Opinión
Ver día anteriorSábado 20 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Plomeros en lugar de ciudadanos
L

o que hemos vivido desde 1997 son gobiernos divididos, paralizados. Para resolver esto se proponen caminos distintos a partir de dos diagnósticos contrapuestos. La parálisis es un problema de malas reglas en el mismo sistema presidencial, o bien es un problema de representación política producto del pluralismo social y político. En el primer caso miras hacia el régimen de partido hegemónico para restaurarlo con una diarquía. En el segundo caso reconoces que el punto de partida es el pluralismo existente.

El gobernador Peña Nieto publicó el lunes pasado un artículo en El Universal que lo pinta de cuerpo entero. Su artículo es una convocatoria a lo que denomina un gobierno eficiente. El eje de esa eficiencia lo sitúa en la necesidad de construir mayorías: Sin mayorías, se pierde la capacidad de decidir y transformar, lo que termina por erosionar la capacidad para gobernar. Lo cual es cierto aunque yo añadiría que no cualquier mayoría.

Acto seguido pasa a revisar las tres propuestas de reforma política que se han presentado ante el Congreso. Deshecha la propuesta del Ejecutivo de una segunda vuelta presidencial aparejada con elecciones legislativas porque señala que no garantiza mayorías legislativas. Tampoco considera que la propuesta de fracción senatorial priísta (encabezada por su principal contendiente interno, Manlio Fabio Beltrones)), logra ese propósito al postular la ratificación del gabinete presidencial. Finalmente no encuentra en las propuestas del Dia elementos que permitan a su juicio construir esas mayorías.

Pasa entonces a delinear su propuesta para construir esas mayorías que consiste en dos posibles caminos. Eliminar el límite de los ocho puntos porcentuales de sobrerrepresentación legislativa. O bien reintroducir una cláusula de gobernabilidad que permitiría alcanzar la mayoría absoluta al partido que obtenga una mayoría relativa de 35 por ciento o más de la votación.

Las propuestas de Peña Nieto, inspiradas en un artículo elaborado por José Córdoba Montoya hace algunos meses en la revista Nexos, tienen la virtud de la claridad. En síntesis, su argumento central parece ser que dado que los ciudadanos no han dado ni presumiblemente darán a ninguno de los tres partidos principales una mayoría legislativa, es necesario construir esa mayoría a través de las reglas electorales. Es decir, lo que los electores no te dan, que te lo den las fórmulas.

Estas propuestas forman parte de una estrategia política de largo alcance para defender el statu quo que, empero, sufre ya resquebrajaduras por el creciente divorcio entre elites y ciudadanos. El artículo de Peña Nieto arroja más luz a un aparentemente sainete de malas decisiones (sobre todo del PAN) con el famoso acuerdo que dejó de ser secreto. Para un sector importante del PAN el arreglo político prefigurado en los 90 es la mejor opción: Ejecutivo tricolor con una fuerte presencia parlamentaria azul. Por ello quizás el intercambio con el PRI de no alianza del PAN con el PRD en el estado de México no residía solamente en los votos para aumentar los impuestos, sino en un arreglo para co-gobernar en el 2012.

Este arreglo, centro de la restauración conservadora, encuentra resistencias entre precandidatos priístas y también en sectores influyentes del panismo. En un artículo publicado en el suplemento Enfoque de Reforma, el ex presidente del PAN Germán Martínez postula la necesidad de un PAN liberal y señala como en passant: “Pero tampoco el gobierno panista debe admitir en su seno a quienes disfrazados de panistas intentan ya la resurrección del PRI…”.

Presenciamos pues una situación de equilibrio catastrófico o de crisis orgánica, como la llamaba Gramsci. La crisis es siempre crisis entre representantes y representados. Gramsci concentra su interés en el modo en que el Estado se recompone en situaciones de crisis y a eso llama revolución pasiva.