Opinión
Ver día anteriorDomingo 7 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Pederastia exponencial
L

a sodomización infantil –niños con niños– es un hecho tan antiguo y vigente como la humanidad y tan extendido como la superficie del planeta. La sodomización iniciática se practica aún hoy día en algunos grupos aborígenes de Oceanía o África y, sin mayores consecuencias morales, en algunas partes del Islam. En general, estas prácticas no tienen secuelas conflictivas en la personalidad ni en la elección sexual de los individuos que forman y reproducen estas sociedades. Y tal vez esto es así porque no participa el factor culpa en el descubrimiento del propio sexo. Todo lo contrario del sustento ideológico de la Iglesia católica, que ha puesto en los asuntos del sexo la infracción de mayor peso condenatorio. Peso del pecado que, por cierto, nunca ha tenido su reflejo en el peso de la ley, porque la Iglesia prefiere negar la condición humana de sus miembros, minimizando sus incursiones carnales y, con ello, influye en la inercia legislativa de las sociedades de mayoría católica, donde apenas se han empezado a tipificar y castigar los delitos de violación a cualquier edad y de abuso sexual a menores.

Porque es en Occidente y en los sitios que invade, donde el sexo arrebatado a los más débiles trastorna de placer a una cada vez más numerosa población de adultos hombres, consumidores de turismo sexual en los países pobres y de pornografía internauta. La pregunta es: ¿por qué esta explosión demográfica de la pederastia? La tentación es responder, y a riesgo de herir la susceptibilidad de las víctimas de esta práctica, porque la pederastia es exponencial: cada niño abusado es, potencialmente, un pederasta que atacará a otros niños. En otras palabras, la reparación del daño a los hoy adultos que fueron víctimas en su infancia debería incluir tratamientos especiales, intensivos y exhaustivos para liberarlos de la culpa original y para que puedan orientar su sexualidad hacia relaciones maduras y felices hetero u homosexuales, en vez de vivir desgarradoramente una condición de delincuentes sexuales en potencia o reproduciendo el daño vivido en carne propia.

Recuerdo a un amigo mío, felizmente casado, abusado por un profesor de un prestigiado colegio de esta ciudad, a causa del cual otro niño se aventó por una ventana del segundo piso. Me viene a la mente haber leído que Onésimo Cepeda dijo, a propósito de las primeras víctimas de curas pederastas que hicieron pública su experiencia: les debe haber gustado si tardaron tanto tiempo en denunciarlo y, al escuchar a Raúl y a Omar, los hijos de Marcial Maciel, pienso que la historia del tío de Maciel ha de ser tan verdadera como lo fue el conflicto de identidad sexual que tuvo Raúl cuando empezó a salir con su primera novia… Que el niño abusado supere el trauma o no lo resista y se mate, que lo goce y lo practique a su vez, encubierto por la institución eclesiástica, que reduzca su propia identidad a un conflicto insoluble o se defina felizmente en cualquier preferencia sexual madura, la pederastia culposa soterrada en el individuo, tiene carácter exponencial demográfico y alimenta delitos como la trata y explotación de niños en la pornografía y el turismo sexual, siendo un grave problema social que debe atacarse desde la raíz de nuestra cultura judeo-cristiana.