Uno de los caballos alados de la plaza
del Palacio Nacional de Bellas Artes

“En sus veredas aprendí a andar, no a detenerme”

Elogio del Centro Histórico*

En 1927 llegaron a México mi mamá, mi hermana Elena y mi hermano Abraham. Dejaban Polonia para reunirse con mi papá. Yo nací en 1928 en una vecindad que ya no existe, en la calle de doctor Barragán número 97

JACOBO ZABLUDOVSKY

Tal vez ningún otro organismo de la Ciudad de México simbolice tanto nuestra madurez política como esta Asamblea Legislativa del Distrito Federal, que es producto de la voluntad libre y legítima de quienes la habitan. Sus miembros nos representan a todos. En la diversidad de sus convicciones se manifiesta la decisión de sus representados, se consolida la esencia democrática de la capital federal, de gobierno autónomo, cuyo jefe surge de las urnas, así como también quienes encabezan las delegaciones.

Son mis conciudadanos los que me distinguen con esta Medalla al Mérito Ciudadano. A ustedes, señoras y señores legisladores, mi gratitud por un premio al amor a mi ciudad. Si esa es la razón, considero justo el honor que me dispensan porque se trata de un amor que nació conmigo y creció con ella.

Cuando mi padre bajó del tren en Buenavista en 1926, sin dinero, sin idioma, sin la religión de la mayoría cambió su oficio juvenil de agente viajero de librerías por el de vendedor de retazos de telas por kilo en el mercado Hidalgo, en la colonia de los Doctores. Atraído por los ecos de una revolución popular que ofrecía un horizonte de tolerancia, libertad y justicia, y por un pueblo al cual deseaba integrarse en el esfuerzo común de lograr seguridad y futuro para su familia, no dudó en confiar en su propia esperanza y apostó al porvenir, y así encontró la suerte. Cuando llegó a un México generoso supo que había acertado.

En 1927 llegaron a México mi mamá, mi hermana Elena y mi hermano Abraham. Dejaban Polonia para reunirse con mi papá. Yo nací en 1928 en una vecindad que ya no existe en la calle de doctor Barragán número 97.

Mi padre cambió de mercado, al de la Merced; yo llegué de su mano al Centro que hoy llamamos Histórico. Aquí di mis primeros pasos y aquí daré los últimos.


Palacio Nacional de Bellas Artes

En estas veredas aprendí a andar, no a detenerme. A veces me preguntaba por qué mi padre había cambiado de domicilio siete veces en unos cuantos años. La razón es muy sencilla: nuestra vivienda era cada vez mejor y el equipaje se tornaba más ligero.

De doctor Barragán, con sus llanuras de tierra, olor a establo y ruido de fábricas textiles, llegamos a Mesones 62, calle de bodegas con aroma de boticas y costales viejos. Vivimos frente al callejón de Regina que era tan corto que la pulquería La Risa, que aún existe, y el teatro Hidalgo agotaban el trayecto. Una escuela de párvulos en la misma manzana, esquina de Cinco de Febrero y República de El salvador, nos permitía caminar de ida y vuelta sin cruzar la calle. Esa primera mañana de escuela, la compañía de los niños del barrio secó las lágrimas de aquel niño chillón. En la tarde volvíamos mi madre y yo por la misma banqueta al punto de partida.

En San Jerónimo 134 tuvimos una vivienda que daba a la calle y otra, después, al interior en altos 1. Me inscribieron en la escuela República del Perú en San Jerónimo 112 bis, porque era la más cercana, pública, gratuita y laica. Durante seis años fui de la casa a la escuela y de regreso sin bajar de la banqueta.

Otro cambio de casa en esa manzana: Correo Mayor 117 segundo piso. Tampoco hubo necesidad de cruzar alguna calle para ir, durante tres años, a la Secundaria 1 en Regina. En resumen: en una sola manzana del Centro, la de Regina, Pino Suárez, San Jerónimo y Correo Mayor, tuve casas y escuelas por nueve años, sin que hubiese la necesidad de cruzar el arroyo. Cada tarde volvía caminando al punto de partida.

Cruces 24 alto 4, el corazón de la Merced. Almacenes de semillas, ultramarinos y chiles secos. Nuestros vecinos eran los españoles de viejo arribo, fundadores del comercio de abarrotes, distribuidores de azúcar, harina, frijol, garbanzo, sardinas enlatadas y quesos importados. Sirios y libaneses en tiendas de ropa y telas. Idiomas, religiones y costumbres coexistían en un respeto recíproco.


Vista de la Torre Latinoamericana desde el Munal

Fuimos pioneros de la calle 20 de Noviembre cuando ésta se abrió del Zócalo a Tlaxcoaque. Desde el número 98 caminé todos los días hasta San Ildefonso para entrar a la UNAM por la puerta de la Escuela Nacional Preparatoria. 1943 y 1944, los mejores años de mi vida estudiantil, con brillantes maestros, un bachillerato de humanidades intenso, amplio y ambicioso. Pero la suerte me habría de sonreír, incluso más que en las aulas, en el breve tramo que daba de la puerta de la Preparatoria a la de la Facultad, donde como estudiante de Derecho conocí a una alumna de bachillerato con la que acabo de cumplir, hace cinco días, cincuenta y cinco años de matrimonio. Mi esposa nació a tres cuadras de aquí, en la esquina de Brasil y Bolivia; ella es un típico y afortunado producto del Centro.

Es del Centro de lo que quiero hablar. El Centro, sin adjetivos innecesarios que lo reducen a una sola de sus cualidades, la de histórico, justo pero limitado, porque el Centro es una ciudad dentro de la Ciudad de México. Tiene muchos otros motivos de orgullo, además del histórico. Siempre lo llamamos Centro, lo seguimos llamando Centro.

El nombre de Centro Histórico tiene su origen en el decreto presidencial de 1980 que lo incorpora a la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos. A partir de 1987 se inscribe en la lista del Patrimonio Mundial de la Humanidad donde se reafirma el apelativo.

Cuando en 1519 los conquistadores españoles vieron desde el paso de los dos volcanes la extensa laguna que cubría casi todo el valle de México, se asombraron del islote y de los palacios, templos y casas que en él estaban, pues se trataba de una ciudad como nunca habían visto. Dos años después, el 13 de agosto de 1521, a la caída de Tenochtitlan, Hernán Cortés encargó al geógrafo Alonso García Bravo trazar y construir sobre las ruinas de la ciudad mexica una nueva ciudad. Obligado por las características irregulares del sitio, García Bravo marcó el rectángulo que corresponde hoy a las calles de Perú, Apartado y Peña y Peña, al norte; Leona Vicario, Santísima y Talavera, al este; San Pablo y San Jerónimo, al sur, y el eje Lázaro Cárdenas, al oeste, que son los límites actuales del perímetro A del Centro Histórico.

El perímetro B, de acuerdo con el Decreto antes mencionado, ocupa un área mayor, y va desde las calles de Degollado y Libertad, al norte, hasta la calle de Lucas Alamán, al sur, y de Congreso de la Unión y Eje 2 Oriente hasta Zaragoza, en el poniente.

Estos dos polígonos constituyen el Centro Histórico, un área de 9 kilómetros cuadrados y 668 manzanas. Según el Conteo de Población y Vivienda de 2005, el total de habitantes del lugar en números redondos es de 150 mil. Sólo dos de cada 10 viven en el perímetro A. El desajuste demográfico se complica porque el Centro se lo dividen dos delegaciones: 104 mil viven en la colonia Cuauhtémoc y los 46 mil restantes en la colonia Venustiano Carranza. 30 por ciento de los habitantes del Centro Histórico reside en una delegación y el 70 por ciento en otra. Múltiples problemas complican las condiciones de gobernabilidad en esa zona que requiere de una unidad de gestión.


San Ildefonso

El impulso renovador del Centro se ve amenazado por sus magníficos resultados. A los problemas inherentes a toda concentración humana se agregan ahora los consecuentes por haberse convertido en el mayor atractivo turístico de la República Mexicana. Hace diez años nadie iba al Centro si no tenía necesidad. Hoy requerimos ir, sobre todo para ir a ver el Centro.

Una encuesta del INEGI de 2007 sobre población residente y visitante del perímetro A del Centro Histórico revela que la carga demográfica en un día hábil, de lunes a viernes, asciende a 640 mil 623 personas, de las cuales 55 mil son residentes y 585 mil visitantes. Los visitantes son 10 veces más que los residentes. El número de visitantes supera a la población de Colima o de Baja California Sur y duplica la de países como Belice o Islandia. La densidad de población, considerando a residentes y visitantes, es mayor que la de la ciudad con mayor densidad de población en el mundo: Mumbai, India, que posee más de 29 mil habitantes por kilómetro cuadrado. En este análisis no se suman los visitantes de fin de semana que superan los 2 millones de personas. El promedio diario de visitantes es de alrededor de un millón.

Existen 2 mil 60 predios baldíos en el Centro, que son propicios para vivienda media y media alta y que se encuentran listos para que se construya en ellos. Serían parte de un programa específico de repoblación de una ciudad aglomerada de día, fantasmal de noche. Quienes trabajan en esta zona deben dormir en ella, igual que muchos de sus visitantes ocasionales.

La Universidad Nacional Autónoma de México mantiene en perfecto estado ocho recintos soberbios que se conservan en forma impecable gracias a la Fundación UNAM. Pueden recobrar su vocación de aulas, como campus de la Universidad en el Centro; así se evitaría el desplazamiento de los estudiantes que viven en el norte de la ciudad y viajan hacia el Pedregal que está a 30 kilómetros de distancia. De esta manera nacería una zona estudiantil intermedia en la ciudad. Varios miles de jóvenes buscarían alojarse cerca de sus lugares de estudio. Repoblar el Centro es, entonces, la asignatura pendiente.

No se podrá lograr este objetivo si el Centro continúa dividido. Las delegaciones que lo comparten tienen otros problemas apremiantes y una población excesiva. El Gobierno del Distrito Federal creó la figura de Autoridad del Centro Histórico y la puso en buenas manos. Sus excelentes resultados hacen pensar en la posibilidad de aumentar sus atribuciones ejecutivas.

En otras ciudades se han creado distritos especiales de características singulares, como el Distrito Portuario de Nueva York o la Autoridad Portuaria de Londres. El cargo de Historiador de La Habana Vieja ha logrado recuperar la belleza de esa parte de la capital cubana. En Tel Aviv se protege la zona del bauhaus y en Miami el Distrito art déco. El Centro nuestro es más extenso, más rico y más complejo.

La estructura que le daría al Centro una adecuada capacidad de respuesta a sus problemas crecientes podría basarse en el marco jurídico de una delegación cuyos linderos serían semejantes a los del perímetro B, con cuidadosas adecuaciones añadidas a su composición y fisonomía.

Habría que contemplar la desvinculación de recintos federales, como el Palacio Nacional y extender el Centro en la medida que abarque la Cámara de Diputados y la de Senadores en construcción. Con la Suprema Corte de Justicia quedarían en el Centro los tres poderes de la Federación.


Portales del Convento de Santo Domingo

Tres décadas antes de llamarse Histórico, el Centro sufrió un cataclismo silencioso. Se fueron de Palacio Nacional las oficinas de la Presidencia, las secretarías de Estado y las demás oficinas públicas. La Universidad dejó el barrio en el que había sido fundada cuatro siglos antes y se mudó al Pedregal de San Ángel. El mercado de la Merced llevó su mayoreo a la Central de Abastos. Una congelación de rentas que se prolongó después de la Segunda Guerra Mundial generó el deterioro de los inmuebles. El terremoto de 1985 los convirtió en ruinas junto con muchos otros edificios de la ciudad. El Centro se despobló. La ausencia de vecinos, que emigraron a lugares menos hostiles, próximos a los nuevos núcleos de su actividad cotidiana, agravó el declive. La incuria hizo el resto y el Centro padeció los peores efectos de la ausencia de planeación urbana. Lo abandonaron burócratas, estudiantes, maestros, abogados, militares, marinos, médicos y boleros, cantinas, fondas y hoteles. El Centro perdió a sus habitantes que llenaban las viejas vecindades.

Hace poco más de ocho años la suerte del viejo islote comenzó a cambiar. Una clara voluntad política convocó a la recuperación de lo rescatable, mediante el nombramiento insólito de un consejo de cuatro ciudadanos que se entregaron al trabajo al frente del Consejo Consultivo del Centro Histórico. dije insólito, porque lo insólito no radica en los cuatro consejeros, sino en las firmas que aparecen al calce de cada una de las cartas de nombramiento. Por única ocasión firman juntos y cercanos don Vicente Fox, presidente de la República y don Andrés Manuel López Obrador, jefe del Gobierno del Distrito Federal, en un acto que no sé a qué grado revele el tono de su relación personal, pero que señala al Centro como un lugar excepcional del territorio nacional.

El Consejo se abocó al trabajo. La telaraña de cables que cubría las calles se ocultó bajo el suelo junto con las tuberías de aguas negras y potables que llevaban cien años de uso y que fueron renovadas; se colocaron adoquines, banquetas, alumbrado y papeleras; las viejas vecindades recuperaron su lógica y los antiguos palacios se iluminaron y se abrieron al visitante; se modificaron lugares y puestos de periódicos; se ahuyentó a vagos y delincuentes.

Desde el primer día de su actuación, el actual Gobierno del Distrito Federal fijó su atención en el Centro con aliento renovado. Entre las principales metas alcanzadas en tan corto lapso figura una que parecía imposible: librar a las calles de los comerciantes, que durante generaciones se habían apropiado de ellas. Las negociaciones entre el gobierno y los vendedores confirmaron que en el Centro se verifican milagros: una noche, los mercaderes desaparecieron sin violencia, sin manifestaciones, sin protestas; y no han vuelto.


Monumento a Vasconselos

Los desafíos continúan siendo abrumadores. El número de visitantes y residentes aumentará en forma geométrica en los próximos años. Carece de hoteles y sólo existe uno de cuatro estrellas. El área de estacionamientos cubre hoy menos del 50 por ciento de la demanda. Se trata de hacer más fácil el sistema de obtención de permisos de construcción. Se requieren centros de convenciones, más áreas verdes y deportivas, teatros; solo hay dos cines, uno de ellos es impropio para niños y ciertamente también para adultos.

Tendremos aumentos inmediatos en el volumen de los consumos de luz y agua, y la cantidad y manejo de la basura. Se requiere desde ahora de un sistema económico y financiero sólido que esté en manos de una plataforma de mando, cuya ejecución sea proporcional a la magnitud de las tareas y a la obligación que tenemos todos los mexicanos de conservar y engrandecer el Centro, tomando en cuenta a sus zonas deprimidas y a los indeseables contrastes económicos y sociales de sus pobladores.

Por todo lo ya expuesto, me dirijo a los señores legisladores y al señor Jefe de Gobierno del Distrito Federal, para proponerles, respetuosamente, examinar la posibilidad y conveniencia de crerar la Delegación Centro, con las modificaciones propias de sus características especiales, en los límites aproximados del perímetro B del actual Centro Histórico.

Mis padres hallaron en México una vida digna, murieron en sus camas, sabemos dónde están sus tumbas y sobre ellas hemos puesto lápidas leves con sus nombres. Millones de sus contemporáneos no tuvieron esa suerte. Aquí crearon ya una familia de tres generaciones que con su conducta ha tratado de agradecer lo recibido. Quedan como ejemplo, repartidas por la República Mexicana, las casas los teatros, las oficinas, las escuelas, los monumentos, los centros cívicos, la central de abastos, las bibliotecas, las viviendas populares y los auditorios diseñados por mi hermano el arquitecto Abraham Zabludovsky. Su obra, a la vista de ésta y de las futuras generaciones, es parte de la gran arquitectura mexicana del siglo XX.

A veces me preguntan si vuelvo con frecuencia al Centro y les respondo que no puedo volver a él, porque nunca he salido de aquí. Eso sí, he pernoctado fuera de vez en cuando. Pero mis casas y escuelas están aquí. Agradezco los restaurantes y las fondas que frecuento, los abrazos recobrados, los colores en el juego de chilucas y los azulejos y las sombras en el zaguán antiguo, los sueños comprados en el puesto de libros viejos, aquella fachada previa al edificio intruso, el parque de las canicas y los payasos, el estanquillo de los títeres de alambre, el zapatero, la carbonería, la biblioteca, el hombre de los tacos y de los tepaches, el plomero y la mujer que tocaba el piano. Siempre he estado en esta ciudad dos veces destruida, cien veces renaciente. Hoy, los vecinos nombrados por los vecinos honran a uno de los suyos y yo les reitero mi enorme gratitud.


Museo de Culturas Populares en Independencia Fotos Gracía Noriega

Doy gracias a mi esposa, Sarita, compañera y amiga, a mis hijos y nietos, quienes son mi alegría y mi esperanza; y a mis amigos y compañeros.

Vuelvo al punto de partida, como Don Quijote al suyo, cuando evocó la ciudad soñada, “archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y belleza, única”. Esto es lo que anhelo para este mi Centro donde habitan, sin poder morir, los que fuimos dejando y los que continúan con nosotros, los que me enseñaron a amar esta ciudad, mi ciudad.


* Palabras pronunciadas el 19 de agosto de 2009 en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal con motivo de la recepción de la Medalla al Mérito Ciudadano. Estuvieron presentes, el señor presidente de la República Mexicana, Felipe Calderón Hinojosa, así como el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard Casaubon, y el señor rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, José Narro Robles, entre otras celebridades de la política, la educación y la cultura en México.


JUAN RAMON DE LA FUENTE, JACOBO ZABLUDOVSKI Y CARLOS MONSIVAIS. FOTO: JOSE ANTONIO LOPEZ
El sábado 27 de febrero, a las 13 horas, el periodista Jacobo Zabludowsky compartirá con los asistentes a la XXXI Feria Internacional del Libro de Palacio de Minería (FILPM) la lectura de uno de sus textos más entrañables: Elogio del Centro Histórico, en el cual plasma, a manera de crónica, el profundo respeto y seducción que ejerce sobre él ese espacio de la capital donde pasó su infancia. Se trata del discurso que el comunicador pronunció el 19 de agosto de 2009 cuando le fue conferida la Medalla al Mérito Ciudadano en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. También hay referencias a su alma mater, la Universidad Nacional Autónoma de México, sin faltar los aspectos culturales y autobiográficos. Con autorización de la FILPM ofrecemos a los lectores de La Jornada el escrito que, sin duda, es ya referencia para conocer y reconocer al Distrito Federal. La cita es en la Antigua Capilla del Palacio de Minería.