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Penultimátum

La losas de Karol Wojtyla

L

a Biblioteca Palafoxiana, creada en 1646 en la ciudad de Puebla, es el legado cultural más importante del virrey obispo Juan Palafox y Mendoza (1600-1659), partidario de convertir a los indígenas al cristianismo con base en el convencimiento, no en la espada. Todo indica que este conflictivo y polémico personaje que cambió su vida disoluta, llena de “todo género de vicios, de entretenimientos y desenfrenamiento de las pasiones (como él mismo dijera) por una más cercana a la religiosidad extrema, va camino de convertirse en nuevo santo de la Iglesia católica. Esto, si Benedicto XVI da por bueno un milagro que le atribuyen a Palafox y Mendoza. El beneficiario: el padre Lucas Fernández de Pinedo, de 66 años y párroco de Osma, España, a quien los médicos declararon desahuciado en 1766 por sufrir una enfermedad incurable: la tuberculosis. Mas cuando ya estaba en las últimas le dieron una reliquia del ex virrey Palafox y se curó de rayo ante el asombro de propios y extraños.

De otro posible santo, muchísimo más conocido en la actualidad, se habla ahora, especialmente en Italia y Polonia: Karol Wojtyla, a raíz de la publicación de un libro Per ché é santo (Porqué es santo), escrito al alimón por el sacerdote polaco Slawomir Oder y el periodista Saverio Gaeta. En el libro (editado por Rizzoli) se revela que Wojtyla siendo Papa solía flagelarse con un cinturón que tenía guardado entre sus sotanas en el armario de su recámara. El cardenal José Saraiva, prefecto de las Causas de los Santos en el Vaticano, sostiene al respecto que la flagelación no es más que la expresión más hermosa del espíritu cristiano, de la fe vivida por esa persona que quiere asemejarse a Cristo, que fue flagelado.

Los autores también refieren que el Papa polaco era partidario de renunciar a su cargo por impedimento físico y mental. Esto cuando tenía 75 años, en 1994, y ya mostraba ciertas limitaciones debido a sus enfermedades, como el Parkinson. Igualmente se ocupan del atentado que Wojtyla sufrió en septiembre de 1981, en la Plaza de San Pedro. Aunque perdonó a su agresor, el turco Alí Agca, que recientemente salió en libertad en Estambul, éste no se arrepintió de haber intentado matar al Papa, muy al contrario de lo que sostuvo el Vaticano.

Luego de fracasar el intento de hacerlo santo súbito en la Plaza de San Pedro, por petición de miles de creyentes al día siguiente de su muerte, el Papa polaco carga tres pesadas losas rumbo a los altares. Una, conformada con su tolerancia con los curas pederastas; otra, la protección desmedida que dispensó al fundador de los Legionarios de Cristo, el michoacano Marcial Maciel. Y la tercera, el velo que tendió para ocultar el manejo irregular de las finanzas vaticanas, especialmente en el Banco Ambrosiano.