Opinión
Ver día anteriorMartes 16 de febrero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Caja Blanca
E

n Japón y en otros países hay galerías de arte que se encuentran en los centros comerciales y que funcionan, según se dice, con muy buen éxito.

En México la persona que quiere asistir a una galería de arte se traslada, pongamos por caso, a la Plaza Río de Janeiro si es que su propósito es visitar la OMR o Arroniz, y si quiere ir a la Galería de Arte Mexicano o a la Kurimanzutto, va a San Miguel Chapultepec. Es decir, quien hace la visita sabe a lo que va, aunque sea sólo a mirar.

Hoy día los cuatro hermanos Castro Leñero: Alberto, José, Francisco y Miguel, exhiben en la galería La Caja Blanca, que se encuentra en un lujoso centro comercial de Interlomas, no lejos de la Universidad Iberoamericana, en aquella zona citadina que parece pertenecer, no a otro planeta, pero sí a otro país.

La Caja Blanca es de pequeñas dimensiones, pero tiene doble altura, lo que permite uso de entresuelo. Es vecina de la mejor y más atractiva tienda de anteojos que puede visitarse en México y de otros negocios en los que se venden productos finísimos de alta moda, ya se trate de bolsos de mano, artículos para bebé o sofisticada ropa interior femenina. Hay muchos cafés y restaurantes, atractivos a la vista.

Sucede entonces que quien deambula por allí, sean cual sean sus intenciones: shopping, o como se dice ahora, window shopping, se topa con la galería y es muy probable que –aunque la persona sea neófita en estas cuestiones– le llame la atención lo que allí se ofrece, pues pese al espacio reducido la museografía es desahogada y la mayoría de las piezas pueden percibirse desde el exterior.

Los tamaños son todos ad hoc, tanto para el espacio como para la tónica de la galería, que se encuentra regida por damas entendidas y muy distinguidas. Se trata de un negocio y, ¿por qué no habría de ser así?, no hay galería que no lo sea o que no pretenda serlo. No obstante se experimenta cierta incomodidad, debido quizás a la vecindad con los productos siempre de marca que ofrecen otros escaparates. Sé que lo que digo es retrógrado, pero en el arte hay autorías, mas no marcas.

Las obras que se exhiben ameritan la visita, y no lo digo en vista de que he observado un porcentaje considerable de las exposiciones de cada uno de los hermanos Castro Leñero; lo reitero porque la selección es certera, porque el número de piezas está de acuerdo con el espacio y porque el nivel que guardan corresponde a lo que se esperaría encontrar en cualquier otra galería o hasta en un museo, dadas las circunstancias.

A esto se añade que si bien a finales de los años 70 existían puntos comunes entre los cuatro artistas, hoy día, de no saber que son hermanos, nadie, excepto los conocedores de rutina, lo adivinarían. Son modos de expresión no sólo contrastantes, sino aun opuestos.

La obra de más impacto a mi juicio es el tríptico de Alberto, de reciente factura, trabajado a la encáustica y con reminiscencia, apenas insinuada, de alguna de sus etapas anteriores; un par de bronces de gran formato, también de su autoría, están colocados en la principal entrada del inmueble y en el interior eso repercute en otras esculturas intimistas, también bronces.

Dos lienzos de José, paisajes urbanos, abren la exposición del lado derecho al ingreso. Contrastan con las demás piezas exhibidas por ser figurativas y por poseer cierta tónica nocturna, bien modulada. Son vistas citadinas, no identificables más que por lo que entregan, que sin ser enjundioso, alcanza enjundia debido al encuadre y a la realización.

Otros paisajes urbanos suyos, muy apaisados, atraen la atención de los espectadores al ascender la escalera de caracol que conduce al entresuelo.

Las estrictas, desobedientes (es decir, sabiamente deconstruidas), elegantes retículas de Francisco forman un conjunto en tres diferentes formatos. Dos de las piezas guardan carácter de reflejos y se vinculan con la exposición que recientemente presentó en Canadá.

Las 12 piezas de Miguel se perciben como si se tratara de una sola obra, pero en realidad son perfectamente deslindables unas de otras. El interés deriva no sólo de sus formas, sino de su hechura, pues son collages a la vez que monotipos, sus superficies están invadidas de achurados gráficos más o menos tupidos que velan determinadas zonas, opacando propositivamente las gamas de color. Otro conjunto dibujístico suyo, de piezas pequeñas, sintéticas, parece inspirado en Los trabajos y los días. La exposición atraerá espectadores ajenos a los consuetudinarios.