Opinión
Ver día anteriorSábado 3 de abril de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fuenteclara
H

ace unos días, fue preciso arrostrar esa tortura inicua y cruel conocida como El Infierno de la Taquilla del Centro Cultural Helénico (institución cuyos servicios al público suelen ser de calidad bastante pobre) para llegar hasta la Capilla Gótica, donde la recompensa musical sí fue satisfactoria. El fin de semana pasado se presentó en ese espacio el ensamble vocal Fuenteclara, un coro de cámara que, bajo la hábil conducción de Ethel González Horta, ha estado realizando una labor discreta pero de logros evidentes. A lo largo de un recital muy bien programado y muy bien realizado, fue posible ir descubriendo numerosos aciertos, tanto musicales como escénicos, en el trabajo de Fuenteclara y su directora.

En la siempre espléndida música de Josquin Desprez, el ensamble recurrió a sutiles matices dinámicos con el bien logrado objetivo de fundir orgánicamente unas líneas de la polifonía con otras. Resultado: un fluir musical sin costuras ni remiendos. Un procedimiento similar fue aplicado por Fuenteclara a la música de William Byrd, en cuya interpretación destacó además una disciplinada y diáfana ejecución de los melismas, en claro contraste con otras agrupaciones en las que, al menor indicio de pasajes melismáticos, aparece súbitamente un concepto erróneo de ornamentación al estilo operístico. En las piezas de Juan Gutiérrez de Padilla, el grupo realizó un buen tránsito entre la solemnidad de la música sacra y el espíritu más lúdico del villancico, sin perder en esa transición ninguna de sus cualidades musicales.

Punto central y culminante del programa de Fuenteclara fueron dos ensaladas de Mateo Flecha, llenas de buen humor, extroversión, cambios de rítmica, métrica y estado de ánimo, interpretadas con una clara y bien lograda tendencia a mantener un todo coherente y unitario en medio de la diversidad. La primera de estas ensaladas de Flecha, La justa, guarda un claro y fascinante parecido con la chanson programática La batalla, de Clément Janequin, y sus onomatopeyas, ruidos y efectos especiales fueron realizados con apreciable claridad, sin exageraciones que obstaculizaran su cabal comprensión. La segunda ensalada, La bomba, fue cantada con una sencilla pero divertida componente teatral (en la que participó también la directora), lo que representó un reto, bien asumido y superado, para la memoria, coordinación y balance del ensamble.

Después de estas músicas antiguas, Ethel González Horta y Fuenteclara abordaron un repertorio más actual, a través de un par de muy atractivas obras de Francis Poulenc, y sendas piezas corales de Arturo Valenzuela y Blas Galindo. En esta región del repertorio pudo notarse, sobre todo, la atención y el cuidado aplicados a armonías más complejas y menos tradicionales, destacando el buen manejo de ciertas interferencias y choques armónicos, particularmente en las obras de Poulenc. Para concluir el programa, Fuenteclara hizo una ejecución llena de matices de la que es, probablemente, la más conocida pieza vocal de Blas Galindo, Me gustas cuando callas.

Más allá de la evidente seriedad y gusto con el que Fuenteclara toma su trabajo (lo que me hace pensar que quizá el calificativo de amateur ya les queda un poco estrecho) y de los progresos realizados al paso del tiempo, se nota en sus interpretaciones la mano precisa y fuerte de Ethel González Horta, quien claramente posee las mejores cualidades de la espléndida escuela coral cubana. Interpolo aquí el dato anecdótico de que hace algunos años, en una de mis periódicas y descabelladas incursiones corales, tuve la oportunidad de ensayar, reaprender e interpretar una obra bajo su tutela, y la experiencia resultó particularmente enriquecedora, por su singular combinación de rigor y musicalidad.

Vaya entonces, por lo pronto, el recordatorio de que Fuenteclara grabó hace unos años un muy interesante cd con repertorio mixto, también bajo la dirección de Ethel González Horta, quien conduce los destinos del ensamble desde 2003, y quien en la actualidad prepara su tesis de maestría con una edición crítica del Réquiem yoruba del compositor cubano Calixto Álvarez.