Opinión
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60 Festival de Berlín
Competidoras dignas, al fin
B

erlín, 19 de febrero. En su último tramo, la Berlinale finalmente rindió concursantes de mérito. Desde el miércoles, la favorita de la crítica ha sido Kak ya provel etim letom (Cómo pasé el verano), segundo largometraje del ruso Alexei Popogrebsky, pues de una calificación máxima de cuatro puntos, en la encuesta de la revista Screen International es la única hasta ahora que ha rebasado la puntuación de tres.

También se especula que el presidente del jurado, Werner Herzog, sabrá apreciar sus valores, pues el retrato de la fuerza salvaje de la naturaleza se acerca mucho a lo que ha mostrado en su obra, sobre todo en el concepto de situar la acción en lo que parece el fin del mundo; en este caso, una estación meteorológica del círculo ártico, donde dos hombres, un veterano y un novato, se encargan de mandar diversos reportes. La tensión del aislamiento se hace sentir en el antagonismo de uno hacia el otro, encaminado a un duelo de inesperada conclusión.

Por una vez, una película rusa de calidad no deriva en significados místicos o metafísicos –al menos, no en apariencia– y revela un ojo dotado para transformar al paisaje en personaje principal. Sobresale el uso de la cámara digital RED a cargo del fotógrafo Pavel Kostomarov, en la medida que uno no advierte diferencia alguna en los ricos claroscuros y texturas de la imagen, de lo que se habría podido conseguir con un negativo de 35 mm.

Seguramente el puntaje otorgado a la danesa En familie (Una familia) también será alto. Después de su sorprendente opera prima, exhibida en México como Mi deseo en la piel, la directora Pernille Fischer Christensen ratifica esa buena impresión con un emotivo drama sobre cómo se trastorna una familia de Copenhague cuando el padre enferma gravemente de cáncer. Heredero de una larga tradición de panadería –que surte con orgullo a la realeza–, el hombre exige a su hija mayor, una profesional con otros planes, hacerse cargo del negocio.

La cinta se inicia con un espíritu de armonía doméstica y apapacho, evocador del común melodrama familiar hollywoodense. La directora aprovecha ese estado idílico para desconcertar al espectador con la posterior mirada, nada complaciente, sobre cómo la cercanía de la muerte provoca crisis aun en los hogares más unidos. Una válida relectura moderna del Rey Lear, nada menos.

En contraste, es aún más debatible la selección de The Killer Inside Me (El asesino dentro de mí), coproducción independiente del prolífico inglés Michael Winterbottom. El cineasta se ha caracterizado por brincar de un género a otro con la facilidad otorgada por su estilo despersonalizado y comodín. En esta ocasión ensaya el neo-noir texano, con base en una novela de Jim Thompson, para regodearse en la brutalidad ejercida por el protagonista, un sherif sicópata (Casey Affleck) que, a causa de traumas infantiles, disfruta de matar mujeres a golpes, entre otros crímenes.

A diferencia del sadismo que alguien serio –el austriaco Michael Haneke, por ejemplo– pueda ejercer en su cine como reflexión sobre los efectos de la violencia en los medios, aquí Winterbottom sí recurre a la pornografía al mostrar los asesinatos de su personaje con un tono de jocoso cinismo. Muchas personas abandonaron el teatro Berlinale Palast a media proyección y al final hubo los consecuentes abucheos y silbidos. Exhibir The Killer Inside Me en un festival conocido por su corrección política, sólo puede interpretarse como abierta provocación.

Además de los dos primeros títulos, las otras películas satisfactorias de la Berlinale, a mi juicio, han sido la rumana Eu cand vreau sa fluier, fluier, de Florian Serban; En ganske snill mann, del noruego Hans Petter Moland, y la estadunidense The Kids Are All Right, de Lisa Cholodenko. Mañana se sabrá la decisión del jurado.