Opinión
Ver día anteriorMartes 23 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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James Ensor en La Noria
E

n esta temporada es posible disfrutar de obras originales de dos de los más notables artistas belgas. La exposición de Magritte, destinada a atraer nutridísimo público, se inauguró el pasado 17 de marzo en Palacio de Bellas Artes, y la muestra Ensor (1860-1849) en el Museo Dolores Olmedo, guarda vigencia hasta finales de mayo; reúne colecciones del Museo Real de Bellas Artes, de Amberes, junto a contingente de grabados provenientes del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), algunos de los cuales se exhibieron en el Museo Nacional de Arte en 2008.

La muestra de Ensor abre con un pequeño y precioso cuadro: La cabaña en la playa, que ofrece modalidad pictórica totalmente distinta del gran paisaje que domina esa sala, ofreciendo ejemplo de un modo de pintar que vendrá a desarrollarse después: planos escalonados y yuxtapuestos, sin perspectiva, en el extremo inferior, dejando amplio espacio para celajes deudores de Turner.

El padre de Ensor era inglés y se antoja que en ciertos momentos él hace gala de eso, quizá mayormente en los grabados, que formaron parte importantísima de su producción, que en las pinturas. En éstas hay coincidencias con varios pintores, todas espléndidas, como La tarde en Ostende, pintura intimista que recuerda a Vuillard (1868-1940) en sus mejores momentos. El cuadro fue pintado cuando el artista tenía 21 años, es un interior burgués en el que dos mujeres toman té, rodeadas de objetos propios de su clase social: un reloj Luis XVI, tibores de porcelana, servicio de plata, etcétera.

La luz entra por el lado derecho, proveniente de una ventana. Las vibraciones de luz se dejan ver en ésta y otras pinturas y supongo que podrían ofrecer lección y goce a los pintores de hoy. Hay muchos motivos, algunos no obvios, dignos de observar en estas obras tempranas, como el arreglo de los objetos sobre una mesa en el cuadro grande de Comedora de ostras (1882), donde el comensal que acompaña a la dama está ausente, recién ha abandonado su asiento, dejando ladeada la silla.

Ambas pinturas tienen antecedente en un cuadro del año anterior. Así, en El salón burgués, de 1881, hay un secretaire sobre el que luce un espejo que refleja lo que no vemos representado en el cuadro, cosa que hace evocar el espejo en El bar en el Folies-Bergère, de Manet, que fue pintado por entonces. El de Ensor incluye el mismo moblaje con el reloj, los tibores y enseres que aparecen en La tarde en Ostende.

El espectador se hace preguntas: ¿utilizó el pintor la fotografía?, o bien, ¿se plantó ante un interior que era el de su propia casa?

Hay otras pinturas con reverberaciones lumínicas, que hacen destacar el brillo de la luz iridiscente sobre fondo blanco y se logran, según me fue explicado por un maestro que conoce bien de estas cosas, a partir del blanco pútrido, que es un pigmento con base de plomo.

Tendemos a apreciar a Ensor principalmente a través de su iconografía subversiva, la propia de La entrada de Cristo en Bruselas (1888), del Museo Getty, su cuadro mayormente conocido y reproducido. No es válido lamentarse de que no se exhiba; es ingenuo pensar que museos consolidados puedan, aunque sea temporalmente, desprenderse de sus piezas claves. Ese cuadro ni siquiera compareció con motivo de la muestra Ensor del MoMA, de Nueva York. En cambio, podemos ver a la muerte que persigue a la multitud de los hombres en un grabado de 1896, trasunto de La entrada… misma que provocó polémica y censura.

En cualquier forma, el conjunto reunido indica que fue un poco antes que empezaron a aparecer en los grabados las figuras bizarras mediante las cuales tendemos a identificar a este artista, sobre todo si a eso añadimos las máscaras y las calaveras. Insectos singulares (IAGO) en cierto modo provienen de Hieronimus Bosch y en cambio en la Naturaleza muerta de 1896 se asoma Van Gogh, pero no mediante el girasol allí representado, sino a través de otros elementos nerviosos como las coles o los rojos tallos del ruibarbo. La temática escatológica está muy bien representada en los grabados, entre los que hay uno: La venganza de Hop Frog, que proviene directamente de Edgar Allan Poe, en aquel cuento de los enanos que acaban vengándose de sus enriquecidos malhechores de la nobleza disfrazándolos de orangutanes, como para un carnaval. Acaban quemados, colgados de un lujoso candil.

Ensor tiene humor, de modo que se autorrepresenta como momia en decúbito dorsal y titula su creación Mi autorretrato en 1960 o después, siendo que murió de avanzada edad, en 1949.