Cultura
Ver día anteriorMartes 23 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio

Humo en los ojos, publicado por Editorial Planeta, reúne 43 de sus relatos más recientes

Los periodistas escribimos para entender dónde está la vida y la dignidad, afirma Cristina Pacheco
 
Periódico La Jornada
Martes 23 de marzo de 2010, p. 8

Los periodistas escribimos para iluminar un espacio que a lo mejor nadie ha visto, para que entendamos que ahí está la vida, la lucha, la dignidad, el deseo de amar, lo que está por todas partes, pero que no siempre vemos, afirma Cristina Pacheco.

Con esa convicción va por el mundo indagando, sobre todo, mirando a los ojos a las personas con las que se topa para invitarlas a compartir con ella sus historias, las cuales quedan sembradas en sus recuerdos para después tejer cuentos con ellas.

Una selección de 43 relatos, elegidos de entre los cien más recientes, algunos publicados cada domingo en este diario, en su Mar de Historias, conforman el nuevo libro de la autora: Humo en los ojos (Editorial Planeta), el cual se encuentra ya en librerías.

Como un caleidoscopio

Cristina hace cuentas. Tan sólo para la La Jornada ha escrito mil 300 cuentos durante 25 años, de manera ininterrumpida, puntual a su cita semanal. Cada vez que debe seleccionar un puñado para incluirlos en un libro le cuesta mucho trabajo, explica en entrevista, porque mientras voy leyendo para elegir miro otra vez lo que iba pasando en mi vida cuando los escribí. Es bonito, pero me jala mi propia historia y se me olvida la que inventé. Es duro ser juez de uno mismo. A veces me disgusto mucho porque en la relectura veo que cometí errores que en aquel momento no me di cuenta. Escribir es muy duro, pero prefiero hacerlo.

Para armar Humo en los ojos, la escritora revisó sus recientes cien textos de ficción, de los que eligió los que más le gustaban para luego hacer una mezcla: una historia de amor, una infantil, una que parece cómica, otra donde aparece un animal y muchas de ancianos; esos relatos son mi obsesión porque lamento profundamente el abandono en el que muchos de ellos terminan sus vidas.

Si bien ninguno de los cuentos tiene que ver con la realidad, se han alimentado del ejercicio periodístico de la autora, como un caleidoscopio: agito los recuerdos y se va armando primero el lugar, luego van llegando los personajes. ¿De dónde salen éstos? Eso sí no sé, pero tienen que cuadrar; si no tienen la misma luz no funciona.

Foto
Cristina Pacheco durante la entrevista con La JornadaFoto María Luisa Severiano

En el caso de sus cuentos, Pacheco reconoce que casi nunca piensa en quién va a leerlos: me da mucho miedo, confiesa. No sé quién los va a leer, pero quien sea lo agradezco enormemente y por esas personas procuro cuidar tanto mi espacio, pues si tenemos una cita ahí no puedo faltar y ha habido días muy difíciles, pero pienso: me están esperando.

Nos han mutilado los días

Para Cristina Pacheco tener el ánimo para conversar “es una cuestión de educación y como cada vez, aparentemente, hay menos tiempo para las relaciones humanas, ahora los saludos constan sólo de pocas palabras: chido, okei, chao, güey, con eso arman una conversación, lo oigo en la calle. Pero hablar nunca es perder el tiempo, es fascinante”.

–No obstante, el miedo que invade cada día al país nos está alejando.

–Sí, ¡es terrible! Es cierto que existe la comunicación inmediata por medio de la computación, pero yo pediría tener las calles para caminar, los parques para pasear, los cafés para quedarse ahí conversando hasta las 10 de la noche.

Preferiría ser dueña de todo mi tiempo, pues nos han mutilado los días, pues ahora para vivir uno sólo tenemos cinco o seis horas, pues más tarde ya vas con miedo, con preocupación de lo que te pueda pasar. Cambiaría muchas cosas de eso que llamamos progreso por tener esa libertad, simplemente, para vivir.

Pacheco recuerda que durante su niñez, si bien en su casa no había libros, estuvo siempre rodeada de muchísimas historias: “No creo que mis padres hayan estado un minuto sin hablar; ella tenía la capacidad para seducirlo a él contándole cosas, era una narradora oral maravillosa.

“Toda mi vida lo seguiré diciendo: mi madre me enseñó, sin querer, a contar. Inclusive hoy, cuando leo uno de mis cuentos, si no embona en la voz de ella, digo: ‘está mal, aquí hay una trampa. Debe tener la respiración de ella’; y aprendí a escuchar, es tan bonito... ¡entra un mundo! Mis tías tenían caracoles y nos decían oigan al mar. Para mí escuchar a las personas es como oír a un caracol que tiene el mar.”