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Gloria Contreras habla de los inicios azarosos y la incertidumbre que hoy enfrenta

Taller Coreográfico de la UNAM, 40 años de quehacer fecundo

Eduardo Mata y la titular de la agrupación detonaron en los jóvenes un movimiento cultural

La celebración es en el teatro Carlos Lazo, porque la sala Covarrubias está en remozamiento

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Bailarines del Taller Coreográfico de la Universidad Nacional Autónoma de México, en uno de los ensayos, vistos tras bambalinasFoto José Antonio López
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Periódico La Jornada
Martes 23 de febrero de 2010, p. 4

Hablar con Gloria Contreras es adentrarse en un episodio brillante y fecundo de la historia de la danza mexicana; es palpar una concepción del arte y de la vida donde habitan la pasión creativa, el rigor estético, la perseverancia y el compromiso social; es conocer las claves de la permanencia de su obra mayor, el Taller Co-reográfico de la Universidad Nacional Autónoma de México (TCUNAM), que este año celebra 40 de haber sido fundado.

Entrevistada en su camerino del teatro Carlos Lazo de la Facultad de Arquitectura, cuna del TCUNAM, la bailarina y coreógrafa rememora aquellos inicios azarosos, describe el ambiente cultural del momento y advierte sobre la situación incierta que enfrenta la agrupación.

Bajo su apariencia frágil bulle el espíritu combativo que la caracteriza, sin aspavientos pero decidido. De ello dan cuenta sus palabras.

No había disciplina, sólo arte

Antes de fundar el TCUNAM, Gloria Contreras había pasado más de 18 años en Nueva York: Aquí no había trabajo para mí; me rechazaban cada que intentaba entrar a alguna compañía, por eso me fui a Nueva York. Allá tuve todo lo que no tenía aquí.

Llegó a la School of American Ballet: “Una vez hice el Huapango, de Moncayo, y Los sones de mariachi, de Blas Galindo, y tuve la suerte de que los viera el coreógrafo ruso George Balanchine, quien se interesó en mi trabajo, y a partir de ahí me dieron una beca permanente. Podía disponer de los estudiantes para montar coreografías y me pagaban un pianista.

Imagínese, después de no tener un lugar donde bailar lo más básico, de pronto llegaban Balanchine y el compositor Igor Stravinsky a verme crear; se me abrieron todas las puertas. Después tuve mi propia compañía, la Gloria Contreras Dance Company, con la que recorrí Estados Unidos; me apoyaba el Rockefeller Center, podía bailar en el teatro de la Universidad Columbia y, en un centro exclusivo para judíos pude tomar clases de lo que quisiera: teoría musical, violín, lectura y análisis de partituras.

Todo iba muy bien, pero –cuenta– cometió la estupidez de casarse con un talentoso ingeniero gringo, inventor del avión sin piloto. Al tiempo la relación terminó de manera irreconciliable: Empaqué lo más esencial y me vine a México, con mis dos hijos y el alma rota.

Su primera intención era encargar a sus hijos con sus padres y regresar a Nueva York, pero una charla con el director teatral y dramaturgo Héctor Azar cambió sus planes: “Era mi amigo, me apreciaba mucho, me dijo: ‘quédate, no te regreses’.

“Entonces, a instancias de Héctor, fui a ver al señor, un viejito, que dirigía Difusión Cultural de la UNAM; le llevé los libros y documentos que tenía sobre mi carrera, los vio hoja por hoja, pero al cabo me dijo: ‘perdone, pero nosotros ya tenemos nuestro ballet folclórico, no tenemos necesidad de nada más’.”

Al salir se encontró con el director de orquesta Eduardo Mata: En Nueva York también habíamos trabajado juntos, él hacía su obras y yo les montaba coreografías y las estrenábamos.

Le contó de su charla con el burócrata de Difusión Cultural: “‘A ver –me dijo– dame esos libros’, se metió a hablar con el viejito, que además era su jefe, y al cabo de media hora sale y me dice: ‘ya tenemos compañía, se va a llamar Taller Coreográfico de la UNAM, porque si tú vuelves yo voy a volver a crear’”.

Tanto en Nueva York como en México, Eduardo Mata y yo tuvimos una amistad creativa donde los dos poníamos mucho; hicimos muchas funciones dentro de Ciudad Universitaria; él llegaba con su orquesta y yo con la compañía, y todo lleno de muchachos que era una felicidad, unos metidos hasta debajo del piano, otros bailando... No había disciplina, había arte. Así recorrimos todas las facultades.

Estandarte universitario

Alrededor de la amistad entre Gloria Contreras y Eduardo Mata se generó un movimiento cultural en el que participaban músicos, bailarines, pintores, escritores, poetas, fotógrafos, periodistas, y un público amplio en cada función llenaba hasta el último rincón del teatro Carlos Lazo: Fue una época maravillosa; los directivos de la Facultad de Arquitectura, a la que pertenece el teatro, me apoyaban en todo.

En el cuerpo de baile inicial del TCUNAM no había mexicanos, porque aquí nadie quería bailar conmigo. Hice audiciones y nadie acudió; llamé gente con talento de Canadá, Estados Unidos y toda América Latina.

Gradualmente los fue sustituyendo, a veces de manera poco ortodoxa: “Un día se pasaron por aquí dos jugadores de futbol americano y se detuvieron a ver la clase. En ese tiempo trabajaba conmigo Dora Kriner, una profesora y coreógrafa argentina. Ve a los muchachos con su pinta de futbolistas y les dice: ‘ustedes, ¿qué hacen ahí de mirones?, vayan a su casa por unas mallas y a trabajar’. Hoy son dos magníficos bailarines. Así se fueron integrando los mexicanos a lo que hoy es el Taller Coreográfico de la UNAM”.

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Gloria Contreras durante la entrevistaFoto José Antonio López

En poco tiempo el TCUNAM se convirtió en un estandarte de la máxima casa de estudios y la comunidad universitaria en la mejor garantía de su continuidad.

“Como rector de la UNAM –recuerda Gloria Contreras–, Gui-llermo Soberón quiso desaparecer al TC: Fui a hablar con los estudiantes, los convoqué y todos se levantaron en lucha para defender al Taller Coreográfico. Evaristo Pérez Arreola, entonces dirigente del sindicato de la UNAM, me oyó hablarles a los estudiantes y me dijo que si lo acompañaba a Veracruz, que necesitaba a alguien que hablara como yo. Le dije: ‘y yo necesito que levantes a todos los trabajadores para defender al Taller Coreográfico’, y levantó a todo el sindicato”.

Después del conflicto, asegura Gloria Contreras, Soberón asistía a las funciones del TC, “llegaba en la oscuridad y se retiraba en la oscuridad, pero sabíamos que ahí estaba; al cabo de la temporada me buscó y me dijo: ‘voy a hacer un teatro para el Taller Coreográfico, usted lo va a diseñar y a cuidar’”.

Se trataba de la sala Miguel Covarrubias, que hoy forma parte del Centro Cultural Universitario: “Nos fuimos a nuestra nueva sede y ahí seguí bailando y trabajando; logramos entradas magníficas. Lamentablemente, ese complejo cultural se ha convertido en Cultisur, un espacio para los ricos del Pedregal, donde el público del TC no puede pagar 500 pesos que ahora quieren cobrar; me he opuesto a aumentar el precio de los boletos para ver al TC, pero poco a poco me han ido obligando. Hoy lo más caro que acepto que se cobre son 30 pesos, pero quieren cobrar hasta 500”.

El público del TCUNAM realmente ama la danza. Si aumentan el precio de los boletos sólo va a ir un público sin cultura dancística, que va a hacer negocios, a buscar novia o novio, a tomar champán, pero rara vez les interesa la danza.

Actualmente la sala Covarrubias está en rehabilitación: no sé por qué se tenía que hacer, si el teatro estaba perfecto.

Por esa razón al TCUNAM lleva a cabo la temporada conmemorativa de su 40 aniversario en el recinto que lo vio nacer, el teatro Carlos Lazo de la Facultad de Arquitectura.

Interés por el pueblo

–¿Estos 40 años del Taller Coreográfico la compensan de haber dejado su carrera en Nueva York?

–Es difícil responder; no sé que hubiera pasado. Tenía el apoyo de Stravinsky, de Balanchine, podía estar haciendo un papel mundial. No sé. Por otro lado, he sido muy feliz en México, no me arrepiento de haber regresado. La parte emotiva que me da el país no la encontraría en el mundo; el pueblo de México me trata bien, me ha pagado muy bien. Estoy contenta.

–¿Cuál ha sido la clave para la permanencia del taller?

–Las buenas obras. Si yo tuviera malas obras, nadie vendría. Menos los muchachos, que no se dejan engañar. Vienen porque les ofrezco un rato feliz y punto. Tengo un repertorio que incluye folclor, jazz, clásico, improvisación; tengo a Bach, a Schubert, a los grandes músicos de la historia, pero también incluyo músicos populares contemporáneos, como Pérez Prado.

“Una de las características del taller es que tenemos muchas formas de hacer danza. No voy a montar El lago de los cisnes por un millón de años, ¡pobrecito Chaikovsky, han hecho tedioso un ballet que es magnífico! Tengo Romeo y Julieta, pero le doy un toque contemporáneo. Por ejemplo, el conflicto entre familias ocurre entre palestinos y judíos. A la gente le interesa lo actual.

–¿Por qué le interesa tanto el pueblo?

–Porque Gregorio Contreras, mi padre, fue socialista. Era de Chiapas y cuando venían trabajadores de allá a laborar a mi casa, mi mamá les arreglaba la sala y el comedor para que durmieran; les daba sábanas, cobertores, les daba de comer. Ése fue Gregorio Contreras: me educó con sus actos, desde niña vi su hermandad con los seres humanos, no hacía diferencias entre nosotros y aquellos a los que despectivamente llamaban la indiada. Entonces, soy socialista, así me amamantaron.

(Este viernes 26, el TCUNAM presentará coreografías con música de Bechet, Mozart, Stravinsky, Dvorák, Chopin y Bach, a las 12:30 horas, en el teatro Carlos Lazo. Entrada libre.)