Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de marzo de 2010 Num: 783

Portada

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Las ciudades de Carlos Montemayor
MARCO ANTONIO CAMPOS

Montemayor: regreso a las semillas
RICARDO YÁÑEZ Entrevista con DANIEL SADA

La autoridad moral de Carlos Montemayor
AUGUSTO ISLA

Carlos Montemayor: ciudadano de la República de las Letras
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Recuerdo de Carlos Montemayor
LUIS CHUMACERO

In memoriam
Carlos Montemayor
MARÍA ROSA PALAZÓN

Ser el otro: Montemayor y la literatura indígena
ADRIANA DEL MORAL

Quiero saber
CARLOS MONTEMAYOR

Parral
CARLOS MONTEMAYOR

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Verónica Murguía

Casandra

El lector recordará que Casandra, hija de Hécuba y Príamo, reyes de Troya, era profetisa. Apolo le había concedido el don de conocer el futuro –ella lo había pedido a cambio de su amor–, pero enojado porque Casandra incumplió el pacto, le dio lo convenido y también la maldijo. Casandra podría ver el futuro, pero nadie le creería una sola palabra. Así, la pobre adivinó la ruina de Troya, la muerte de Héctor, la desdicha de Andrómaca, hasta su propio y triste destino. Nadie le hizo caso.

Es una de las figuras más conmovedoras de la Antigüedad. Todos nos hemos identificado con ella cuando, llenos de convicción y, creemos, de razones, advertimos a quienes nos rodean sobre las catástrofes que penden sobre nosotros: no ganó Bush, va a invadir algo; no es cierto que hay armas de destrucción masiva, ya se amolaron los iraquíes; no votes por ésos, que odian a Benito Juárez; no ganó Calderón, ni habrá empleos; no es cierto que vamos triunfando sobre el narco, se va a morir un montón de gente; no salgas sin paraguas que te va a dar gripa, etcétera.

Stefan Zweig vivía en Londres en 1940. Escribió en su diario sobre “sentirse Casandra”. Supo lo que venía, se procuró “cierto frasquito”. Se suicidó. Quien siente la certeza de la oscuridad que arriba, suele hundirse en el desánimo. Por eso no entiendo el oscuro anhelo de Casandra: ¿para qué quería conocer el futuro?

Por lo menos a mí no me gustaría enterarme de lo que la vida me depara. Como a cualquiera, me ha sorprendido muchísimo. Me acuerdo que una mañana de preparatoria iba caminando por Coyoacán y me pregunté cómo sería vivir por ahí. Veinte años después, llegué a vivir cerca de la calle donde me hice la pregunta.

Lo recordé con claridad mientras cargaba la centésima caja de libros y los mudanceros me advertían con sorna que el sofá no cabía por la puerta. Igual ha sucedido con muchas otras cosas, y me temo, además, que si hubiera sabido que venían, no las hubiera disfrutado con plenitud, muerta de impaciencia. Eso, con las cosas buenas. Con las malas, no puedo imaginarme la espera. Sé que me voy a morir, pero como todos, vivo como si fuera inmortal, perdiendo el tiempo.

¿No somos así de necios?

Aunque, misterio, existen aquellos a quienes se les queman las habas por saber lo que sea acerca de su futuro, malo o bueno. Y existen desde siempre. Por eso hay huellas de ritos adivinatorios de todas las épocas y en todas partes: los humanos han tratado de conocer el futuro por medio de los dados, las cartas, los estornudos, las nubes, el vuelo de los pájaros, la forma de las volutas de humo, las vísceras de los animales sacrificados y llamadas telefónicas carísimas a ese extraño ser llamado Walter Mercado.

Conocemos muchas de las historias de los aciertos, no así de las interpretaciones incorrectas de los signos. Apolo, por medio de la Pitia, solía decirles la verdad a sus devotos. Lo malo es que los devotos se hacían bolas, pues el dios no era claro. Los pesimistas siempre creemos que ahí viene la bruja; los optimistas, que no pasará nada y el futuro sigue siendo lo que todavía no existe, un acertijo. Pero, ¡qué sorpresa deliciosa ha de ser equivocarse creyendo que mañana se terminará el mundo y que la vida nos pasme con algo inesperado y bueno!

Christa Wolf, novelista de prosa elegante, inteligentísima, perspicaz, informada, creyó en 1981 que el fin de Europa se aproximaba debido a una crisis en la Guerra fría. Pocas personas como Wolf, quien además escribió con pasión un libro titulado precisamente Casandra, se han aplicado con tal lucidez a interpretar los signos de su presente. Creyó que el mundo se acababa. Sus amigos dudaban entre huir a Australia o quedarse. El gobierno exhortaba a los ciudadanos a “tapar las ventanas con tiras de papel, llenar la tina de agua y cubrirla”, medidas patéticas en caso de un bombardeo nuclear, como bien sabía Wolf, conocedora profunda de la tragedia de Hiroshima.

Wolf creía, como muchos mexicanos sentimos ahora sobre México, que Alemania estaba en una coyuntura de la que no saldría bien librada. Wolf miraba todo con ojos de despedida. Nadie hubiera sospechado que –sólo ¡nueve años después!– el Muro de Berlín caería, que Alemania sería un país unido y con futuro.

Me gusta esta anécdota. Me hace concebir ilusiones acerca de México. Imagine el lector un México menos corrupto en el que se respetaran las vidas de los ciudadanos. ¡Qué ganas de verlo!.