Opinión
Ver día anteriorMiércoles 3 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El poder del arte
A

unque la mayoría de los librepensadores sostiene que los creadores de arte tienen el derecho de expresar lo que deseen, hay quienes aseguran que el arte, en cualquiera de sus formas, no debe ofender. Los primeros defienden la libertad y la autonomía. Los segundos niegan esos principios y consideran lícito protestar y hacer justicia cuando sus principios han sido denostados. Entre unos y otros, entre una forma de percibir la vida y otra, las diferencias son cada vez más grandes. La imposibilidad del discurso y de la razón crece día a día. Lo mismo sucede con el odio: cada vez se acepta menos al otro. Es magro el espacio para la esperanza: es poco probable que ambas posturas logren consensuar lenguajes y actitudes. Dos ejemplos vivos como radiografía de la humanidad.

Desde hace algunos años, Kurt Westergaard vive recluido en su casa en Aarhus, Dinamarca. Vive escondido. No se esconde motu proprio. No se esconde de él. Lo esconden del mundo, de su entorno, de su muerte anunciada. Westergaard es el caricaturista danés que dibujó a Mahoma con un turbante bomba en el diario Jyllands Posten, en septiembre de 2005. Ofendidos, millones de musulmanes salieron en muchas ciudades para manifestarse en contra de los dibujos (además de la caricatura referida, el periódico publicó 11 viñetas más sobre el Islam). Varias embajadas danesas fueron atacadas, muchas banderas fueron quemadas, productos daneses y occidentales fueron boicoteados y, lo que es peor, 200 personas perdieron la vida.

En Occidente sabemos que ni el editor del periódico ni el caricaturista son los responsables de esa satanización. Algunos extremistas islámicos piensan lo contrario. El intríngulis es muy complicado. La lectura que hacen de la vida algunos fanáticos ha determinado que Westergaard es, y lo será hasta su muerte, recluso en su propia casa y cautivo de lo que ya no es su vida. Salman Rushdie también ha vivido escondido por las mismas razones y Roberto Saviano vive oculto por las amenazas de muerte vertidas en su contra por la Camorra.

El affaire Westergaard es un rompecabezas imposible de armar. Contiene al menos cuatro piezas. La primera es el derecho de ejercer la libertad. La segunda es el derecho de ofenderse. La tercera es la actitud de la sociedad y del país cuna ante las amenazas contra uno de sus conciudadanos. La cuarta es la idea de asesinar al ofensor. Las piezas son dispares y amorfas. Imposible ensamblarlas. Westergaard presenta otra versión del rompecabezas: “Después de lo ocurrido, he leído mucho sobre religión, y creo que esa frase del libro del Génesis que dice ‘Dios creó al hombre a su imagen y semejanza’ tendría que ser a la inversa: ‘El hombre creó a Dios a su imagen y semejanza”.

La segunda radiografía se suscitó en la feria Arco en Madrid, en febrero de 2010. En ella, Eugenio Merino presentó sus obras. Dos azuzaron algunas opiniones. La embajada de Israel en España protestó porque las piezas en cuestión eran una ofensa para judíos, israelíes y seguramente para otros. La primera creación muestra una ametralladora Uzi que sirve de base a una estrella de David y a una menorá –candelabro de siete brazos característico de la tradición judía.

La segunda obra expone a tres personajes orando, uno sobre otro: un musulmán, un cristiano y un judío ortodoxo. Cada uno reza de acuerdo con las tradiciones de sus credos: el musulmán postrado, el cristiano arrodillado y el judío inclinado. El musulmán carga a ambos y el cristiano al judío. Algunas agrupaciones católicas también se manifestaron: “… la asociación de una metralleta a un candelabro judío es ofensiva”. Asimismo señalaron: “… esta escultura es humillante para los creyentes de las tres religiones (...) no sabemos si el autor busca representar, a través de la verticalidad, que las religiones se aplastan unas a otras”.

Merino tiene derecho a utilizar el arte como vía de expresión. Generar polémica, crear conciencia sobre determinados problemas, manifestar indignación contra las religiones o los símbolos o promocionarse son atributos a los cuales tiene derecho cualquier artista. El problema surge cuando las imágenes incomodan o hieren susceptibilidades; ni importa si se trata de una caricatura, una novela o una obra de arte. Lo que es cierto es que Merino logró uno de sus propósitos: ser visto. Lo que también es cierto es que el arte, per se, es un catalizador de opiniones y un espacio autónomo, cuyas ideas pueden servir de instrumento para generar polémica, para sembrar ideas, para mejorar la condición humana o para aniquilar humanos. Recuérdese, por ejemplo, el famoso mingitorio de Marcel Duchamp.

Tanto el caso de Westergaard como el de Merino ilustran el poder y la trascendencia del arte, ya sea en forma de viñetas o de obras artísticas. Ilustran también la añeja y nunca finalizada discusión acerca de la tolerancia.