Opinión
Ver día anteriorLunes 1º de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Carlos Montemayor, tenor, maestro
E

l maestro Carlos Montemayor en primera persona: el amor a la música para mí fue anterior al amor a las letras. Antes de los nueve años desperté a la música porque vi en mi natal Parral a un minero, que yo quería mucho, tocar una guitarra, y a mí me sorprendió que de sus manos y de todas sus uñas, duras, negras, quebradas, pudiera brotar la música. Desde entonces me quedó claro que uno puede producir música, y para eso uno no debe someterla, sino ayudarla a que brote.

El mismo sentido de generosidad, de saber, aprender para compartir, lo llevó a estudiar entonces música, y después letras. Siguió la tradición de su familia de ser músico: su abuelo paterno tocaba guitarra, salterio y violín. Un hermano de su abuela materna cantó Cavalleria rusticana con Caruso, en México.

Eso nos lo compartió el maestro Montemayor un sábado en su casa, tallereando con el pianista Antonio Bravo en la preparación de uno de sus hasta ahora cinco discos compactos como tenor lírico.

Otro sábado, otro marzo: es 1994 y estamos en La Habana. El maestro Montemayor forma parte del jurado del Premio Casa de las Américas y llevamos casi dos semanas entre sesiones deliberativas, lecturas de las obras provenientes de todo el continente y convivencias que incluyen una larga charla de pie y desde que es medianoche hasta la clara luz del otro día, con el comandante Fidel Castro, con temas que van desde la guerrilla (tenía apenas dos meses el levantamiento zapatista en Chiapas) hasta los clásicos latinos, griegos e indígenas. El comandante, agradecido con todas las respuestas que le brindó Montemayor en el tema de la guerrilla, le obsequió una botella especial de whisky, bebida que disfrutamos de retorno en México, en casa del maestro. Gabriel García Márquez se aparece de vez en vez en las sesiones.

Un atardecer de sobremesa en La Habana. Al fondo de las mesas, entre el barullo de cristales, cucharas, arroz con frijoles y carne de puerco y mojito, un piano vertical se eleva entre las brumas caldas de la música de Ernesto Lecuona. Una dama cubana descrucifica las teclas. La atmósfera llega hasta el ensueño.

Entre los comensales, el maestro Carlos Montemayor sigue la música con un murmullo a labios cerrados que asciende luego al sotto voce, que luego sube al mezzo voce, que llega hasta el agudo pleno, el do de pecho y el maestro Montemayor termina de pie y a garganta y corazón abiertos cantando una canción napolitana ante la aprobación, expresada en aplausos y vivas del público ocasional que habría de convertirse, dos días después, en público formal, pues entre los comensales alguien lo comprometió a hacer un concierto en forma, lo cual aconteció en la sede de la Orquesta Sinfónica de Cuba, acompañado al piano por Juan Espinosa. Un compromiso más, éste con la radio italiana, no habría de cumplirse, pero la mecha ya estaba encendida.

Otro sábado en casa con Carlos Montemayor, le pregunto:

–¿Resulta provocador y crítico en demasía apelar a la unidad renacentista de, por ejemplo, cantar como escribir o escribir como cantar; es decir, diversificar las vías de acceso al conocimiento?

“Es muy posible –respondió el maestro– que el mundo esté más tranquilo si alguien es solamente zapatero o dentista o escritor o fotógrafo o ingeniero. Cuando se hacen más cosas de las debidas se provoca cierto nerviosismo, pero la mayor parte de los artistas se dedican a más de una de las disciplinas de arte. James Joyce, por ejemplo, era un excelente tenor y decidió desterrarse de Irlanda porque en un concurso de la Ópera de Dublín le dieron el segundo lugar y no el primero, que lo obtuvo por cierto John McCormick, admirado por Caruso. En México, Eduardo Lizalde es un barítono muy poderoso y conocedor de la ópera a fondo. David Huerta es un magnífico guitarrista. Alberto Blanco y Evodio Escalante son magníficos pianistas. Tito Monterroso, Fernando del Paso, Marco Antonio Montes de Oca son pintores también. A mí me tocó la buena suerte de, además de ser escritor, ser músico y, dentro de la música, ser cantante. Y eso me apasiona”.

La música: la pasión por compartir. La generosidad de Carlos Montemayor lo llevó a grabar cinco discos compactos con su arte canoro. Así no sólo los comensales, los afortunados, los unos cuantos, sino todos quienes quieran acercarse tienen a su alcance esta discografía excelente.

Con el maestro Antonio Bravo, su pianista y amigo entrañable, compartimos horas de felicidad y música con nuestro maestro. Nos quedaron varios pendientes, como en toda buena tarea que se realiza. Nos faltó ponerle fecha definitiva para la presentación que haríamos, los tres como en los discos anteriores en la Sala Hermilo Novelo del Conjunto Cultural Ollin Yoliztli, de los flamantes discos que están por empezar a circular: Concierto mexicano, el uno, y el otro Zarzuela y cantos de España, partituras de entre otros muchos, Manuel de Falla, Silvestre Revueltas y entre otras joyas, una partitura muy cercana al corazón del maestro Carlos Montemayor: el Madrigal, de Ventura Romero, que cada vez que lo interpretaban Antonio Bravo y él, terminaba invariablemente bañado en lágrimas de emoción el tenor, el hombre de letras, el luchador social, el niño que vio nacer la música de las uñas quebradas y negras de un minero, hombre duro en apariencia, noble de corazón, el hombre recio y noble que luchó por la justicia, maestro en toda la extensión del término, don Carlos Montemayor.

Ahora realiza jornada hacia la luz.