La alfabetización en ciencias básicamente implica

Saber distinguir entre observación (información) e inferencia (interpretación).

Entender que la ciencia y sus teorías no son opiniones personales, creencias o nociones no sustentadas.

Aprender cómo las teorías se construyen y se ponen a prueba, cómo adquieren una validez temporal, en qué sentido son modificables y cómo continuamente son refinadas y precisadas por nuevos estudios.

Saber que las afirmaciones sustentadas en resultados confirmados responden a las preguntas: ¿cómo sabemos tal cosa?, ¿por qué lo sabemos?, ¿cuál es la evidencia de que así es?, y saber diferenciarlas de las que no han sido verificadas y de las que se asumen como acto de fe.

Entender al menos algunas formas cómo la ciencia y la tecnología impactan en la sociedad.

¿Qué es la alfabetización científica?

Carmen Losada

La ciencia y la tecnología tienen un impacto que crece exponencialmente en la vida de los individuos y de las sociedades, en los problemas políticos, económicos, sociales y éticos que a todos nos afectan. Por lo mismo, tener lo que los anglosajones llaman “alfabetización científica” es una necesidad a la que, desde la década de los noventa, buscan responder instituciones como la unesco, con diversos programas que promuevan el logro de una cultura científica de los ciudadanos y ciudadanas del siglo xxi.1

Para estas instancias la alfabetización científica se refiere a la apropiación de conocimientos, habilidades y actitudes básicos respecto de la ciencia, la tecnología y sus relaciones con la sociedad, que permita a las y los ciudadanos comprender los efectos de las tecnociencias en sus vidas y en el medio ambiente, a fin de que puedan tener una participación responsable en los debates y la toma de decisiones acerca de los asuntos importantes de sus vidas y su sociedad.

Para Daniel Gil y Amparo Vilchis2 se trata de una participación posible: “…requiere, más que un nivel muy elevado de conocimientos, la aptitud para vincular un mínimo de conocimientos sobre la problemática, perfectamente accesibles, con planteamientos globales y consideraciones éticas que no exigen especialización alguna”, puesto que para esas decisiones “se necesitan enfoques que contemplen los problemas en una perspectiva más amplia, analizando sus posibles repercusiones a mediano y largo plazos”.

Hacer posible ese mínimo accesible de conocimientos específicos y esas perspectivas amplias ético-sociales sería entonces la materia de la alfabetización científica, lo cual implica, no la adquisición de un amplio y profundo repertorio de conocimientos de ciencias, sino la capacidad de búsqueda y comprensión de conocimientos mínimos pertinentes junto con el desarrollo de un pensamiento global capaz de comprender los problemas, las opciones, los riesgos y consecuencias, y de un espíritu crítico capaz de cuestionar posturas dogmáticas o autoritarias.

Ya desde los años ochenta, varios científicos estadounidenses de la Universidad de Seattle, encabezados por Abraham Arons, pionero en el tema, sentaron algunas bases para una formación en este sentido. Aunque dirigieron sus esfuerzos principalmente a la educación básica y preparatoria, sus propuestas son una guía muy valiosa para escuelas y maestros comprometidos con la alfabetización científica.

Arons aporta indicadores de esta alfabetización, que en general coinciden con los que posteriormente desarrollaron las instituciones internacionales y apuntan a los conocimientos, habilidades y actitudes que los estudiantes puedan desarrollar mientras estudian algunos hitos y conocimientos básicos, para entender qué es la ciencia, cómo se construye y se valida, cómo deriva en tecnología y cómo ambas, ciencia y tecnología, se relacionan con la sociedad, la ética y la verdad. Estos indicadores son también retos que el maestro, la escuela y el sistema escolar deben afrontar.

Como Arons también plantea, todo esfuerzo educativo requiere involucrar a los estudiantes mediante actividades que promuevan su accionar intelectual, centrando los procesos en lo que se ha llamado hands on activities, es decir, indagaciones y solución de problemas mediante la construcción de hipótesis, analogías y modelos, su experimentación y puesta a prueba. Esto implica un currículo centrado en la comprensión de lo que es la ciencia y métodos que privilegian los procesos de pensamiento de los estudiantes; es decir, voluntad y esfuerzos sostenidos para superar dos tradiciones que trabajan contra el aprendizaje: la curricular que privilegia la retención de grandes cantidades de información temática, y la “enseñanza” que da prioridad al discurso del profesor y reduce al estudiante a la pasividad. Porque, como bien afirma, “exponer un tema frente a los estudiantes mientras éstos permanecen intelectualmente pasivos y hacerles leer textos al respecto, no deja prácticamente nada en sus mentes, ni los ayuda a interesarse en la ciencia”.

Para saber más
1 Conferencia de la Ciencia de Budapest (1999) y, entre otros, el programa PREALC para el mejoramiento de la educación científica en América Latina y el Caribe.

2 “Educación ciudadana y alfabetización científica: mitos y realidades”, en Revista Iberoamericana de Educación, núm. 42, 2006.

http://www.rieoei.org/rie42a02.pdf. portal. educ.ar/.../alfabetizacon-cientificacuando-y-por-que.php

Carmen Losada Custardoy es doctora en Ciencias, asesora académica de la UACM.

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