Los exámenes no miden el mérito1

Debe quedar claro: la acción afirmativa dejará de ser el estándar; el estándar será el mérito2. Esto dijo el gobernador de California (EUA) cuando en 1998 se buscaba acabar con los programas de acción afirmativa3 en las universidades estatales.

Analicémoslo. Cuando ese gobernador dice que en adelante se juzgará a los estudiantes por su “mérito”, no habla de aquellos dispuestos a ser médicos en los barrios pobres, a los capaces de desafiar de manera creativa las viejas ideas en la ciencia, las artes o la filosofía, de los dispuestos a luchar por un mundo mejor. Claro que no. Para él y para las autoridades del mundo blanco privilegiado, la única medida “justa” y “objetiva” del “mérito” son las notas y resultados de los exámenes. Eso ha sido y sigue siendo el principal criterio de admisión a la universidad.

Sin embargo, los exámenes no miden el mérito, sólo miden la memoria, la ambición y la disposición a obedecer; también, la habilidad para someterse al examen. Cuentan el número de aciertos para cifrar resultados cuyo “mérito” reside en puntajes más altos que aquellos con los que se comparan. Es decir, no evalúan lo que el estudiante conoce, lo que sabe y sabe hacer, sino lo atinado de las marcas en respuestas prefabricadas. Y es evidente que refuerzan las desigualdades entre las escuelas ricas y las pobres. Examinan una serie parcial de valores y conocimientos: la competitividad, el individualismo, el inglés oficial, una forma peculiar de “razonamiento abstracto” limitado a referentes de la cultura blanca, y la capacidad de repetir como loro. Nunca la capacidad de resolver problemas de una manera colectiva y social.

Pareciera entonces que los exámenes y las notas son los guardianes de la supremacía blanca y el elitismo en la educación. Indudablemente, el examen de desempeño (SAT) es una buena medida, pero sólo si se quiere formar generaciones dedicadas a obedecer reglas, trabajar para su provecho y mantener el statu quo.

La humanidad necesita una educación competente, no competitiva, motivada por el bien social, no por ambición personal; necesita gente que estudie el mundo para cambiarlo. Los estándares elitistas, los exámenes, los métodos de enseñanza y los planes de estudio de hoy se deben descartar para desarrollar nuevas formas radicales y liberadoras de educación.


1 Fuente: http://revcom.us/a/firstvol/affact_s.htm

2 Aquí, “mérito” se usa como sinónimo de lo que Manuel Gil y otros conocemos como logro; en este caso, un puntaje adecuado de aciertos.

3 El Acta de los Derechos Civiles de 1964 en EUA, prohibió la discriminación racial y étnica en todo programa y actividad de instituciones publicas y privadas con participación de fondos federales, y proporcionó el marco legal para la “acción afirmativa” en la educación, a fin de superar los efectos de la discriminación y promover la diversificación en los cuerpos estudiantiles. Muchas universidades de todos los estados del país modificaron sus políticas para poder admitir a estudiantes negros y de minorías étnicas. Más de treinta años después, se generalizó una crítica que puede resumirse en una frase: “Los blancos no logramos ingresar porque se favorece a los negros (latinos, asiáticos, etc.).” Ignorando los múltiples de criterios de admisión, se dio fin al programa con base en la cuestión étnico-racial

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Puntuales y tercas: tozudas

Manuel Gil Antón

Con gratitud y respeto para Manuel Pérez Rocha.

Cada año. Sin falta hasta ahora. Los primeros días algo tímidas, pero luego sin pudor deciden iluminar la ciudad. Hacen tapetes azules en banquetas y a la orilla del arroyo, o quién sabe si azules, pues su color no se agota en el azul, sólo lo indica, lo insinúa.

Con Estado fallido o no; a pesar de alianzas incomprensibles; en medio de las noticias de los muertos al por mayor; sin parar mientes en tantos asuntos que nos ocupan, deciden, no pueden ni quieren hacerlo de otro modo, brotar, porfiar en que la vida siga y tenga ritmos.

Cada cuatro años, Mundial de fut. Cada otros cuatro, entreverados, Juegos Olímpicos. Luego de otros seis años, al fin entrenados en la esperanza sexenal, a ver si ahora sí salimos de la crisis. Hay estaciones de metro, metrobús, trole y climas ya no previsibles. Retorno es palabra que acoge a los humanos. Nos orienta a veces, y confunde si uno se descuida.

Cada año, entonces, retornan, retoñan, revientan, repiten –como en el dominó, tres veces– las jacarandas en la ciudad donde vivimos. No hay que dejar de celebrarlo. Algo traen uncido al tronco que puede que sea un poco de esperanza.

Son indicio. Y para este escribidor, en cuanto al caminar las veo, o advierto en el suelo que una de sus flores ha caído, sé que se acercan los exámenes: los de las universidades, el unificado a medias de las prepas: miles de miles de muchachas y chavales, antes de que floreen las jacarandas, ya andan con la guía del examen bajo el brazo, o enriqueciendo a escuelas/ negocio que prometen asegurar el ingreso a la UNAM, a la Prepa de Plateros, a la UAM o al Poli: son como los pre-verificentros. De que pasa, pasa. Ese es el anuncio y si no es así, le devolvemos su dinero. Llévese en su morral una chance de futuro. No dejes pasar el tren.

Todos los que los aplican, sin falta hasta ahora, dicen que se trata de exámenes objetivos. No importa, ignoran o pasan por alto que hace siglos que esa palabra ha perdido sentido y pertinencia. Aún los consideran instrumentos divinos para determinar y discriminar al que sabe del que ignora. Distinguen, con altos grados de confianza al decir de sus autores, de una masa de sustentantes a los que saben más –medido por el logro de reactivos bien resueltos (o atinados)– y por ende con méritos suficientes para elegir uno de los pocos lugares disponibles. De no hacerlo, la sanción social es implacable: reprobaste. Como son pocos los lugares a ocupar, aparentemente reprueban miles. Y ya sabemos lo que dirán los medios. Mal anda la patria con tantos reprobados: fíjese usted, no lograron ni siquiera la cantidad de aciertos para entrar. ¿Sacaron 5 o menos?, seguro.

No hay que ser Shakespeare para advertir que hay algo podrido en Narvarte si no distinguimos dos términos. Don Antonio Machado escribió: “Cualquier necio confunde valor y precio”. Cuánta razón tiene el poeta. Ya hace años, un buen amigo me hizo ver una diferencia similar: no confundas, tocayo, logro y mérito. Bien pensado el asunto, son cosas distintas.

Si es que algo miden los exámenes, cuando están bien hechos, es cierto nivel de logro: más o menos aciertos, cantidades variables de reactivos cuya respuesta coincide con el criterio de verdad establecido. Pero no se sigue que la relación entre logro y mérito sea directamente proporcional. Por ello, decir que a más logro más mérito es confundir, como el poeta advierte, precio y valor.

Si, pongamos por caso en el esquema de un experimento mental, un muchacho parte de condiciones sociales y educativas previas que lo colocarían –si origen fuese destino inevitable– en una calificación inicial de 40 aciertos, y merced a su empeño, al estudio con otros, al esfuerzo sostenido consigue obtener 80 aciertos en la susodicha prueba, ha logrado menos que otro que obtiene 100, sin duda; pero si el segundo arrancó de condiciones propicias equivalentes a 80 “buenas”, advertimos la diferencia: el primero tiene, como aproximación al mérito de su esfuerzo, un 100% de incremento en sus condiciones de origen, y 20 puntos menos en el logro medido por aciertos; el segundo, claro está, obtiene más puntaje y quizá eso le permita entrar a la Prepa 6, pero el valor relativo del mérito, advertido por el diferencial entre las condiciones de origen y las de llegada, es menor: 25 por ciento.

No es trivial la diferencia. Aunque este ejemplo carezca de la precisión necesaria para distinguir niveles crecientes de dificultad que permitan incrementar el mérito en ciertos umbrales,1 sirve, como analogía quizá, para diferenciar el mérito (como un valor importante) del logro (frecuentemente reducido al precio, a la cifra a secas).

Para grandes números, en atención a cientos de miles de aspirantes y pocas plazas disponibles, el recurso –siempre como un elemento entre otros, no el único– a un examen de opción múltiple puede ser necesario. Lo que no vale, en estricto uso de nuestra capacidad de pensar, es que ese tipo de instrumentos permita evaluar con precisión ni siquiera aproximada el mérito de una trayectoria derivado en razón directa del logro obtenido.


Fotos: Sergio Aldama

Son dos cosas. Distinguirlas es preciso aunque para algunos sea superfluo. Muchos niveles de logro alto derivan de condiciones previas favorables, y cierta cantidad de aciertos, menor, puede ser indicador válido y confiable de meritorios esfuerzos a partir de condiciones iniciales a la baja, no comparables.

No es trivial el dilema. Y se presenta cada que florecen las jacarandas. Pensar e imaginar alternativas es difícil, sí. No tiene solución sencilla, pero le ocurre lo que sucede con las cosas que importan: nada más es indispensable. ¿Poca cosa?

Manuel Gil Antón es profesor del Departamento de Sociología en la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana.


1 Un caso interesante sería el de un deportista amateur y un profesional: si yo corro los cien metros en 25 segundos y un entrenador me ayuda para hacerlo en sólo 18 he avanzado mucho, 7 unidades es la diferencia. Pero para un corredor profesional pasar de 9 segundos, a 8.95 es durísimo y puede llevar, a quien lo logra, años de entrenamiento y constancia que remiten a un mérito impresionante. Sólo reduce 5 centésimas de segundo el deportista, pero hay niveles límite en que esa marca (logro) es mucho más difícil de conseguir (mérito mayor) que los 7 segundos del primer caso.

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