Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 14 de marzo de 2010 Num: 784

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Ojos
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Nota ilegal
ARIS ALEXANDROU

El secreto de su cine
CARLOS ALFIERI entrevista con JUAN JOSÉ CAMPANELLA

Dos poemas
NATALIA LUNA

Mil 200 noodles: la deportación de niños no judíos de Israel
ROLANDO GÓMEZ

Reconstrucción
GASPAR AGUILERA DÍAZ

El Manifiesto comunista y el papel de la izquierda
MACIEK WISNIEWSKI

Al pie de la letra
ERNESTO DE LA PEÑA

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
JAVIER SICILIA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Ilustración de Juan Gabriel Puga

Al pie de la letra

Ernesto de la peña

Inició el 2010 y en México reina la desesperanza. Quedaron atrás los festejos de la Navidad, celebración cristiana que tiene claros tintes comerciales importados de los Estados Unidos, y también los de Reyes, de tradición más arraigada y profunda en nuestro pueblo. El ya olvidado Nicolás de Bari, origen de Santa Claus, trajo menos juguetes a la mayoría de las casas de nuestro país y Melchor, Gaspar y Baltasar no fueron mucho más pródigos. Como sucede siempre, los hogares de los ricos se llenaron de dádivas. En el resto de las casas de México brilló por enésima vez la esperanza, pero esta virtud teologal no puede aplacar ni el hambre ni la desilusión. La mayor parte de los jefes de familia mexicanos tuvieron que recurrir a su ingenio y emplear otros satisfactores, de carácter menos infantil, para cumplir con el ritual.

En nuestro país decimos con mucha frecuencia que “tras la borrachera viene la cruda” y en el caso que nos ocupa desearíamos desde el fondo del corazón haber tenido la oportunidad de tal embriaguez. Pretendo hablar a nombre de los pequeños, porque los mayores, al fin y al cabo más experimentados y sin ilusiones vanas, tenemos que atenernos a las pobres ofertas de la vida pública de mi país. Un territorio tan grande y tan plural como el nuestro (casi 2 millones de kilómetros cuadrados y una cincuentena de lenguas en uso cotidiano) difícilmente puede ser bien gobernado por un hombre solo, por muy lleno que esté de buenas intenciones. Pero a esta incapacidad humana, perfectamente comprensible para todos nosotros, en la situación actual de México encontramos terribles agravantes que no sólo entorpecen el adelanto que todos quisiéramos observar, sino que frustran todos los procedimientos públicos encaminados a mejorar las condiciones de vida. Se ha censurado acremente la política presidencial en contra del narcotráfico. Confieso mi incapacidad técnica para juzgarla con validez, aunque sí percibo la buena fe y la voluntad de mejoría que la motivaron. Se ha dicho, por ejemplo, que el empleo del ejército en contra de grupos de la delincuencia organizada es prácticamente suicida: los narcos no vacilan en matar a nadie y, por si todo esto fuera poco, están mejor equipados y provistos de armas que los militares. La realidad y las noticias que nos dan continuamente los diversos medios de comunicación masiva confirman este aserto. Por consiguiente debo creer que esa política es errónea y confesar al mismo tiempo que no tengo yo ninguna propuesta mejor que hacer. Hay periodistas e intelectuales que asesoran, dictaminan y censuran, cómodamente sentados detrás de sus escritorios, y tal vez nunca se han puesto a considerar que la lucha callejera y las investigaciones de la “inteligencia” exigen la capacitación de un personal especializado, con los tremendos costos que esto entraña.

El deterioro de la vida cotidiana es tan grande y la decepción de todos nosotros tan profunda que el ingenio, zumbón y festivo, del mexicano no se ha ocupado de hacer chistes a costa del régimen en el mismo número y de la misma agudeza a los que estamos acostumbrados inveteradamente. Y si al principio me ocupé de la infancia, que de una u otra manera suele padecer carencias y deformaciones educativas, al volver los ojos al mundo de los adultos observo condiciones paralelas, porque si el niño no recibe juguetes en las fiestas en que por antonomasia se le deben regalar, su tristeza es tan grande como la que padecemos los adultos al desesperarnos por un mejoramiento en la vida de México. También sabemos de sobra que la crisis no es privativa de nuestro país y que el mundo entero la padece, pero todo es cuestión de grados y de duraciones. Lo que en Estados Unidos o en los países europeos es relativamente pasajero, en México se eterniza. De manera popular se dice que mientras los gringos tienen gripa, los mexicanos estamos al borde de la muerte por pulmonía.

Independientemente de que un alto porcenta je de nuestro atraso se eleva a las deficientes labores educativas, otro ingrediente nefasto es nuestra inveterada falta de solidaridad. Nos sorprendemos o fingimos sorprendernos al tener que aceptar que algunos países de la órbita lati noamericana (el Brasil en este momento es el ejemplo) hayan progresado notablemente en medio de condiciones similares a las nuestras. También nos llena de pasmo que los extranjeros lleguen a México y muy pronto hagan fortuna, aunque en nuestro fuero interno sepamos perfectamente bien que tales éxitos se deben en muy buena medida al espíritu de cuerpo. En el momento en que un mexicano sepa ceder el paso a otro vehículo en un embotellamiento de tráfico y que esté consciente de la necesidad, no sólo práctica sino social, de hacerlo, habremos dado un gran paso hacia el progreso y la buena convivencia. Se dice que Roma no se hizo en un día y de la misma manera podemos afirmar que estos detalles aparentemente nimios cuentan mucho en el balance de una sociedad y la mexicana, por mucho que nos empeñemos en atomizarla, tiene la configuración de tal agrupación humana. Mis mejores deseos son, precisamente, tratar de llamar la atención sobre estos hechos superficialmente intrascendentes cuya supresión conduce de manera directa a un funcionamiento más razonable y más amable de un conglomerado humano que es el nuestro.