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Adiós a un poeta
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Carlos MontemayorFoto Danilo De Marco
E

n la madrugada de este último día de febrero se fue, dicen, Carlos Montemayor. Hace hoy un mes, el último día de enero, publicó un poema en La Jornada. Hablaba de un su amigo italiano, Tito Maniacco, un poeta de la ciudad de Udine en la región del Friuli, donde cien mil habitantes viven entre la montaña alpina y el mar Adriático.

Tito Maniacco murió el 22 de enero pasado, a los 78 años de edad. Era también indagador y narrador de historias, maestro de primaria, poeta de la provincia italiana y, además, militante comunista desde su juventud. Amaba narrar, hablar de los problemas y también de sí mismo y de sus experiencias. Era además un gran escuchador, tenía el raro don de conocer de inmediato a las personas y por eso en el partido todos lo querían, dijo de él Enrico Chiussi, amigo y compañero suyo en aquel hoy inexistente Partido Comunista Italiano. “Como político –agregó– era un comunista riguroso. Desilusionado del panorama actual, vivía no obstante retirado en sus lecturas”. Nunca perdió, dicen también sus compañeros, el afán de comprender el mundo y de cambiarlo, y el gusto por la ironía y la autoironía.

Esta inclinación de su espíritu iba tal vez envuelta como afirmación de su ser en su última voluntad: que su funeral fuera en el hospital donde murió, su ataúd cubierto por la bandera roja de su viejo Partido desaparecido, y su despedida La Internacional, aquel canto de lucha del siglo pasado y tal vez de alguno que vendrá. A ese amigo distante dedicó Carlos su último poema.

Tito Maniacco había escrito el prólogo de uno de los recientes libros de Carlos Montemayor, Los poemas de Tsin Pau. Dijo de él allí: “Carlos Montemayor alias Tsin Pau se vuelve un poeta chino, tal vez uno de tantos diseminados en la vieja antología de poetas chinos titulada Las trescientas poesías Tang, quizá del gran Tu-fu o del grandísimo Li Po”. Los poemas de Tsin Pau fue publicado en 2007 en Chihuahua por La Cabra Ediciones. Ese hombre de Parral que era Carlos dijo entonces que los había inspirado el haber visto en China paisajes semejantes a los de su Chihuahua.

El poema de Montemayor para su amigo era también su propio adiós. Me conmovió su tersura y su belleza y le escribí dos líneas en ese mismo día: Carlos: Me gustó mucho tu recuerdo para el poeta de Udine y te lo quería decir. Un abrazo. No disgustaría a la ironía de sí mismo que el propio Carlos solía esgrimir que, ahora en su recuerdo, publiquemos en La Jornada este breve retrato de Tito Maniacco y, una vez más, el poema anunciador que él le dedicó en su partida, junto con las fotos de ambos.

Foto
Tito Maniacco. Udine, Italia (1932-2010)

Farewell, Carlos, y larga vida en la otra vida.

28 de febrero de 2010.

* * *

Adiós al poeta Tito Maniacco, de Udine (23 de enero de 2010)

Carlos Montemayor

Dicen que el día de ayer mi amigo emprendió un largo viaje.

Sé que los poetas estamos acostumbrados a dilatadas travesías.

A veces las iniciamos desde nuestra mesa, desde la ventana, desde una página en blanco.

Nuestros largos viajes no son para descubrir o conquistar territorios; cuando logramos regresar, a menudo nos damos cuenta de que sólo pudimos comprender los territorios que son nuestros.

No lo hacemos tampoco porque deseemos estar en muchos lugares, salvo en ciertos sitios, en algunos instantes.

No podemos permanecer para siempre en la mujer que hemos amado, en el abrazo del sol y de las tierras que han sido también nuestra familia.

No podemos extender para siempre el brindis con los amigos fraternos y disertadores, que cantan y discuten hasta que despiertan el alba.

Tampoco viajamos para alcanzar el aliento de la poesía que nos guió:

sí para escuchar nuestro corazón, que no quiere entender.

Dicen que mi amigo ha emprendido un largo viaje.

Me imagino que se trata de una nueva jornada hacia la luz.

Una luz ahora lo recibe, lo comprende y le explica cómo somos.

Quizás, tras el túnel de luz que ha recorrido, lo recibe un aliento suave de aurora, acaso un velo gris de silencio, o tal vez un pequeño poblado que está de fiesta.

Me parece ver el pueblo en los valles de los Prealpes.

¿O será en lo alto de las cordilleras del Yang-Tsé?

¿En aquella cadena de montañas, las conocidas como las murallas de Chiang Tsun, donde termina pronto el verano y llegan los vientos fríos del norte, donde las águilas vuelan sobre las cumbres y su vuelo parece un dibujo, se asemeja a un pensamiento?

Quería regresar ahí, acaso.

O posiblemente estamos en la página en blanco de su viaje. Ahí levanta los brazos y nos llama, somos parte de esa fiesta que no termina, parte de ese largo viaje que a cada uno de nosotros nos sigue buscando, nos sigue recibiendo.

Lo distingo allá, a lo lejos.

Levanto la mano para saludarlo.

Pero sé que viaja entre nosotros.