Opinión
Ver día anteriorMartes 30 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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México SA

Un deudor en cada hijo te dio

34 mil 577 pesos por cabeza

El histérico candidato panista

¡F

elicidades!, mexicanos creyentes del discurso sobre la recuperación (léase lo peor ya pasó), porque su deuda por cabeza aumentó la friolera de 83 por ciento sólo en el primer trienio del calderonato, es decir, cuando la promesa electoral de para vivir mejor es más tangible que nunca. Así es: por cortesía del inquilino de Los Pinos y su muy buen equipo económico, tal vez el mejor (adivinen de quién es la frase), cada una de las 107 millones de personas (en números cerrados) que habita esta gloriosa República sobre su espalda obligadamente carga un débito que no solicitó, del que no fue notificado y, lo que es peor, cuyo potencial beneficio no se registra por ninguna parte.

Cómo no recordar a cierto candidato panista que histérico advertía a los electores sobre el peligro que para el país representaba el creciente saldo de la deuda pública del Distrito Federal. Pues bien, ese mismo personaje terminó en Los Pinos (haiga sido como haiga sido), y por completo olvidó aquello de la enorme deuda, toda vez que a cada peso que los mexicanos ya debían él hizo la hombrada de aumentarles otros 83 centavos en sólo tres años con el fin, se supone, de vivir mejor. (No se incluyen la contratación de una línea de crédito preventiva –léase por si las moscas– de 48 mil millones de dólares con el FMI).

Las cifras más recientes de la Secretaría de Hacienda (diciembre de 2009, el año del catarrito) revelan que cada uno de los 107 millones de mexicanos (incluidos los recién nacidos) debe 34 mil 577 pesos por concepto de deuda del sector público federal, es decir, 83 por ciento más con respecto a los 18 mil 912 pesos que adeudaba el primer día de diciembre de 2006 (en aquel entonces se contabilizaban 105 millones de paisanos), cuando el histérico candidato panista devino inquilino de Los Pinos. Así es, en tres años este personaje de la zarzuela política mexicana muy cerca estuvo de lograr la duplicación del débito del sector público: de un billón 985 mil 730 millones de pesos aquel primer día de diciembre de 2006, a 3 billones 708.37 millones el último día de 2009 (y contando), sin que para efectos de crecimiento económico y bienestar social de los pagadores se registre para qué se contrató y dónde quedó.

Para efectos de medición, en diciembre de 2006 el débito del sector público federal representó alrededor de 20 por ciento del producto interno bruto; tres años después, esa proporción creció a 30 por ciento, un récord nada despreciable para un histérico que gritaba a los cuatro vientos sobre el peligro del creciente saldo de la deuda del Distrito Federal, la cual, dicho sea de paso, se ha incrementado algo así como 7 por ciento en igual periodo, contra 83 por ciento de la relativa al sector público federal. Tan sólo en el año del catarrito el saldo de la deuda del sector público federal (sin incluir Pidiregas, que significan poco más de 850 mil millones de pesos) se incrementó en 260 mil millones de pesos, algo así como 2 mil 430 pesos por mexicano. De 2008 a 2009 el débito total –interno y externo– se incrementó en casi 10 puntos porcentuales del PIB; la deuda externa aumentó de 2.7 a 9.8 por ciento como proporción del producto interno bruto.

Por lo que toca al costo financiero de la deuda del sector público federal, en 2009 de las arcas nacionales salieron 263 mil 45.4 millones de pesos (16 por ciento más que en 2008), de los que 88 por ciento (88 centavos por cada peso) se destinó al pago de intereses, comisiones y gastos. Por esta gracia, cada mexicano aportó –con gusto o sin él– casi 2 mil 460 pesos, monto 28 por ciento superior a los mil 933 que por el mismo concepto pagaron en 2006.

Con el espléndido resultado que en materia de endeudamiento público ofrece el inquilino de Los Pinos, con base en la más reciente numeralia de la Secretaría de Hacienda, cada uno de los mexicanos, amén de feliz, debe apartar 94.73 pesos diarios (incluyendo sábados, domingos y días festivos) para cubrir su parte en lo que se refiere a débito del sector público federal (que incluye la deuda neta del gobierno federal, los organismos y empresas controladas y la banca de desarrollo; aparte hay que considerar su rebanada por endeudamiento estatal y municipal). La mayoría de los habitantes de este país no tiene para comer, comprar calzones, pagar sus propias deudas, o vivir medianamente, pero eso sí el susodicho histérico los obliga a destinar una gruesa rebanada de su enclenque ingreso para que el señor pueda repetir incansablemente que la recuperación ya llegó, ya está aquí” y que lo peor ya pasó. Ustedes dirán.

Desde aquella pomposa ceremonia de febrero de 1990, cuando la dupla Carlos Salinas de Gortari y Pedro Aspe anunció la renegociación definitiva de la deuda y que ésta, por lo mismo, era un problema superado (frase que repitió Vicente Fox hasta el cansancio), el saldo del débito público no ha dejado de crecer, mucho menos el pago por concepto de intereses. El problema adicional es que el endeudamiento se utiliza para pagar deuda (en realidad intereses de la misma) y el efecto positivo de esta política (crecimiento económico, infraestructura, educación, generación de empleo, beneficio social, desarrollo, pues) no se ve por ninguna parte. Lo anterior, tal vez, porque el gobierno sabe que nadie se queja, nadie pregunta, y que al final de cuentas los mexicanos pagan puntualmente, les guste o no, que para eso están. Total, pienso, ¡oh patria querida!, que el cielo un deudor en cada hijo te dio.

En vía de mientras, mexicanos boyantes, gocen de la recuperación calderonista, celebren que lo peor ya pasó, que la crisis es externa, pero eso sí por favorcito vayan juntando sus 34 mil 577 pesotes por cabeza (más de 600 salarios mínimos del Distrito Federal) para que vivan mejor, y de pasadita el gobierno del histérico panista pueda pagar sus crecientes intereses.

Las rebanadas del pastel

Barbarie tras barbarie, la ola de terror recorre el mundo. Como siempre, el objetivo no fue militar, sino civil. Ayer la población estadunidense, española e inglesa; hoy los indefensos usuarios del hermosísimo Metro de Moscú. Y del otro lado, la barbarie institucionalizada; Irak, Afganistán, Chechenia y los que se les ocurran.