Directora General: CARMEN LIRA SAADE
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Domingo 28 de marzo de 2010 Num: 786

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La Waina
FEBRONIO ZATARAIN

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La poesía sabe hacerese cargo de sí misma
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Carlos Montemayor, el poeta

Cuando se evoca la imagen de Carlos Montemayor, llegan a la cabeza de algunos lectores enterados las actividades sociales en que se involucró, su trabajo como difusor de las lenguas y las literaturas indígenas, su obra como novelista, sus notas periodísticas y, tal vez, su labor como cuentista y ensayista. Para muchos, el enterarse con sorpresa de que también escribió poesía parece corroborar la hipótesis de que el número de los lectores de textos poéticos tiende a disminuir, por lo menos en México. Y no es que Montemayor no sea un poeta relevante, sino que otros aspectos de su vida pública disimularon una de sus actividades fundamentales como escritor (ahora se llama “polígrafo” al autor que ramifica sus intereses literarios entre muchos géneros, pero eso me parece una suerte de reiteración innecesaria en el caso de los escritores, seres que suelen deambular entre los variados caminos que ofrecen los quehaceres literario e intelectual: ahí están los ejemplos de Goethe y Reyes, por sólo ofrecer dos nombres dispares en tiempo e intereses).

Uno de esos aspectos decisivos en la vida pública de Montemayor es lo que Marco Antonio Campos considera la “transformación”, o “conversión”, ocurrida al escritor de Parral durante los años ochenta del siglo pasado: su interés por las causas sociales, su defensa y difusión de las culturas indígenas. De hecho, en las variadas notas vertidas acerca de la obra de Montemayor, se dejan de lado obras narrativas más “intelectuales” –Las llaves de Urgell (1971)–, para resaltar las de carácter político y social, como las novelas Guerra en el paraíso (1991) y Las armas del alba (2003). En el mismo contexto, suelen dejarse de lado sus actividades como poeta y como traductor, lo cual significa que, aunque el personaje sociopolítico se enriquecía de todas las áreas de su interés intelectual y creativo, en la fama reciente se preferían las actividades del hombre y del novelista “comprometido”. Por cierto, pareciera que el autor optó instintivamente por la novela para poner allí sus preocupaciones de orden social, mientras que dejó para el cuento sus inquietudes “cultas” e “intelectuales”. Ahora le tocará a la historia y a la crítica darle a Carlos su verdadero lugar y su verdadera dimensión en ambos ámbitos, el sociopolítico y el literario.


Ilustración de Juan Gabriel Puga

Si mis cálculos no yerran, el catálogo de la obra poética de Montemayor incluye siete libros: Las armas del viento (1977), Abril y otros poemas (1979), Finisterra (1982), Abril y otras estaciones (1989), Poesía (1997), Antología personal (2001) y Los poemas de Tsin Pau (2007), aunque cuatro de ellos ( Abril y otros poemas, Abril y otras estaciones, Poesía y Antología personal) funden libros anteriores con nuevos poemas, o son recopilaciones y antologías de libros previos. Eso quiere decir que, a pesar del número de volúmenes y de la calidad intrínseca de sus textos, el trabajo poético de Montemayor tendió a ceder paso al narrativo, mucho más copioso y mejor conocido por sus lectores. Así, en contraste con otros poetas de su misma generación, como Marco Antonio Campos, Francisco Hernández, Gaspar Aguilera Díaz y Elsa Cross, quienes se han convertido en voces poéticas relevantes entre los nacidos en los años cuarenta, Montemayor fue un poeta de calidad, mas un poeta que tendió a hacer poemas a cuentagotas.

Tal vez, en eso radica parte de la esencia de la “conversión” del autor de Parral, quien, en las vísperas de los ochenta del siglo pasado, parecía contento con los laureles de la Academia (universitaria, del Colegio Nacional y de la Mexicana de la Lengua), así como con sus traducciones de poetas y obras latinas, de lengua portuguesa y sajonas. El personaje Montemayor recibió premios, cargos y múltiples reconocimientos a lo largo de su vida; esa persona que lograba reunir obra con reconocimientos, puso su talento a disposición de los otros (los jodidos de México, los oprimidos): el lustre que ganaba en una parte le permitió apoyar ciertas causas a las que nadie daba ni lustre ni reconocimiento. No sé si eso alcance a explicar la menor cantidad de sus versos frente a la multitud de su prosa narrativa, ensayística y periodística; sin embargo, me parece que los verdaderos acentos líricos e intimistas de su producción se encuentran entre los poemas.

Valga reiterar lo que ya se sabe: la lectura de un autor rige su permanencia entre nosotros. Por lo tanto, no habrá mejor homenaje para Carlos Montemayor que la frecuentación de su obra literaria. Por lo pronto, yo elijo sus poemas.