Opinión
Ver día anteriorJueves 4 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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En la India
A

menudo México ha sido invitado a ferias internacionales, el año pasado al Salón del libro en París; este año a la India, a la Feria Internacional del Libro en Calcuta, a la que asistieron miles de millares de personas y no exagero: hay que recordar que la India tiene más de mil 200 millones de habitantes y Calcuta es una ciudad enormemente poblada, aunque México le gane: triste consuelo. Con Laura Emilia Pacheco y su equipo, la del nuevo embajador Jaime Nualart y su agregado cultural, Conrado Tostado, nuestra presencia allí fue quizá importante y las sesiones estuvieron muy concurridas; hubo además, como en la Feria de Colombia, una muestra de platillos mexicanos que fascinaron a los indios. ¿Propaganda? Puede ser, pero lo recalco: lo único que parece quedar aún en pie en México es la cultura.

Hace poco una película inglesa –parodia musical– causó mucha controversia en la India, Slum Dog Millionaire; contaba la odisea de un joven que corre los mayores peligros a manos de una mafia productora de mendigos mutilados y quien termina su periplo bailando alegremente en compañía de numerosos comparsas que bailan como Madonna. Cuál no sería mi sorpresa al llegar al imponente mausoleo musulmán del sultán Humayún en Delhi y ver a un nutrido grupo de jóvenes de ambos sexos, vestidos a la occidental, bailando rock para una película producida en el sur del país por los estudios Collywood. Luego, en Jaipur, al llegar a la explanada principal del fuerte, otro grupo muy extenso de jóvenes vestidos como indios, bailando con perfección a la occidental, filmaban una escena para Bollywood, la gran compañía cinematográfica de Mumbai.

Y en el famoso palacio de la ciudad rosa, los casetones están decorados con espejos y botellones colocados simétricamente a la manera de las naturalezas muertas de Giorgio Morandi: ¿la India se estará volviendo occidental? De inmediato, en la calle, atestada como siempre de vehículos y animales de todo tipo, los coches, los camiones y los tic tocs de colores chillantes anuncian en letras gigantescas Please Blow Horn y las bocinas resuenan exactamente como el mugido de las vacas.

Antes de llegar a Jaipur fuimos a Galta, el famoso lugar inmortalizado por Paz en su Mono gramático, un pueblo lleno de monos y de templos a punto de derrumbarse, santones bañándose en estanques asquerosos donde hacen sus abluciones, todo polvoso y sin embargo extraordinario, los frescos aún son visibles, pero pronto desaparecerán, aunque pueden reconocerse todavía algunos de los que Paz reprodujo en su libro. A los monos –bastante impertinentes– se les tranquiliza con cacahuates que ellos toman educadamente con la mano, luego se sientan, espulgan a sus crías y te miran con mirada inteligente; a la entrada del santuario, una cobra con su encantador: la serpiente furiosa ya no tiene dientes ni veneno.

En Pushkar donde se celebra anualmente una feria de camellos que desgraciadamente no pudimos ver abundan los templos hindis, hay más de 500 (una especie de Cholula), con un lago sagrado parecido en sus funciones al Ganges, lago ya seco y sin embargo alucinante; un joven hindi nos conduce, alto, guapo, elástico, brahmin estricto, muy religoso y hippy al mismo tiempo, un guía aristocrático y ritual en un país donde los guías en general son espantosos, hablan sin cesar y te conducen, implacables, a tiendas donde les espera una comisión de 30 por ciento. En Pushkar se encuentra uno de los pocos templos dedicados al Dios Brahma en toda la India.

En Jaipur fui por tercera vez a una de las joyerías más famosas de la ciudad. La primera vez me envolvieron mis aretes en una bolsita de seda primorosa, la segunda me dieron una de algodón y esta tercera vez una de plástico. Lo comenté y el dueño sólo dijo todo cambia, personaje altivo, descalzo, con porte arrogante, te cobra con desprecio y rara vez sonríe. Pertenece a la casta de los comerciantes. Obvio.