Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 14 de febrero de 2010 Num: 780

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Falsa memoria de la nieve
GUSTAVO OGARRIO

Dos poemas
PANOS K. THASÍTIS

Cuando los recuerdos pesan demasiado
MARCO ANTONIO CAMPOS

La Cincuentena
PIEDAD BONNETT

Nadie sabe de amor si no ha perdido
ÁNGEL GONZÁLEZ

Confesiones de un Quijote
JUAN MANUEL ROCA

Dos poemas inéditos
LUIS GARCÍA MONTERO

Vista cansada o por sus versos
JOAQUÍN SABINA

Luis García Montero
JUAN GELMAN

Entre lo maravilloso y lo cotidiano
OCTAVIO PAZ

Un poeta que habla en medio de la plaza
RAFAEL ALBERTI

El teatro es vocación y convicción
RICARDO YÁÑEZ entrevista con
ZAIDE SILVIA GUTIERRÉZ

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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La Cincuentena

Piedad Bonnett

El título Cincuentena, que el conocido poeta Luis García Montero ha puesto a su reciente antología, publicada en Ediciones El Tucán de Virginia (2009), no equivale simplemente a un guiño que nos remite, con humor, a La centena, de Octavio Paz; ni es apenas una curiosa manera de limitar su selección haciendo coincidir su edad con el número de poemas escogidos; es, sobre todo, un título que se acomoda perfectamente a una poesía que, desde siempre, ha estado permeada por el tema del tiempo, el mismo que hoy instala al poeta en una madurez que lo lleva a mirar hacia atrás y a hacer balances definitivos.

Es así como, a medida que leemos, vamos descifrando una vida que, si bien se expresa casi siempre desde la experiencia íntima, nos recuerda también que ha estado siempre ligada a la historia de España, lugar donde nació en 1958 García Montero.

El primer poema de la antología hace ya referencia a un mundo ido; en formidable verso el poeta nos anuncia: “Hablo de aquellos tiempos honestamente rotos.” Y si bien aquí se refiere a la época de sus primeros versos, esos tiempos rotos pueden ser mucho más amplios y abarcadores: los de sus días en un colegio en cuyo patio había un “mapa de océanos y mundos”; los de su primera juventud, “cuando los merenderos de septiembre/ dejaban escapar sus últimas canciones”; los de su primer amor, amor equivocado que evoca con benevolencia diciendo “aquella casa no era mía”; o los de sus cuarenta años, que asoman repentinos en una fotografía. Pero son también los tiempos de Jovellanos “prisionero y enfermo y derrotado”, o los de “el Madrid bombardeado” del '36, o los de “los himnos, los santos y el Caudillo”.

Y es que la memoria sostiene buena parte de esta poesía, como él mismo reconoce: “Al recuerdo se vuelve igual que a los veranos,/ con ganas de tocar el mar,/ como un tiempo más nuestro,/ la leyenda arruinada del nosotros más puro…”

De ahí que en sus versos una y otra vez se mencionen las estaciones, los nombres de los meses, los amaneceres y los anocheceres, para señalar la rueda girante del tiempo que no se detiene, la recurrencia de lo mismo que sin embargo engendra lo distinto. Y detrás, casi como una constante, Granada, su ciudad, evocada, no desde su condición legendaria, sino como el lugar de la cotidianidad, con sus bares y sus balcones y sus tiendas. El espacio de lo familiar y del amor, tocado por el sol, por la lluvia y por el agua: agua real atravesada por puentes, y también simbólica, cargada de sentidos.

La poesía de Luis García Montero quizá sea nostálgica pero no romántica. No podría serlo porque no hay idealización ninguna en la mirada, que más bien está cargada de escepticismo, de serena conciencia de la injusticia, de fe en las pequeñas felicidades cotidianas. “Ahora aprendo a vivir con la vista cansada”, nos dice en uno de sus mejores poemas.

Su lenguaje es sencillo pero no simple, pues su talento poético le dicta cada tanto imágenes sutiles y reveladoras, que el lector recibe con agradecimiento: “Siento otra vez mi cuerpo poblarse de veletas”, dice uno de sus versos. Y en otro: “Un hijo es el segundo país donde nacemos.” Aun cuando metafórica, su poesía, sin embargo, se inclina decididamente hacia lo concreto, dándole un lugar importante a la experiencia, a lo pequeño.

Esto es especialmente significativo en la poesía amorosa. Hay poetas que hablan de sus amores –o del amor– exclusivamente desde lo erótico; otros que hacen alusión a él con cierto descarnado cinismo, curándose de toda visión romántica que incluya confesión de fervores; otros, desde idealizaciones o abstracciones. Luis García Montero lo impregna de cotidianidad –ascensores, puertas, llaves, encuentros, despedidas, trenes, aviones–, pero sin renunciar a cierta frescura adolescente, no en el sentido del manejo del lenguaje sino en el de las emociones: “Como la luz de un sueño,/ que no raya en el mundo pero existe,/ así he vivido yo,/ iluminando/ esa parte de ti que no conoces,/ la vida que has llevado junto a mis pensamientos.”

Porque es un bello compendio poético, hay que brindar por Cincuentena, que como todo buen libro nos insta a ir hacia adelante, pero siempre con miedo y pesar de que se nos acabe.