Política
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Carlos en la memoria
S

i se piensa que Carlos Montemayor nació en 1947, y se estudian los aspectos principales de su vida, de su inteligente y compasiva rebeldía, y de su abundante obra literaria, se encontrará la recia figura de un incansable defensor de los derechos humanos, de los pueblos indígenas, de los humillados y ofendidos, y de quienes enfrentan con valor y convicción la violencia de los poderes estatales, y de los alicuijes matones al servicio de los poderes fácticos. Por todo esto y más, Carlos Montemayor fue un mexicano excepcional. Su vida y su obra enaltecen a la República.

Son muchas las facetas de su personalidad, y muchas las inquietudes que lo llevaron a escribir poemas, ensayos, relatos y novelas. De su poesía recuerdo sus primeros libros: Las armas del viento, Finisterra, Abril y otros poemas, y Abril y otras estaciones.

Sus poemas florecían en el clima benigno de la primavera; con ella llegaban a su ánimo las palabras para forjar el poema. Gran lector de poesía, tuvo siempre un acendrado amor por los misterios del lenguaje, y por la empresa de romanos que es la traducción. Tengo presente su Antología de la poesía griega, en la cual contó con la ayuda del poeta heleno, asentado en Nueva York, Rigas Kápatos. La curiosidad infatigable de Carlos anduvo también por los terrenos del latín, el sánscrito, el hebreo y algunas lenguas modernas. Mención especial merecen sus Encuentros con Oaxaca, sus antologías del cuento indígena, los estudios y trabajos sobre las lenguas nacionales. Brilla con luz poderosa su Diccionario del náhuatl en el español de México. Estos trabajos académicos se enriquecieron con su talante moral, con su permanente defensa de los derechos siempre cancelados de los indígenas, a quienes llamamos extranjeros en su tierra, y con su participación en comisiones que buscaban mediar entre el Estado y los grupos rebeldes.

Junto con la poesía, tal vez su primer y más constante amor, están los relatos y las novelas. En toda su prosa narrativa encontramos sus preocupaciones sociales y políticas, y su defensa de los oprimidos por el monstruo neoliberal. De sus relatos destaco Las llaves de Urgell, Operativo en el trópico y La tormenta y otras historias.

Su novela Guerra en el paraíso, prodigio de investigación cuidadosa, de pasión bien orientada y de excelente prosa, es una de las obras fundamentales de la literatura mexicana de todos los tiempos. Su recreación de la guerra sucia de los años setenta, y su fiel retrato de Lucio Cabañas, dan a su novela el carácter de testimonio sobre una rebeldía buscadora de justicia e igualdad, y de análisis, siempre ameno, de la crueldad con que el Estado autoritario enfrentó a una disidencia que partía del corazón mismo de los humillados y ofendidos de un país que ha tenido, como aspecto constante de las distintas etapas de su historia, la injusticia social y la abismal desigualdad. Ya desde sus estudios sobre el ataque al cuartel de Madera, Carlos se convirtió en el cronista más fiel y valeroso de las luchas populares de los últimos años. Su curiosidad era tan acuciante y tan unida a una ética limpia, comprometida y entusiasta, que le permitió hacer el estudio completo de la mayor parte de las manifestaciones de rebeldía que registra nuestra historia moderna.

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Susana de la Garza, esposa de Carlos Montemayor, con Margo Glantz, ayer en la Academia Mexicana de la LenguaFoto Marco Peláez

Recuerdo la tarde entera que pasamos hablando de los conatos de levantamiento protagonizados por algunos miembros del sector juvenil del PAN, al terminar la campaña de Luis H. Álvarez. Huajuapan de León y Matamoros fueron los lugares en los cuales los muchachos panistas intentaron una sublevación popular. Su aventura acabó en las Islas Marías, en los muros de agua de los que habla otro gran rebelde, José Revueltas.

Se va Carlos dejándonos su libro más reciente entre las manos. Me refiero a La violencia de Estado en México. Con esta obra indispensable para el conocimiento de las horrendas realidades de nuestro país, culminan sus estudios sobre la búsqueda de la justicia y de la libertad. Lo despedimos con agradecimiento y admiración. Aquella tarde en la que hablamos surgió de repente el nombre de Yorgos Seféris. Los dos dijimos en voz alta el epígrafe de su poema sobre Helena de Troya: No te dejan en Platres dormir los ruiseñores. A Carlos le quitaron el sueño los ruiseñores de la literatura, del bel canto y los de las luchas sociales. Ahora duerme sin fin, como el torero celebrado por García Lorca. La historia de este pobre país nuestro vela su sueño. Sus amigos, sus lectores y su pueblo mantenemos viva su memoria.