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Son por el uso político de las creencias, afirma el experto de la ENAH José Andrés García

Descarta investigador que las fricciones en Mitzitón sean por cambio de religión

Divergencias enmascaran intentos por fracturar comunidades zapatistas para quitarles predios

Enviado
Periódico La Jornada
Lunes 8 de marzo de 2010, p. 18

San Cristóbal de las Casas, Chis. 7 de marzo. Los estudiosos del escenario religioso en Chiapas han encontrado que las diferencias de credo no son el principal motivo de conflicto en las comunidades, y que en el fondo podrían ser irrelevantes. Así, José Andrés García Méndez, investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), admite que los sucesos iniciados en 1994 modificaron el campo religioso, tanto en la Iglesia católica como en la evangélica, lo cual se puede resumir en su postura ante el movimiento zapatista.

Las iglesias evangélicas desarrollaron diferentes respuestas, algunas completamente opuestas entre sí, documenta el especialista: La mayoría, a nivel de la dirigencia, ha manifestado rechazo al zapatismo, en tanto que gran parte de la feligresía ha simpatizado con el movimiento indígena (principalmente presbiterianos y pentecostales), a grado tal que en diversas comunidades selváticas congregaciones completas de evangélicos se han unido al zapatismo, mostrando con esto la variedad de formas de conceptualizar y practicar la actividad cristiana y política de los evangélicos.

Por lo demás, el protestantismo es ahora más chiapaneco que protestante, postula García Méndez en Chiapas para Cristo: diversidad doctrinal y cambio político en el campo religioso chiapaneco (MC editores, México, 2008). Aquí ha habido un desarrollo autóctono, complejo y cambiante. Las iglesias no católicas se subdividen, se adaptan a necesidades inmediatas.

Como es sabido, el componente político de la religión en Chiapas es marcado y rebasa las clasificaciones. Las religiones no son organizaciones políticas, aunque sus iglesias merodeen esa arena. Una cosa es ser católico tradicionalista o de la teología de la liberación, o evangélico, presbiteriano, pentecostal, y otra ser del PRI, el PRD o zapatista. En todos hay de todo, como ilustra el estudio Chiapas para Cristo. Por eso resulta artificial encerrar en conflicto religioso lo que suele ser otra cosa.

Algo muy distinto es que la organización de determinados grupos contrainsurgentes sea propiciada por alguna denominación religiosa, como sucede con el evangélico Ejército de Dios (al menos miembros suyos) en la comunidad de Mitzitón y sus alrededores. Allí, el punto de ruptura o inflexión política se origina no tanto con el cambio de religión de un grupo, como su desafío a prácticas y acuerdos comunitarios. Esto es característico del uso político de las religiones en Chiapas.

Tales diferencias hoy resultan útiles para quienes buscan allanar el paso a una autopista y su cascada de proyectos turísticos y extractivos por encima de los derechos y la viabilidad futura de las comunidades. También sirve para instrumentar disputas de tierras por grupos que no tienen derecho a ellas; las promesas partidistas en tiempo prelectoral, como el actual, impostan legitimidades para despojar a los zapatistas de sus territorios y, de paso, frenar el proceso de autonomía, consolidado tras 15 años, pese a los intentos de desmantelamiento económico, militar y agrario.

La información oficial y las propias iglesias han sido proclives a poner el énfasis de los conflictos comunitarios en presuntas o reales diferencias entre creencias, siempre cristianas y todas, sin excepción, impuestas de diversos modos a la población indígena. El catolicismo llegó hace 500 años, el protestantismo hace 100. Ambos siguen pugnando por sobreponerse a la espiritualidad maya y sus costumbres, que son esencialmente democráticas y comunitarias, según ha sugerido con singular empatía Carlos Lenkersdorff.

En Mitzitón, como en decenas de localidades en las montañas de Chiapas, la divergencia de credo enmascara intentos de fracturar a las comunidades zapatistas y sus simpatizantes, y arrebatarles tanto sus tierras ancestrales como las recuperadas tras el levantamiento de 1994 en las selvas de Chilón y Ocosingo.