Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de marzo de 2010 Num: 785

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Anuario
LEANDRO ARELLANO

Precio y aprecio de los libros
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Miradas
RICARDO YÁÑEZ

El hombre, el abanico, la mujer, el yin y el yang
GUILLERMO SAMPERIO

J.D. Salinger: el guardián al descubierto
GUILLERMO VEGA ZARAGOZA

Rafael Cadenas: el acontecimiento interior
VÍCTOR MANUEL CÁRDENAS

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Rolando Gargiolli, Mano ambiciosa

Anuario

Leandro Arellano

Cada otoño el semanario británico The Economist edita un anuario en el que acreditados personajes de la política, la industria, la banca y otros especialistas aventuran su opinión sobre lo que puede ocurrir el año siguiente. Para elaborar sus proyecciones echan mano de herramientas dominadas en años de estudio y buenas dosis de sal. Así realizan análisis, ensayan experimentos, hacen cálculos de la oferta y la demanda –tasa de los tiempos– para pronosticar tendencias... Quién sabe si algún curioso se habrá tomado el trabajo de releer el anuario del año que acaba. Ya el maestro John Kenneth Galbraith habría dicho que la única utilidad de las predicciones en economía es hacer que la astrología luzca respetable.

Al arribo del nuevo año, también, se suele levantar un inventario de los proyectos frustrados y tejer la lista de los que han de acompañarnos a partir del enero inminente. Está bien que así sea: la voluntad demanda motivos y cada nuevo propósito es un tiro de dados. Espirituales algunos, terrenales los más, nuestros designios llevan una intención de enmienda o mejoramiento: en la intención se halla la verdadera sabiduría.

Pero hay también quienes por curiosidad, inquietud o rebeldía hurgan por distintos medios en el futuro, y al sondear el futuro se ponen en marcha las fuerzas más oscuras del ser, se desata el instinto, esa parte del yo no menos sagrada que la del espíritu.

Desde el despertar de la conciencia humana el prurito por atisbar en el porvenir ha tentado a todas las sociedades. Hubo épocas en que la adivinación llegó a ser práctica común, la historia posee pruebas suficientes de la universalidad de esta práctica. Los oráculos constituyeron un aspecto central de las creencias griegas, por su medio los dioses respondían a las inquietudes de los mortales y los adivinos eran venerados como seres sagrados. Los príncipes de la Iliada recurrieron a los artificios de Calcas para escrutar la causa de la peste que asolaba a las tropas griegas. Renuente, el adivino Tiresias revela a Edipo la causa de sus males y la fatalidad de su destino; y en su ruta al trono de Escocia, Macbeth acude a l as brujas para despejar el sentido de sus profecías.

Adivinar proviene del latín addivinare y significa predecir lo futuro, revelar las cosas ocultas por medio de agüeros o sortilegios, descubrir por conjeturas alguna cosa oculta o ignorada. Como práctica formal es rechazada por la Iglesia católica desde sus albores, pues pretende el conocimiento de la verdad por caminos ajenos a la fe admitida. Quien cultiva o se adentra en la adivinación como cosa dada, roza la herejía, al basarse en la creencia de que el desciframiento de los caminos de Dios –materia reservada a los profetas– se halla a mano del hombre de la calle.

Aristóteles escribió que las personas que supuestamente prevén el porvenir es que perciben –sobre todo– los movimientos que les son extraños, y ya en su etapa de madurez Cicerón dedica a la adivinación uno de sus tratados, en el que entre otras cosas aporta información sobre las supersticiones romanas y refuta las teorías estoicas sobre la adivinación.

El oficio de adivinar es un hábito que aún pervive. Se recurre a adivinos, chamanes, augures, médiums e intérpretes de ciencias y artes extraordinarias como la quiromancia, la cartomancia, la astrología... Producto de nuestra fragilidad, dialéctica inmanente de nuestro ser, meditar en nuestro destino, imaginar el porvenir, es parte de nuestra condición.

En el Lejano Oriente, donde la superstición es común, al empezar el año las muchachas consultan al chamán sobre su destino amoroso; el estudiante, la ventura o infortunio de sus esfuerzos; el CEO, la prosperidad o veleidades del mercado; las amas de casa, la ventura o desdicha del bienestar familiar. No otra cosa pretende revelar el I Ching, el popular oráculo chino al que sólo acceden los iniciados y que –aseguran los expertos– contiene implicaciones esotéricas, filosóficas y morales.

En Occidente no cantamos mal las rancheras. Mezcla de creencias, ciencia y religión, la astrología surgió en Babilonia hace varios milenios y su práctica continúa. Consiste en el estudio de los astros y con ello el conocimiento del destino de las personas. Los astrólogos hacen su agosto fabricando horóscopos anuales, que las revistas de modas incluyen después como suplemento.

Así como la superstición y la fe forman parte del mismo tejido sordo e indiscernible, la imaginación y la fantasía se adelantan al porvenir. Julio Verne imaginó el submarino, el cohete espacial, el Metro, el correo electrónico y tantas otras cosas que hoy forman parte de la vida diaria; y en uno de sus ensayos más aleccionadores –“El juicio en política”–, Isaiah Berlin analiza las cualidades que caracterizan al estadista, al buen político. ¿Sabe usted, lector, qué resolvió? Que esas virtudes son, palabras más palabras menos: capacidad de síntesis, intuición y buena suerte. Materias todas que poco o nada atienden a la razón y que no se aprenden en los libros.

No por nada Jean Marie Guyau aseguró que es nuestra intención la que ordena verdaderamente el porvenir. De donde se infiere que la confianza y la esperanza son inversiones provechosas...