Opinión
Ver día anteriorLunes 22 de febrero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
Don Pablo
E

n medio de una gran animación de aficionados y no aficionados que llenaron el tendido numerado y a medias el de general, partió plaza el caballero navarro Pablo Hermoso de Mendoza; acompañado del olé inicial más grave que de costumbre. Rígido, lívido y altanero montaba su bella cabalgadura matizada de religiosidad la sublime función del rejoneo. La mano izquierda a la rienda, la derecha descansando en el muslo recto y entonado, resultaba bellamente decorativo en medio del redondel. Sobre la silla vaquera las fundas de cuero fortificaban la perspectiva de las musculosas piernas que abrazaban al caballo para el perfecto equilibrio de lo que sería su quehacer en la tarde torera. El sombrero de ala ancha como recuerdo de la vida campera. Todo ello con naturalidad, sin circos. Al fin el cabalgar fue el inicio del torear y máxime en don Pablo, garboso al montar y que con gracia lleva las riendas. Este bello inicio no se sucedió en el transcurso de la corrida. Los toros de Rancho Seco chicos y débiles no se prestaron al lucimiento, sólo el cuarto ideal para el rejoneo permitió el triunfo del torero navarro. Lástima que a mitad de la faena el toro se vino abajo, pese a lo cual le dieron arrastre lento. De la misma forma que El Zapata dio una vuelta al ruedo con la plaza enloquecida después de volver a ejecutar el par espectacular que tanto le ha gustado a la afición y del que le regalaron dos orejas por algunos ayudados de ritmo lento.

En el cuarto toro con recorrido, fijo y que humillaba y que planeaba por ambos lados, don Pablo giró en un delirio de circulares entre los cercenados pitones del toro, ritmando el paso en un mágico sueño llamado toreo. Un delirio de pezuñas cual taconeo de danza navarra girando en el misterio del revolverse del burel. Fue en el inicio de la faena el toreo de don Pablo, un torrente de fuerza natural que se deslizaba cual ola de fondo o el desbordarse de un río y al mismo tiempo como el frescor de la llama, capaz de acabar con el toro de Rancho Seco que asustado de golpe se frenó. Seguramente al desenvolverle la casta que mientas más desenvolvía más a su dominio regresaba. Diáfana hechicería en mallas de embrujo tejido. Hueco ancestral que en hebras de eternidad nos llegaban de allende el mar. Por abajo echó su labor con una estocada tendida y delantera que tuvo que refrendar con un golpe de descabello. De todos modos el juez le regaló dos orejas que regresó al redondel.

Aún se escuchan los aplausos al temple, el quiebro, el cruzarse a pitón contrario, el traer toreado el toro, primero a la grupa y luego al estribo, guiados ya no por don Pablo, sino por la afición que llegó dispuesta a aplaudirle su toreo y sus caballos, a los que soltó a que corrieran por el redondel después de enseñarles canciones de campo bravo mexicano.