Opinión
Ver día anteriorMiércoles 17 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La maravillosa inmortalidad de Alicia
E

l único atisbo de inmortalidad posible siempre será terrenal y gracias a los demás: a los mortales que, como nosotros, un día serán polvo, aire, nada. Muertos, sobrevivimos en algunas fotos, ciertas grabaciones, los archivos del registro civil, viejos directorios telefónicos. Unos versos nos recuerdan a Safo, una herramienta a Daniel C. Stillson; un cuento, una novela o el argumento de alguno de ellos nos traerán tal vez, y sólo tal vez, el nombre de un escritor. ¿Cuántas veces nos han contado un cuento sin que recuerden el nombre de su autor?

No son muchos los escritores que han alcanzado la inmortalidad en sus lectores. Cuando murió Yeats, Auden escribió para el poeta un verso memorable: se convirtió en sus admiradores. Es cierto, pero también que la posteridad de Yeats pertenece a esa inmensa minoría que congrega a los hapy few, a un puñado de lectores atentos que al parecer se encuentran en peligro de extinción. Otros escritores alcanzan la inmortalidad mundana, la única posible, sin necesidad de premios, ceremonias, generaciones y los circuitos especializados de lectura. Ese es el caso de Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo. Al parecer también existen jerarquías en ese anhelado más allá o una especie de hit parade de la posteridad.

Dice André Breton que la adaptación al absurdo de estas obras de Carroll, vuelve a admitir a los adultos en el misterioso reino habitado por los niños. Es cierto, pero debo añadir que eso lo logran sólo las grandes obras para niños, las que trascienden a su público natural y cautivan con sus recursos al lector adulto: ¿cuántos eruditos y lectores profesionales no han sucumbido ante los diálogos de lógica extrema sostenidos por Alicia y la oruga azul, el gato de Cheshire, la liebre de marzo o el inverosímil Humpty Dumpty?

Charles Lutwidge Dodgson, sacerdote anglicano, fotógrafo, matemático, tartamudo y con problemas de sordera, escribió en las notas de su diario que la idea de Alicia en el país de las maravillas se le ocurrió durante la excursión que el 4 de julio de 1862 hizo en el Támesis. Lo acompañaba el reverendo Duckworth y las tres hijas del deán Henry Liddell: Lorina, Edith y Alice. En ese viaje, Dodgson, quien terminó firmando sus textos con el seudónimo de Lewis Carroll, les contó a las tres hermanas unas improvisadas aventuras subterráneas de Alicia, que terminó siendo el libro que conocemos. Alicia en el país de las maravillas fue publicado finalmente en 1865.

¿Qué ha hecho que Lewis Carroll goce de esa única forma de inmortalidad a la que los hombres tienen acceso y que lo ha convertido en sus admiradores? ¿El absurdo mundo lógico de Alicia? ¿La cercanía de ese país maravilloso con esa patria común de todos los hombres que es la patria de los sueños? Dicen que resultaría insoportable vivir sin esa zona irracional y misteriosa donde vivimos cada noche, de otra manera, la mitad de nuestra vida.

¿Qué nos atrae del mundo subterráneo de Alicia? ¿La pociones que hacen crecer y empequeñecer a la protagonista? ¿La locura de un sombrerero y una liebre de marzo? ¿La clase de baile de una falsa tortuga? ¿La cabeza evanescente de un gato cuya única realidad es la lógica y la sonrisa?

En 1977 The New York Times publicó un capítulo perdido de A través del espejo. Unas páginas que Carroll dedicó a una Avispa con peluca y que finalmente suprimió del libro. Los admiradores de Carroll han suprimido a su vez algunos personajes de los libros de Carroll, pero Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo continúan intactos en el imaginario colectivo. Sólo así entiendo las obras de teatro, marionetas, películas que continúan multiplicando como ondas expansivas esa historia absurda y fantástica. Pareciera que la historia de Carroll es como una cebolla que encierra siempre otra capa que no habíamos siquiera vislumbrado, como nos ocurre cuando a veces queremos recordar nuestros sueños.