Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de marzo de 2010 Num: 783

Portada

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Las ciudades de Carlos Montemayor
MARCO ANTONIO CAMPOS

Montemayor: regreso a las semillas
RICARDO YÁÑEZ Entrevista con DANIEL SADA

La autoridad moral de Carlos Montemayor
AUGUSTO ISLA

Carlos Montemayor: ciudadano de la República de las Letras
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Recuerdo de Carlos Montemayor
LUIS CHUMACERO

In memoriam
Carlos Montemayor
MARÍA ROSA PALAZÓN

Ser el otro: Montemayor y la literatura indígena
ADRIANA DEL MORAL

Quiero saber
CARLOS MONTEMAYOR

Parral
CARLOS MONTEMAYOR

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Jorge Moch
[email protected]

La televisión anda últimamente inflamada de fervores patrios, hirviente celestina de amores solidarios entre connacionales y pletórica factoría de ardor nacionalista, de cariño por los próceres de la historia, henchida cornucopia de orgullo, tan mexicana ella, encendida hija de la Patria, rebullo de vítores, serpollar de porras, de ajúas, de chirimías y guitarrones; cuetones de feria, fuegos artificiales, bengalas, toritos y compases de mariachi con falsetes a la Miguel Aceves y bemoles a la Jorge Negrete. Bebe tequila y mezcal; come tamales. Canta solemnes, sentidas vivas a la gesta independentista, suelta chiflidos de arriero a la turba revolucionaria, odas al santoral histórico que encabeza el cura Hidalgo y cierra el campesino Zapata mientras, desatada la trenza y suelto el chongo, avienta públicos ajajayes y orasíes, cabrones, a lo mero mexicano. Por lo pronto deja guardaditos en un rincón a los rijosos Juárez, Lerdo de Tejada, Justo Sierra, Mina o Mier, y no se diga a revoltosos recientes, como Revueltas, los mineros de Cananea o, no lo quiera el dios omnipotente de Riveras y Cavernales, las anónimas víctimas de la carnicería moderna, como en Acteal o Aguas Blancas, pasando por Tlatelolco, hasta llegar a Villas de Salvácar, porque oiga usted, tampoco es cosa de abanderar los palomeados calzones de la histórica disidencia ni ese anticlericalismo lesivo que el obispo de Ecatepec (el millonario obispo del mísero Ecatepec, debe acotarse) alguna vez calificó de “laicismo, pura estupidez”…

Tanta propagandística matraca y tanto cuete chiflador patriotero buscan celebrar el centenario de la Revolución mexicana de 1910 y el bicentenario de la guerra de Independencia de 1810, esto, vaya, orquestado por un régimen de derechas que en la práctica reniega de la vena socialista, progresista o simplemente libertaria de tales episodios de la historia de México que fueron, más que suceso, carnicería, y más bien estimula la dependencia económica de México siempre deudor con otros países mientras implementa políticas socioeconómicas de espalda a los pobres. No sólo se trata burdamente de conmemorar procesos históricos que por dolorosamente sangrientos, pero sobre todo por inconclusos –y terriblemente inconsecuentes– no significaron un verdadero cambio en la forma y expectativa de vida de las inmensas mayorías de pobres y de ignorantes con que se fue acuerpando la población del país entero, país de minorías criollas y mestizas lastimosamente racistas y clasistas en medio de una mayoría de indígenas y mestizos condenados por usos y costumbres lesivos a una ciudadanía de segunda o cuarta o quinta clase, sino que se pretende ignorar una idiosincrasia vergonzante por agachona, una odiosa propensión a la corruptela, la trácala y la evasión de la propia responsabilidad, y una vena profundamente hipócrita en el ámbito de un quehacer social sujeto al fanatismo religioso sincrético y sin sentido a la hora de contrastarlo con lo que sucede en calles de villas, pueblos y ciudades.

Los patrioteros espots de la televisión son casi todos producción del estafilococo que vive del erario público en mansiones rodeadas de guaruras y soldados, que come rico a diario y ni jodida idea tiene de lo que es subirse a una pesera, al Metro atestado en hora pico, o tener que caminar kilómetros a la escuela, o cargando las bolsas del mandado, pero también hay anuncios que espontáneamente producen las televisoras del duopolio privado de Televisa y TV Azteca. En cualquier caso, es infame el contraste entre lo que según ellos, los espots, el gobierno, los señoritos de la tele, es el país, con escenas de campo limpio y productivo, sin cinturones de miseria infestados de niños barrigones de amebas y sin indigentes, porque en esos anuncios desde luego no hay balaceras ni soldados abusivos en las calles ni, fíjese, perros callejeros ni ratas en los inmensos basureros a cielo abierto que adornan las vecindad de cualquier ciudad en México. En esos breves poemas visuales, no hay graffiti, ni secuestros, ni baches. Allí no hay narcomantas de diez por siete ni se tapan las alcantarillas y nadie termina buceando en mierda, vivo ni muerto.

En fin, que me convierto: rezo, suplico, reclamo, sacrifico. Hago lo que me digan, me inyecto lo que me ordenen, me trueno a quien quieran o dejo que me lo truenen, pero por favor, por favorcito, que alguien me lleve a vivir al México –creo en ti– de los anuncios de la tele. Porque en el de este lado de la pantalla ya de plano no se puede vivir.