Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de febrero de 2010 Num: 782

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Amor indocumentado
FEBRONIO ZATARAIN

Nocturnos
DIMITRIS PAPADITSAS

Pulsos vs. determinaciones
JORGE VARGAS BOHÓRQUEZ

Chile: crónica desde los márgenes accidentados
ROSSANA CASSIGOLI

Escribir con zapatos
ANA GARCÍA BERGUA

Incansables ochenta años
ADRIANA CORTÉS entrevista con MARGO GLANTZ

Teolinca Escobedo: arte y corazón
AMALIA RIVERA

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Amor indocumentado

Febronio Zatarain

I

Hoy ando contento, Valentina. Tanto que en vez del Aldis me fui al Jewel y me compré un filete de bagre. No creas que me olvidé de ti, te traje tu tuna, pero esta vez sólida. Pa' que también tú celebres conmigo. Te has de preguntar que de dónde me salió tanta alegría. Hoy fue el último día en la factoría. Dicen que la van a mover a Juárez o Dominicana o a otro lugar de donde nos hemos venido un chingo. Qué cosas, Valentina, uno se cruza para acá en busca de jale, y las fábricas se están yendo para allá. Todos los compas andaban medio agüitados, yo también pero a mí en vez de darme por la queja me dio por pegarle mejor. Uno le agarra cariño a las cosas, y siete semanas son suficientes. Vi el martillo, la sierra, la máscara gris, el material de soldadura y me dieron unas ganas incontrolables de trabajar en serio. Y mientras los otros se la pasaban matando el día, yo me puse a hacer un mofle. No me vas a creer, Valentina, pero mientras cortaba un pedazo de tubo, el metal se me hacía muy bonito, ya cuando lo estaba soldando sentía como que me hablaba, como que las chispas que soltaba eran sus palabras. Normalmente me aventaba veinte al día, pero hoy sólo me aventé cinco. Ya cuando terminaba el último, varios compas se me quedaron viendo primero a mí y luego al mofle. Te está quedando de pocas, me dijeron, ¿qué tienes güey?, te ves raro. No sabía qué contestar. Creo que les dije que veía las cosas o que las cosas me veían... Sí, ya sé que tienes hambre, ahorita te abro tu tuna...

II

Cuando te veo saborear tu tuna, Valentina, me veo de niño saboreando yo la mía. Pero la tuna en México es diferente a la tuna de aquí. En las vacaciones largas, seguido me iba con mi resortera al monte, y si no conseguía una paloma suelera o una codorniz o una cocochita, por lo menos me venía con mi bolsa de nanchis, de guayabas o de tunas. Mi familia era pobre y mi madre nunca nos compró refrescos. Siempre nos hacía aguas: de limón, de jamaica, de sandía, hasta de tuna. Yo le ayudaba a exprimir los limones o a sacarles el jugo a las tunas rallándolas en el cedazo. Envidiaba al Mielito, uno de los pocos niños del pueblo que tenía televisión, porque siempre que estábamos viendo El correcaminos o Bonanza o El Gran Chaparral, tenía su Coca Cola bien helada. Presumía que se tomaba cuatro al día. Todavía lo veo, de perfil, pegado al envase y oyendo el glu-glu de su garganta. No le gustaba la Pepsi, yo no sé cómo le hacía para distinguirlas pero las distinguía. Alguien en algún lugar me dijo que ya se había muerto. Estaba joven, pero en su familia había la diabetes. A veces creo que comer tantas tunas y tantas nanchis me benefició porque no se me ha caído ningún diente y todavía me siento garrudo...