Se conmemora el centenario del poeta de los desheredados

Miguel Hernández: lírica intensa
y profunda contra la guerra

En la feria de Minería se evocará al autor, republicano y combatiente, quien decia: “Yo empuño el alma cuando canto”

CARLOS PAUL

A un año de iniciada la Guerra Civil Española, en 1937, el combatiente republicano, poeta y dramaturgo Miguel Hernández escribió a sus 26 años un nítido retrato de sí mismo. Aunque joven, en sus palabras se refleja el hombre cabal, íntegro, comprometido, entusiasta y apasionado, quien hizo de su cálida, profunda e intensa poesía, un arma en la guerra. He aquí su voz.

“Nací en Orihuela hace veintiséis años. He tenido una experiencia del campo y sus trabajos, penosa, dura, como la necesita cada hombre, cuidando cabras y cortando a golpe de hacha olmos y chopos, me he defendido del hambre, de los amos, de las lluvias y de estos veranos levantinos, inhumanos, de ardientes. La poesía es en mí una necesidad y escribo porque no encuentro remedio para no escribir. La sentí, como sentí mi condición de hombre, y como hombre la conllevo, procurando a cada paso dignificarme a través de sus martillerazos. Me he metido con toda ella dentro de esta tremenda España popular, de la que no sé si he salido nunca. En la guerra, la escribo como un arma, y en la paz será un arma también aunque reposada. Vivo para exaltar los valores puros del pueblo, y a su lado estoy tan dispuesto a vivir como a morir”.


Foto tomada de Internet

Y con sólo 31 años de edad, moriría uno de los poetas más generosos y luminosos de habla hispana. El hombre cuya telúrica inspiración poética dejo escritos cientos de versos vigorosos y sangrantes. El poeta comprometido política y socialmente con los más pobres y desheredados; quien pudo decir en endecasílabos genialmente acuñados: “porque yo empuño el alma cuando canto”.

Y este 2010, como parte de las actividades de la versión 31 de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, se conmemoraran los cien años del natalicio de aquel muchachón de Orihuela, Miguel Hernández Gilabert (1910-1942); cuya vida, difícil, dura, fructífera y trágica, ha quedado narrada en sus prodigiosos y ejemplares poemas.

Miguel fue un pastor de cabras desde muy temprana edad, que debió abandonar sus estudios a los 15 años por orden paterna, para dedicarse exclusivamente al pastoreo, que era la empresa familiar.

Aunque tiempo después cursó estudios de derecho y literatura, Miguel Hernández fue un hombre completamente autodidacta. Los libros fueron su principal fuente de formación. Autores como Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega, San Juan de la Cruz y, sobre todo, Luis de Góngora, se convirtieron en su principales maestros.

Entre sus amigos y camaradas más queridos estaba José Marín Gutiérrez, futuro abogado y ensayista que adoptaría el seudónimo de “Ramón Sijé”, a quien Hernández dedicará su célebre poema Elegía. Tiene una profunda amistad con Vicente Aleixandre y Pablo Neruda, poeta chileno que gracias a sus gestiones pudo liberar a Miguel Hernández de una de las tantas prisiones en las que estuvo recluido, luego que el general Francisco Franco declarará en abril de 1939, la terminación de la Guerra Civil.

Debido a que fue un férreo combatiente republicano (como militante armado y como poeta), fue más de una vez delatado, perseguido y encarcelado tras el termino del conflicto. Época de penurias que lo llevarían de cárcel en cárcel, cada vez más enfermo; hasta fallecer en la prisión de Alicante, en 1942, con tan sólo 31 años de edad. Se cuenta que no pudieron cerrarle los ojos, hecho sobre el que su amigo Vicente Aleixandre compuso un poema.

Miguel Hernández es autor de memorables obras como El rayo que no cesa, Viento en el pueblo. Poesía en la guerra, Cancionero y romancero de ausencias y El hombre que acecha, poemario este último escrito durante la Guerra Civil Española, que no llego a circular, pues antes de encuadernarlo, una comisión depuradora franquista –encabezada por el filólogo Joaquín de Emtrabasaguas–, ordenó la destrucción completa de la edición. Sin embargo, se salvaron dos ejemplares que permitieron reditar el libro en 1981.

“Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz –escribió en su momento Pablo Neruda–, es un deber, un deber de amor”.