Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de marzo de 2010 Num: 785

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Anuario
LEANDRO ARELLANO

Precio y aprecio de los libros
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Miradas
RICARDO YÁÑEZ

El hombre, el abanico, la mujer, el yin y el yang
GUILLERMO SAMPERIO

J.D. Salinger: el guardián al descubierto
GUILLERMO VEGA ZARAGOZA

Rafael Cadenas: el acontecimiento interior
VÍCTOR MANUEL CÁRDENAS

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Hey Girl!

Con un historial de puestas en escena que lo han colocado, a los ojos de buena parte de la crítica especializada, como uno de los renovadores más connotados de la escena europea contemporánea, el director italiano Romeo Castellucci, fundador y titular de la Societas Raffaelle Sanzio, ha pasado por estas tierras para inaugurar la vigésimo sexta edición del Festival de México, antes Festival de México en el Centro Histórico, antes Festival del Centro Histórico… etcétera. Sin lugar a dudas el evento más atractivo de una programación teatral más bien discreta, Hey Girl! se presentó hace pocos días en el antiguo y peraltado escenario del Teatro de la Ciudad para remover, confrontar y poner en crisis a más de alguna sensibilidad y conciencia.

Decir que la puesta en escena de Castellucci orbita y/o explora el universo de lo femenino sería, además de un lugar común, un exabrupto de facilismo. De entrada, habría que considerar el episodio de “lo real” que, según palabras del propio director italiano, detonó su creación. Refiere Castellucci haber partido de una imagen cotidiana en particular: un grupo de chicas en una parada de autobús, la mirada de cada una perdida en el vacío, un vínculo inexpugnable entre ellas pese a un distanciamiento aparente. Allí una clave transportada a la gramática de la puesta en escena: Castellucci parece enarbolar su perspectiva de lo femenino a partir de un sistema que, más que enarbolar lineal o progresivamente, organiza a partir de la yuxtaposición y de la paradoja. La mirada de Castellucci en torno a la mujer pareciera estar marcada, entonces, por esa sensación de contraste y atomización, y por una sintaxis escénica que, aunque anclada en la perspectiva narrativa de dos mujeres (Silvia Costa y Sonia Beltrán Nápoles) que alternan una encarnación de diversos arquetipos relacionados con la mujer a lo largo de la historia, casi nunca se relacionan ni interactúan a lo largo del relato, pues es evidente que Castellucci se arraiga en la imagen, en la suma de ellas y en su respectiva autonomía. Y dicho arraigo, por fortuna y a diferencia de un sinnúmero de tentativas que partiendo de presupuestos similares ven difuminar su hondura en imaginería, profundiza y acendra un discurso evidentemente recargado hacia lo crepuscular.

Oscura la poética, anacrónico el tiempo, Castellucci fragmenta y elabora mediante esas imágenes una visión pesimista, generando que sus dos actrices encarnen alternadamente los ya mencionados arquetipos femeninos (que van, of all women, de Juana de Arco a María Estuardo, de Ana Bolena a Julieta Capuleto), el director parece desproveerlas de toda identidad particular y, al mismo tiempo, signa una sentencia tan paradójica como desesperanzada: la única ruta futura para la mujer es una vuelta hacia atrás. Allí la imagen inaugural, en la que una mujer emerge de un magma sombrío y caótico que remite tanto al útero como a la crisálida, como sustento metafórico del pesimismo castellucciano.

Habrá quien pueda objetar, no sin razón, las razones de este fatalismo tan extremo; de igual forma no faltará, tampoco sin sentido, quien argumente en contra de cierto cariz victimizante con el que Castellucci barniza este abordaje a la figura de la mujer. Nulo margen hay para el distanciamiento irónico, sentimental o emocional: Castellucci ametralla al espectador con una serie de cuadros y artificios –un diseño sonoro decididamente estridente, un láser cegador que por varios minutos se concentra en la cabeza de una de las intérpretes– en los que el común denominador es la adscripción de la mujer, sin atenuantes, a sus yugos pasados, presentes y futuros, en una relatoría que de concentrarse sólo en lo anterior sería tan radical como insoportable. No obstante, lo que hace de Hey Girl! una puesta altamente impactante, aun con esta densidad, es por todo lo que de verdad, profundidad y visceralidad evidencia. Si bien cabría esperar que más de una conciencia se sintiera abrumada o decepcionada ante un espectáculo poco decantado, lo que no puede negársele a Castellucci es su conocimiento fidedigno e intuitivo de lo femenino en tanto que entidad, materia, inmateria y categoría. Así las cosas, el mundo y las relaciones humanas, pareciera decirnos, la neuralgia o conmoción espiritual, será responsabilidad y patrimonio exclusivo de cada uno de los comparecientes.