumba en los tulipanes/ el cascabel del amor), el oratísimo y jarocho Jarabe loco (el campo despierta/ flores y palomas/ y garzas morenas/ que no vuelan solas/ porque en el recuerdo/ llevan amapolas/ también lirios/ y surtidas rosas/ y los carpinteros/ suñan tercerolas/ por el monte viejo/ de ce-dro y caoba/ para que la vida/ se cuaje en aromas), desde luego que el Siquisirí, una versión majestuosa de La bamba, el Buscapies y el majestuoso Toro zacamandú.

Todas esas obras maestras que contiene este disco, además de otras joyas, sonaron el sábado en el Teatro de la Ciudad, donde desfilaron estrellas rutilantes del universo del son jarocho en el escenario y también en las butacas y en los butaquitos.

Subió el maestro don Delio Morales Vidal, artífice de la guitarra leona, o panzona, y puso a cimbrar las mismísimas cimientes y los simientes (y si mientes, es que no eres jarocho, caracho) y despertó a los bellos durmientes mientras el tren pasó por encima en cuanto el buen Tereso sacó su armónica y eso empezó a sonar como Bob Dylan en pleno Papaloapan.

Es tan hermosa la música jarocha que en cuanto suena uno sueña y en sus sueños aparece un clavecín (no te claves, clavecín) pero el sueño es diurno y es, ay cómo rezumba y suena, la puritita realidad porque a la izquierda espectador, derecha actores, esplende un clavecín al borde del proscenio del Teatro de la Ciudad y esto más barroco no puede ser. Un acorde más y eso empezaría a sonar a Scarlatti comiendo ostiones en Alvarado en una mesa donde departe El Cura Rojo, don Antonio Vivaldi surtiéndose un Levantamuertos mientras desciende de una barca el mismísimo don Alejo Carpentier que exclama, gratamen-te sorprendido: ¡esto sí que es lo real maravilloso, hermano!, tan jarocho don Alejo que se aleja en entresueños porque ahora se suma Natalia Arroyo con su violín en quejido y Dalmacio Cobos le tupe a la jarana tercera y Juan Domingo Rogel hace barritar un sax y Aarón Cruz desliza sedas y vapores en su contrabajo y Annahí Hernández añade más música de pies sobre el tablado zapateado y Hebe Rosell pone el Soul en Sotavento y Octavio Rebolledo se trepa hasta las meras alturas de este ejército de instrumentos, música y músicos, con tremendo marimbol y, señoras y señores, con ustedes el maestro fundacional, don Salvador El Negro Ojeda, que cobra juventud en cuanto empieza la música y la hoguera ya no se apaga, porque esta ceremonia había comenzado así: permítanme comenzar/ empiezo por saludar/ con la música y el verso/ y aunque el mundo esté disperso/ aquí les vengo a cantar, y si algo comienza así de bien pues sencillamente nunca puede acabar, como la vida, siendo además tan hermosa.

Veinte años de Son de Madera. Nuevo disco.

Cierre los ojos, querido lector, escuche esta música jarocha, abra los ojos: cierto, ciertísimo: el mundo es ahora más hermoso.