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Bajo la Lupa

Resucitan los muertos: Obama en EU y los socialistas en Francia

S

on tiempos de crucifixiones, pero también de resurrecciones, provocadas por la parusía de la Pascua política global cuando dos consignados cadáveres, el atribulado presidente Obama (presa de sus propias contradicciones y transmogrificaciones) y el Partido Socialista francés exhibieron durante la misma semana su metempsicosis: la transmigración de sus almas a nuevos cuerpos.

Lo conseguido por Obama mediante su reforma de salud no es poca cosa: una enmienda trascendental que se acerca a la cobertura universal y se queda en el umbral del 95 por ciento protectivo dejando de lado todavía a los indocumentados, donde persiste aún la ultrajante mexicanofobia de los wasp (por sus siglas en inglés: blanco-anglosajón-protestante).

La columna Lexington de la revista neoliberal británica The Economist (25/3/10) acepta a regañadientes la primera apoteosis doméstica de Obama: La enmienda es histórica. Ninguno de los antecesores de Obama consiguió la cobertura universal desde finales del siglo XIX.

Ni Teddy Roosevelt ni Franklin Delano Roosevelt ni Harry Truman ni Dwight Eisenhower ni Lyndon Jonson (quien incorporó a los ancianos y a un segmento de pobres mediante el Medicare y el Medicaid, respectivamente) ni Richard Nixon ni Jimmy Carter ni Bill Clinton pudieron concretar en el lapso de un poco más de un siglo la hazaña de Obama, quien se jugó la gobernabilidad de su agazapada presidencia en sus primeros 14 meses de gestión errática.

En realidad, Estados Unidos –aun dotado de su nueva reforma salubre obamista (Obamacare), que los republicanos y sus aliados racistas y nihilistas del Partido del Té tildan de marxista en forma insustentable, cuando las depredadoras aseguradoras privadas se despachan con la cuchara grande– sigue siendo una superpotencia tecnológica en contraste con sus estructuras sociales medievales, que se encuentran muy apartadas del avance humanista de Europa occidental, en particular, de los países escandinavos, más civilizados que la barbarie plutocrática, oligárquica y oligopólica de Wall Street.

Supera cualquier demencia en la fase decadente neoliberal global que el cuidado a la salud –un acto de la más elevada civilización humanista, sin necesidad de ser marxistas– haya caído en manos de actuarios, contadores, financieros y economistas neoclásicos –quienes se pretenden inmunes a las discapacidades, enfermedades y a la muerte– debido a la claudicación ético-estética y humanista de los galenos posmodernos, quienes sucumbieron a los cantos pecuniarios de las sirenas de las poderosas aseguradoras, que han financiarizado demencialmente hasta el metabolismo humano.

La reforma salubre obamista –un híbrido privado-público, cuando todas sus magnas entidades financieras y automotrices quebradas han sido rescatadas por el Estado– representa para Estados Unidos, un país rezagado en materia social civilizatoria, un salto cuántico histórico doméstico, pero que deja mucho que desear cuando se compara a los avances de Europa occidental.

Edward Luce, del rotativo neoliberal británico The Financial Times (26/3/10), considera que el triunfo político de Obama representa su más reciente rencarnación (sic), que conlleva tres consecuencias: 1) Obama optimiza su manera de gobernar, lo que le asentará para empujar otras reformas, que incluyen la re-regulación de Wall Street, que seguramente lo colmará de votos para que mejore su popularidad alicaída con el fin de amortiguar un desastre electoral parlamentario el próximo noviembre; 2) lo catapulta de nuevo al liderazgo global (acaba de parar en seco las insolentes belicosidades del rijoso primer ministro israelí Bibi Netanyahu), y 3) empuja al Partido Republicano a la extrema derecha del Partido del Té, y en el seno del cual 24 por ciento considera a Obama como el anticristo. ¡Oh-la-la!

Peor aún: Newton Leroy Gingrich, un fundamentalista neoliberal y anterior líder republicano de la Cámara de Representantes, fulminó que Estados Unidos estaba al borde de una guerra civil debido al Obamacare de corte socialista, lo cual es anatema en la sociedad medieval de Estados Unidos, que prohíja el individualismo misántropo.

Mas allá de los primitivos exorcismos, característicos de la (bi)polarización racial en Estados Unidos, Obama propinó el uno-dos como en el pugilato en la misma semana de su apoteosis doméstica cuando consigue una victoria con la finalización del pacto nuclear con Rusia, su mayor éxito hasta hoy en política exterior, según refiere Daniel Dombey (The Financial Times, 25/3/10).

En Francia ocurrió otra resurrección cuando el Partido Socialista aplastó en las elecciones regionales al partido gobernante del cada vez más impopular presidente Nicolas Sarkozy: su mayor triunfo en los pasados 30 años.

El Partido Socialista obtuvo 54 por ciento frente a un mediocre 35 por ciento del partido gobernante UMP, salpicado del retorno de la extrema derecha del Frente Nacional que arrancó dos dígitos.

La tercera esposa de Sarkozy, la ex modelo Carla Bruni, sentenció que su marido no aspiraría a una segunda presidencia debido a que se encuentra muy estresado (¡súper sic!), lo cual le abre amplias oportunidades al más sereno y sensato Dominique de Villepin para abanderar las causas del ortodoxo gaullismo nacionalista.

Hasta la revista neoliberal británica da políticamente por muerto a Sarkozy y propone la candidatura creíble (léase: para los intereses financieros de la City, apesadumbrados por la dislocación geopolítica en Europa continental, que va en sentido contrario a sus piratas desregulaciones fiscalistas) de Dominique Strauss-Kahn, director del FMI, por el Partido Socialista, que tiene a dos óptimas mujeres como candidatas: su presidenta Martine Aubry (hija del ex premier Jacques Delors) y Ségolène Royal (la anterior candidata perdedora presidencial).

A nuestro juicio, The Economist, que simboliza los intereses de la desregulada globalización financiera, lanzó anticipadamente la candidatura de Dominique Strauss-Kahn para intentar balcanizar y vulcanizar al interior al Partido Socialista, muy proclive a la faccionalización estéril.

Tampoco hay que caer en la trampa del maniqueísmo lineal ideológico cuando es mucho mejor candidato el gaullista Dominique Marie François René Galouzeau de Villepin que el socialista Dominique Strauss-Kahn (un entreguista Chucho francés).

Hoy la lucha por la prominencia global se desenvuelve entre los entreguistas apátridas y los estoicos (más que heroicos) nacionalistas. Está bien que ambos se llamen Dominique, pero representa más los intereses nacionales de Francia el anterior primer ministro De Villepin que el actual director del FMI, quien opera con travestismo socialista: el mismo comportamiento manifiesto del banquero trasnacional Jacques Attali, el inventor de Joseph-Marie Cordoba y uno de los tutores globales del saltimbanqui teológico foxiano Jorge Castañeda Gutman.

Los nuevos vientos que soplan a los dos lados del Atlántico en dos relevantes países nucleares del G-7 han detenido la embriaguez teológica del moribundo neoliberalismo global, que no se ve cómo pueda resucitar en el mediano plazo, con todo y sus simuladores actores teatrales.