Opinión
Ver día anteriorLunes 15 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El fantasma de la recuperación
L

a recuperación es una palabra que está de vuelta ya en boca de todos. Unos la usan para decir que las cosas fueron muy mal en la economía el año pasado, pero que podremos olvidarlo pronto pues actuaron de modo muy eficaz, estos son los funcionarios públicos.

Otros la usan para acomodar sus negocios en la producción y el financiamiento, se trata de las empresas e instituciones financieras más grandes y con gran control del mercado. Ahí están también la mayoría de los analistas y las organizaciones empresariales. Y no están solos. Los tutores externos como el FMI o la OCDE lo dicen también.

Esta es una especie de la sabiduría convencional y debería ser desmontada, igual que muchas de las nociones con las que se considera el funcionamiento de esta economía y sus trabas. Debería serlo, primero, para tener una mejor idea para superar esta crisis; sólo la más reciente.

Y después abría que terminar con dicha sabiduría para proponer qué se quiere y qué se puede hacer para que haya crecimiento sostenido y menos desigualdad. Todo esto, siempre y cuando, éste sea un objetivo verdadero en esta sociedad. Cosa que está aun por verse.

Hay elementos para cuestionar incluso este alegato acerca de la recuperación económica. Rápidamente se convierte en una proposición que por repetida se incrusta en el discurso más simplista y tiende a hacerse incuestionable. Esto es parte del conflicto en el que estamos sumidos, y del que sólo salimos para tomar una bocanada de aire de vez en cuando.

Ahora, por cierto, y este es un asunto destacable y que no debe perderse de vista, no hay siquiera un acuerdo sobre qué reformas hacer, sino que la confusión lleva hasta a los mismos miembros del gobierno a cuestionar si éstas son ahora necesarias. Tal vez únicamente en el enamoramiento u otras formas de la locura hay vacilaciones tan abruptas.

Obsérvese que la cuestión principal es si son ya necesarias las reformas en función de cómo se recupera la economía, aunque sabemos que en el fondo es por incapacidad y la inconveniencia políticas de todos los involucrados para pensar y hacer. De tal manera, Felipe Calderón sostiene una cosa, el secretario de Economía otra, el del Trabajo una distinta y, por cierto en tono muy airado, y en el eje Banco de México-Hacienda, pues la simbiosis ahí es ya un hecho bochornoso, no hay quién diga claramente esta boca es mía.

Así pues ya no parece que se trate de saber cuáles reformas se necesitan, en qué secuencia se habrían de aplicar y cómo tendrían que interrelacionarse para que sirvan de algo. Vaya, no se sabe de qué escenario se parte y mucho menos aún a cuál se propone llegar y cuándo. Único resultado posible: el pasmo.

La verdad es que sólo puede ser así en medio de tanta degradación política y de la persistencia de los mismos grandes intereses empresariales derivados de rígidos controles de los mercados. Aspectos, claro está, que no tienen por qué estar separados uno del otro.

Los números indican que se ha reiniciado el crecimiento de la actividad económica luego de una abrupta caída de 6.5 por ciento en 2009. Sobre una base tan baja de cálculo el efecto de rebote es rápido y grande. Pero eso es sólo un asunto de números, que se aprende bastante pronto en la aritmética en la escuela.

Ahí radica el raquitismo de la sabiduría convencional de lo que se dice públicamente sobre el desempeño de la economía. No hay mucho más, es un fantasma que se usa ya sea para asustar o, paradójicamente, para calmar los tensados ánimos que hay en las calles, es decir, fuera de las reuniones oficiales y de las salas de los consejos de administración.

De qué recuperación se puede hablar más allá de las medidas más básicas que ofrece el Inegi. El motor interno de la economía que arrastre el crecimiento es una quimera, y la esperanza está centrada en las exportaciones a Estados Unidos cuando esa economía se reponga, lo que por supuesto no quiere decir que las cosas vuelvan a ser como antes de la debacle iniciada a mediados de 2008.

Pero entre tanto se han destruido empresas y procesos productivos, se ha colapsado el crédito y acumulado las deudas, y se ha dislocado todavía más el mercado de trabajo. Han entrado más personas a la fuerza laboral, no está ya a la mano el escape de la emigración ni el beneficio de las remesas. No hay fuentes utilizables para acrecentar la productividad al ritmo necesario. Los recursos están desperdiciados. La recuperación será efímera y a lo más que se podrá aspirar es a un letargo crónico como el que se ha registrado en promedio por casi tres décadas.

Metidos en la idea convencional de la recuperación, y con un gobierno debilitado en su capacidad ejecutiva y un Congreso en crisis terminal, no se puede hablar de reformas. Ése no es un asunto de tecnócratas, como se hizo creer. Están en otras cosas y acomodos, o es que no hemos aprendido nada de las recientes experiencias de las políticas fiscales, de tasas de interés y tipo de cambio, o bien de las políticas y acuerdos comerciales. El fantasma recorre los pasillos de la alta burocracia económica –pública y privada– y de unos legisladores que están ocupados de otras cosas, como su supervivencia en el presupuesto. Fuera de ahí los espectros son otros. Ni en eso nos ponemos de acuerdo.